Al sur la de Isla del Olvido, bañada por las cálidas aguas del Mar de Libia. A los pies de las Montañas Blancas. Camuflada entre barrancos y ensenadas, se halla La Sfakia. Un lugar de encuentro para quien vaga...







miércoles, 23 de diciembre de 2009

Mañana

Aunque sea cierto aquello de que sin esfuerzo poco vale la esperanza, qué bello sería sentir que mañana, al alba, venceremos.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Luces y Sombras X- Canto

Avanzamos en pos de algo infinito. Volvemos a la sombra de la cola del tiempo. Nos iremos, y habrá nubes en cielo. Y blancas serán, las flores del limonero. Nos iremos, de vuelta al valle del silencio. Volveremos a los brazos de luz. Y el universo seguirá flotando. Y su música, seguirá sonando. Y los pájaros, seguirán cantando.
Y es así como debe ser. Es así como la vida se renueva, a cada instante, a cada paso, a cada golpe, a cada vuelo de sombra errante. Todo se ordena, en el vientre del Cosmos.

Pero algo queremos dejar, y está bien que así sea. Estamos hechos de polvo de estrellas y gotas de memoria. Somos reflejos de una vida que quiere ser. Somos ecos de un rayo que busca su gruta. Que busca internarse y florecer. Surgir, radiante, en el nuevo día. Todo se irá. Y tú y yo, también. Tras la promesa, de un nuevo amanecer.


El MundoVIII- Carta Abierta a TodosconAminatou. La Lucha.

Carta abierta a la Plataforma Todos con Aminatou:

Sras. y Sres. de Todos con Aminatou.

Desde aquí enviarle a la sra. Aminatou mi más sentido apoyo. Por su lucha, por la suya personal y por la de todos aquellos a los que representa, el Pueblo Saharaui. Por su pueblo, que en última instancia, somos todos nosotros. La conciencia de las personas son la conciencia de la Humanidad. Considero que su pueblo la necesita. Creo que la necesitamos más viva que muerta. Pienso que su desaparición, tan sólo beneficiaría a la injusticia que la ha llevado a su situación actual. No ya, a la de su huelga de hambre, sino a la de tener que pelear por unos derechos, que son legítimamente suyos como ciudadana de un territorio, reconocido como soberano por una resolución de la ONU.

Durante todos estos días son muchos los comentarios, la presencia de su situación, como noticia de portada de los medios de comunicación. Unos medios, que no tardarían en olvidarla, si muere. Los medios, de una sociedad, dispuesta sólo a atender a lo inmediato. Y cuya demanda constante e irrefrenable de estímulos, condena al ostracismo a todo aquello que no se asocia a ese término, de estúpido y ciego uso, llamado actualidad.

Desde aquí, desde la distancia. Desde la escasa incidencia e influencia de un ciudadano anónimo, me cuestino y se lo hago llegar a ustedes.

Como plataformas de apoyo a la sra. Aminatou, ¿la estamos ayudando en este punto de la situación? Por supuesto, que son las personas que crean foros, las que buscan generar apoyos para ella, influencias que ejerzan presión y desbloqueen su situación, en definitiva, aquellas personas que se están implicando más en su caso, quienes mayor y mejor panorámica sobre éste pueden tener. Sin embargo, uno no puede dejar de preguntarse ¿Hasta qué punto el entusiasmo, por ver cómo alguien se muestra firme frente a la injusticia, cómo alguien se niega a transigir frente a la sobervia de un poder criminal, nos puede llevar a convertir a esa persona en un personaje? ¿Nos puede llevar, a pesar de nuestras mejores intenciones, a utilizarla para exocirtar nuestras propias ansias de redención, nuestra imagen de cómo las personas deberíamos elevar nuestro coraje?

Es ella quién no está comiendo. Es ella quién se está muriendo. Son sus hijos quiénes van a perder a su madre. Quién los va a amparar después. Quién va resarcirlos de la pérdida.
¿Qué inlfuencia tendrá la sra. Aminatou, cuando, dos, tres años después nadie, de los poderosos, quiera recordar su muerte?

En mi opinión, la sra. Aminatou, antes de se una importantísima activista, es una persona. Qué miedos albergará su corazón, cada noche, tras otro día sin comer. ¿Quién está compartiendo ese espacio de vacío con ella? En mi opinión, nadie. Nadie, de aquellos que le envuelven, está en huelga de hambre.
En nuestro apoyo a la sra. Haidar, ¿estamos contribuyendo a abocarla hacia un callejón sin salida?
Con qué fin.

