Al sur la de Isla del Olvido, bañada por las cálidas aguas del Mar de Libia. A los pies de las Montañas Blancas. Camuflada entre barrancos y ensenadas, se halla La Sfakia. Un lugar de encuentro para quien vaga...







martes, 20 de abril de 2010

SOUL



De entre el grupo de amigos de la infancia, el más “americano”, al que más le gustaba comer hamburguesas, quien más cómodo andaba con la gorra al revés, el que mejor jugaba al baloncesto, era el Pareja. Pues así lo llamábamos por su apellido (y para no confundirlo con otro amigo, Oriol, con quien comparte nombre). Muchos años atrás, solía ir a su casa al mediodía. Sus padres estaban fuera, trabajando. Comíamos, veíamos la tele, escuchábamos música y, por supuesto, echábamos unos tiros en la canasta del patio. Quizás por todas esas cosas será que ahora, aquello que me hace recordarlo, sea la música. La música soul americana de los '50 y '60 que a ambos, siempre nos gustó.
Mucho antes de saber que crying era llanto, que heart era corazón o que good bye quería realmente decir, no te vayas, quedé atrapado por la belleza de esas voces, por la sensualidad de aquellas melodías, por el mágico equilibrio entre la melancolía que lloraban y la alegría con la que nos la cantaban. El desgarro del blues, su brusco escepticismo , eran todavía demasiado oscuros. El ritmo sofisticado del jazz demasiado complejo. El rock demasiado acelerado, demasiado ruidoso. La carnalidad del funk, demasiado explícita, demasiado segura de sí misma, para un niño tímido, para un adolescente acomplejado y sensible, que siempre encontraba auxilio, en la luminosidad de aquellas canciones, en la claridad de aquellos sonidos.
Quizás ya no sea posible escuchar Stay by me y fantasear con el amor de una compañera de clase. Tal vez uno ya no anhele ir con sus amigos a la playa, mientras suena Wonderful world. Ni piense ya que All I could do sea cry, cuando las cosas no vayan bien. Y seguramente, mi salud mental lo agradezca. Sin embargo, de vez en cuando, todavía resuena un eco y el aire se tiñe de una atmósfera de sensual inocencia, cuando, por casualidad, vuelvo a encontrarme con aquellas voces, con aquellos ámbitos de sensaciones, que siguen viviendo en mí y que me siguen alimentando.
Dylan no renegó de Woody Guthrie, aunque supo que debía ir más allá de sus pasos. Sin haber sido un minúsculo brote, ninguna secuoya puede convertirse en la más alta lanza hacia el cielo. Así, para llegar a ser quien uno es, debe aprender a ser quien siempre fue. Debe aprender a despojarse de aquello que lo retuvo. Pero también, a no olvidar aquello que lo elevó. Aquello que le insinuó, que en su interior, cabían infinitos mundos. No renuncio al sabor esta música. Al color de sus melodías. Al agua clara de su fuente. A sus dulces frutos de eterna primavera. A la vida que sigue prometiéndonos descubrir.

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