Al sur la de Isla del Olvido, bañada por las cálidas aguas del Mar de Libia. A los pies de las Montañas Blancas. Camuflada entre barrancos y ensenadas, se halla La Sfakia. Un lugar de encuentro para quien vaga...







sábado, 29 de mayo de 2010

Morea VIII



Los antiguos atletas accedían al Estadio a través de la Cripta, un pasadizo embovedado del que hoy resta sólo el restaurado umbral exterior. Volviendo a echar mano de la imaginación, me interné en aquella oscuridad. Oí la respiración nerviosa del resto de competidores, tratando de calmar la propia y, al poco, tras la orden que nos requería, tardaría unos instantes en acostumbrarme al súbito destello envuelto por el rugido de las diez mil voces que nos observaban. Sin embargo, no era más que uno entre las decenas de turistas que allí se encontraban. Y como ellos, no pude resistir la tentación de echar una carrera en la arena olímpica, dando una vuelta a la pista, esprintando al final y alzando los brazos cual acreedor de la corona de laurel. Después, subí a la rampa de césped donde se situaban los espectadores e hice algunas fotos. Los niños corrían, juntos a sus padres y éstos les dejaban ganar. Excepto uno que, al final, aceleró y dejó a su hijo atrás. El niño, ofendido y herido en su orgullo, se puso a llorar, inconsolable hasta que consiguió repetir la carrera y esta vez sí, hacerse proclamar vencedor. Emulando así, a su manera y sin saberlo, al Nerón de aquel 67 d.C. No obstante ¿Qué era, más allá del nombre y las piedras, lo que me atraía de aquel lugar?

 

Los santuarios panahelénicos sintetizaban el vínculo cultural y social entre las diferentes poblaciones de lo que ellos mismos llamaban la Hélade. No hubo, a pesar de Micenas y hasta el dominio macedonio y más tarde romano, un poder político homogéneo que tejiera nada parecido a un Estado único en todo el aquel territorio alrededor del Egeo. Continuas disputas por el poder, la influencia y proyección comercial sembraron sempiternas rivalidades entre los habitantes de sus diferentes y más importantes ciudades estado. Sin embargo, esto no impidió la creación de una identidad colectiva. La Hélade fue la cristalización de esa identificación cultural, religiosa, geográfica y física en la conciencia de los habitantes de esa parte del mundo. De alguna manera, esa identidad se ha perpetuado en los lugares como éste. Es posible percibirlo. Sentirlo. Se respira. No importa que seas uno entre cientos de turistas, si eres capaz de mirar con los ojos adecuados, puedes captarlo. Estos lugares poseen una energía especial. La energía de toda una civilización. Confiada al custodio de sus páramos, de sus rocas, de su tierra, de un espacio de luz determinado, de un aroma. Está ahí, palpitante. Aunque no es obvia, reta al observador a descifrarla. A descifrar que hay algo a descrifar. Es exigente. Es por eso que yo amo esta tierra. No es sólo el espacio físico. Es una patria espiritual. Yo siempre seré griego.





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