Pienso que las personas que rodean a la sra. Aminatou deberían plantearse estas cuestiones.

Muchas gracias.

Un fuerte abrazo para todos, en especial para la sra. Aminatou

Germà G. R.

Isla de La Palma, a 11 diciembre de 2009.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

El Mundo VII- Nuestra Hora

Los glaciales del Himalaya se funden. Los arroyos, por los que siempre bajó agua, se secan. Los pastos disminuyen, los yaks, a veces, han de ser sacrificados o mal vendidos. El orden de las montañas, se está trastocando. En el techo del mundo, por más que parezca imposible, empieza a faltar agua. A miles de kilómetros de distancia, en los grandes valles del Indostán, miles de millones de personas, dependen de unas cuencas en las que, a la sobreexplotación, la contaminación, la desvirtuación de las presas, se les une una amenaza más poderosa. La alteración en el equilibrio climático de nuestro planeta.
Quién podía imaginar, hace sólo veinte, diez años, que nos cuestionaríamos siquiera la disminución de los hielos eternos del Himalaya.
Quién podía imaginar, hace cuarenta años, que dejarían de ser eternas las nieves del Kilimanjaro.
Hemos conocido un mundo con un clima regular y constante. A pesar de la inundaciones, de los ciclos de sequías, a pesar de las fluctuaciones, hemos nacido y vivido en un mundo cuyo equilibrio, ha dotado a la vida de un escenario de gran estabilidad.
Todo eso, está cambiando. La perioricidad de las estaciones, la regularidad de las lluvias y las sequías, los ciclos continuados, las oscilaciones atenuadas, están dando paso, a otra cosa. A otra realidad. Poco a poco, todo aquello que considerábamos incuestionable, se transforma, muta. Y deja de ser lo que era. Aunque no queramos verlo, aunque no podamos verlo, por estar demasiado acostumbrados a su presencia.
Un estudio, elaborado en 165 aldeas de tres estados de India, revela que en la última década 280 de 809 manantiales antes perennes son ya temporales o se han secado completamente. De los que manaban por temporadas, 321, se han secado 144 y algo más de un tercio de los 324 arroyos permanentes ahora sólo corren por temporadas.
Estos datos pueden no parecernos tan preocupantes. Sin embargo, deberíamos recordar que el mundo es un sistema interrelacionado e interdependiente. Y que la suma de cambios, dan lugar a un aumento exponencial de las consecuencias.
Y es que, al igual que el Himalaya, los pastos están disminuyendo. El pasado año, la temporada de monzones dejó la menos cantidad de precipitaciones, de los últimos cuarenta años. Las consecuencias de todo esto para las poblaciones humanas y animales, aún no están claras. De lo que no hay duda, es que la disminución de pastos para el ganado, amenaza con llevar a la ruina a millones de diminutas economías familiares. La falta de agua, afecta o impide el correcto ciclo germinativo de las plantas. Cuya presencia disminuye y su producción de frutos se disminuye o desaparece. Lo cual se traduce en ambrunas. Las ambrunas, tienden a generar una mayor presión sobre un medio, ya de por sí castigado por la falta de agua... la vida, tal y como la conocemos, se empobrece.

Qué hacer, cuando la realidad de la que dependes, cambia, se empobrece o desaparece. Qué margen de adaptación tienes.
Ésta es una pregunta, a la que todos los seres vivos de la Tierra deberemos enfrentarnos. Cuanto más dilatemos nuestra respuesta, menos tiempo tendremos. Por más que nos empeñemos en no aceptarlo, la inercia de los acontecimientos no va a detenerse. Aquello que llamamos Cambio Climático existe, está sucediendo. La cuestión no es ya, si estamos de acuerdo no. La cuestión, nisiquiera es si podemos revertir el proceso. La pregunta es, cómo vamos a adaptarnos a él. Y qué vamos a hacer, qué nuevas formas de relación con la naturaleza vamos a establecer, para ayudar a paliar sus consecuencias e intentar no seguir potenciando sus causas.
Debemos responsabilizarnos. Y es que hemos llegado a un punto de desarrollo material, industrial y tecnológico, que nos ha convertido en una nueva fuerza moldeadora de la vida en la Tierra. Capaz de revertir y transformar procesos anteriores a nuestra presencia en el planeta. Hasta ese punto, hemos elevado nuestra influencia. Y es que, para saber alimentar y gestionar esa consciencia, debemos dotarnos de la más radical humildad. Debemos despojarnos de las limitaciones de nuestro pensamiento. De la imagen que tenemos de nosotros mismos, respecto a la naturaleza. La fuerza de nuestra especie, debe tornarse en mayor respeto por el mundo en el que vivimos. Porque es de él, del que nos dotamos para existir. Y sólo en él, en el que podemos ser. Pues de él, dependemos.
Ha llegado la hora de ser sus cuidadores. No sus amos, sino sus moradores agradecidos. Ha llegado la hora, de aprender a compartir nuestro diminuto espacio en el Universo, con el resto de los seres que nos acompañan. Que nos acompañan en nuestro viaje en el tiempo. Y es que no debemos olvidar, que antes que nosotros, otras especies parecieron dominar la Tierra. Otros seres dibujaron el rostro de unos tiempos, que ahora no son más que pasado. Su presencia pudo parecer eterna, mientras existió. Pero ahora, es tan sólo un recuerdo. La vida siguió tras ellos.

Y es que la vida, seguirá tras nosotros. La naturaleza guarda un pequeño secreto, que no deberíamos empeñarnos en olvidar. Y es el siguiente, todo lo que acaba con el equilibrio que lo alimenta, acaba por desaparecer. Quizás nos pueda parecer increible, imposible. Pero nuestra presencia en Universo, no ha sido sellada como un pacto eterno. Nuestra existencia necesita de unas condiciones, que le permitan seguir existiendo. No podemos vivir en cualquier realidad. Y es que, realmente, sólo podemos vivir en la realidad que hasta ahora hemos conocido. ¿Podríamos vivir con menos oxígeno, podríamos vivir bajo mucha mayor radiación solar, podríamos vivir con mucha menos agua para beber? Quizás sí, pero cómo sería esa realidad. Sería, a caso, ¿tan rica como a la que estamos acostumbrados? ¿No valdría la pena, intentar conservar la naturaleza como la recibimos de nuestros antepasados, no sólo los humanos, sino del resto de los animales, de las plantas, de las gotas de agua y los rayos de luz, todos aquellos márgenes, que han hecho posible nuestra vida? Que nos han dado la oportunidad de ser y desarrollarnos.

El problema del Cambio Climático, es el problema de la especie humana consigo misma. El tiempo, nos sitúa frente a una disyuntiva. ¿Hacia dónde queremos ir como especie? Como seres humanos, cómo queremos ser. La conclusión a la que lleguemos, marcará nuestra relación con el futuro.
Es hora de plantearse seriamente, cierta y realmente, esta cuestión. Es hora, de dar el salto adelante.

Es nuestra hora. El Planeta nos necesita. Y nosotros, lo necesitamos a él.

Ayudémonos.

El Servicio de Monitoreo de los Glaciares del Mundo (WGMS, en sus siglas inglesas), respaldada por la ONU, acepta que "los glaciares del Himalaya, en su mayoría, están en un estado de rápido y sustancial repliegue".
"Los glaciares son especialmente vulnerables al aumento de temperaturas. Con la construcción de presas, deforestación y lluvias erráticas están llevando a una terrible falta de agua en las comunidades", explica Vinod Bhatt, responsable del estudio El cambio climático en el tercer polo: el impacto de la inestabilidad del clima en los ecosistemas y comunidades de los Himalayas.
"La falta de agua es el mayor problema ahora en las montañas. Las lluvias son muy erráticas: tal vez hay el mismo volumen de agua, pero no está bien distribuida y las estaciones han cambiado: un mes más de verano y uno menos de invierno", explica Bhatt, de la prestigiosa ONG Navdanya, comandada por la reconocida ambientalista india Vandana Shiva.

domingo, 6 de diciembre de 2009

La Princesa Alibú III

...Sin embargo, nuestro vínculo no se tejió tan sólo de vino y rosas, es más la sangre que brotaba de las heridas bajo las espinas, dotaron a nuestra relación de una extraña profundidad. Digo extraña, porque me es imposible rechazar la impresión de que vínculos como el nuestro no son frecuentes, es más, creo que son las excepciones en la tónica general de las relaciones. Subrayo esto sin ningún tipo de idealización. Nuestra pareja no fue un remanso de paz, ni un pasto alpino veraniego, lo nuestro fueron cerros que alzándose bravíos frente al viento alzaban sus manos al cielo hasta atrapar la luz. Fuimos seres de luz. Una luz que alimentó nuestros espíritus y que aún ilumina lo que ven mis ojos. Una luz que nos hizo atravesar las máscaras del tiempo y nos llevó a un plano en el que podíamos ver lo que pasaba en el mundo e interaccionar con nuestros sentimientos en un ámbito de extraña armonía.
A pesar de nuestras discusiones, tan banales como cualquier otra, cuando las aguas volvían a su cauce solían dejar un reguero nuevo por el que se dibujaba el camino a seguir. Siempre acabábamos por hallar la respuesta a los desafíos y contradicciones de nuestra vida. Por qué, entonces, no lo hallamos para aquel que al fin puso a fin a nuestro tesoro. No tengo una respuesta resuelta para eso. Las vivencias explicadas siempre resultan carentes de la sutileza, de la amplitud de la acción de la vida que tiene lugar, por lo que es imposible atrapar su verdadero significado, tan sólo podemos pretender apuntar en la dirección adecuada. La vida es un misterio. La distancia entre la verdad y nosotros es, a veces, tan abismal que nos sitúa en un plano de incapacidad total para afrontarla. Del mismo modo, a veces, la corriente nos arrastra a lugares tan llenos de luz que incluso, nuestra pequeña alma confusa, consigue ver en las sombras. Aunque sea sólo por un instante, éste puede ser tan claro, tan conciso y bello que cambie nuestra consciencia de las cosas, que nos obligue a mirar con honestidad en nosotros mismos y nos impida seguir obviando lo que realmente somos. Más ahora, siendo ya tan mayor, tan lejos de aquellos días me pregunto si mi Princesa Alibú me recordará. Si recordará los paseos frente al Mar de Libia, junto a los riscos de piedra entre los que siempre habitará el eco de nuestras voces. De mi pecho, bajo esta camisa arrugada, saco el ídolo de plata que un día me regaló y que nunca ha dejado de acompañarme. Sé que mi muerte está ya cercana y no puedo más que confesar, en un alo de tierna nostalgia, que su rostro es el más vivo, de entre aquellos que habitan mi memoria y su nombre, palpita con voz clara en mis más bellos sueños.

Al fin, una de las enfermeras lo encuentra. Qué hace usted en el despacho de la Directora, vamos señor Jerónimo, no vaya a ser que se entere y le deje sin cena, le dice al viejo con un guiño. Esta noche le han preparado la sopa de pescado que tanto le gusta seguro que doña...
La silueta del viejo y la enfermera se pierden entre las sombras del final del pasillo y las escaleras. Fuera, las farolas visten de ocre la noche cómplice.

La Princesa Alibú II

... Ahora, más que nunca, palpita en mí una sensación de nostalgia al recordar aquella fría tarde de invierno, cercana a las fiestas de Navidad, en la que la acompañé a casa de sus padres, en la que vivía tras haber vuelto de Andalucía. Ella iba cogida de mi brazo y, sin querer poner fin a aquel momento, paseamos un rato por los jardines cercanos a su domicilio. Me iba hablando de su infancia, de cómo había pasado un año en casa de sus abuelos maternos, en la vega granadina. Rememoraba los recuerdos y las sensaciones de aquellos días. Los paseos a la luz de luna, bajo un cielo abarrotado de estrellas y las historias sobre luciérnagas que habían huido al firmamento y desde el que eternamente entregaban su brillo, que su abuelo le contaba. Sobre los olores y colores del campo en primavera. Sobre los viejos patinetes que aún conserva en algún cajón. Sobre la niña que fue y que aún juega en su interior. Apretando su brazo a mi cuerpo, yo sentía el calor de su pecho y me hacía cómplice de sus recuerdos. Al terminar nuestra vuelta antes de despedirnos frente a su portal mi instinto respondió por mí y le dije que aquellas Navidades tenía pensado visitar Andalucía que también era el origen de parte de mi familia y en la que tan sólo había estado una vez.
No era cierto que tuviera pensado aquel viaje, pero incluso a mí me resultaron completamente sinceras aquellas palabras. En su rostro se dibujó una luminosa sonrisa. De inmediato, se ofreció a acompañarme, a alojarme en su casa y a enseñarme algunos de los lugares de los que me había hablado, si es que yo quería. Un sí de emoción emanó de mi pecho y brotó de mi boca. Nuevamente todo había respondido y, simplemente estando juntos, habíamos encontrado el camino hacia una respuesta. Si volvía a aquellos lugares, me dijo, tendría que hacer las visitas de rigor a amigos y familiares, así que acordamos que yo iría unos días más tarde, después de que ella atendiera los compromisos pertinentes. De ese modo, dispondríamos de al menos una semana tranquila para nosotros solos.
Aprovechando nuestro plan, ella había solicitado algunos días de permiso para alojarse en un balneario y reponerse del estrés acumulado en los últimos meses de trabajo y peleas. Ya verás lo tranquilita que te espero, me dijo. Al fin, mi tren partió de la estación a las nueve y media de la noche. Me esperaban doce horas de traqueteo atravesando La Península en la oscuridad. Tras cenar algo en la cafetería, aproveché algunas horas antes del sueño para leer. Cuando abrí los ojos, el tren discurría entre campos de olivos y tierra oscura, que se perdían en la bruma matinal. No tardamos en llegar a destino. El silbido de los frenos metálicos dio por finalizado el largo trayecto. Bajé al andén en aquella gélida mañana. Cerca de la estación, a pocos metros rambla abajo estaba la parada del autobús que me llevaría a su casa. No tardó en llegar. Mientras nos alejábamos del casco urbano, sobre la Sierra inmaculadamente nevada, el sol abocaba su destello virginal. Busqué el nombre de la calle y piqué al timbre que me había indicado.
Tardó algo en contestar. Al subir, ella vestía su pijama bajo una bata. Un perezoso moño de recién levantada recogía su pelo negro. Su imprescindible café vespertino, aquel sin el cuál no podría ser persona, se convirtió en un símbolo común de nuestra convivencia. Muchas mañanas, ella esperaba a que yo me levantara, para sugerirme que podría hacer café lo cual quería decir que le hiciera café, ya que yo no suelo tomarlo. Yo ponía la cafetera al fuego y volvía a su lado hasta que oía hervir el líquido en su interior metálico. Entonces, me levantaba de nuevo, preparaba algunas tostadas y la llamaba para que viniera a desayunar. En las mañanas luminosas de verano solíamos conversar largo rato, en un desayuno que era más bien almuerzo y en el que, si nos habíamos despertado con buen pie, nos reíamos de la extraña realidad que nos estaba tocando vivir...

La Princesa Alibú I

Tras la hora del almuerzo, la mayoría de los ancianos se dirigen a la sala de juegos. Han sido convocados por el nuevo psicólogo del centro para una sesión de risoterapia. Uno de ellos, sale por la habitación contigua, sube las escaleras y cruza un pasillo, bañado por la primera luz de la tarde. El viejo toma una pluma, alcanza algunos papeles del escritorio y empieza a escribir.

No recuerdo el día exacto en que nos conocimos. Por aquel entonces ella entró a trabajar en el colegio en el que yo enseñaba. Pronto descubrimos que vivíamos en el mismo pueblo y empezamos a tomar juntos el autobús de vuelta a casa. Aunque vivíamos cerca del trabajo, las conexiones entre los municipios metropolitanos, con su sistema radial entorno a la capital, obligan a utilizar varios medios de transporte público, así que después del autobús debíamos tomar un tren. Por lo que el trayecto solía alargarse más de hora y media. Con el tiempo llegaríamos a entablar amistad con otra compañera, quien desviándose un poco de su ruta, hacía el favor de llevarnos en su coche. Pero para entonces, llevábamos casi un año trabajando juntos y entre nosotros había nacido ya una sincera y fraternal amistad. Ella llevaba algo más de dos años divorciada. Tras el acuerdo de separación, se había comprado un piso en la ciudad andaluza, de la que es originaria su familia, e intentado reencauzar su vida. Sin embargo, no había acabado de adaptarse al ambiente de aquella capital de provincia y tampoco había podido hallar una salida laboral adecuada. Por lo que, tras unos meses, volvió.
Ingresó en nómina a principios de año. A pesar de que el ambiente en el trabajo no había alcanzado todavía el grado de crispación, al que con el tiempo nos enfrentaríamos juntos, ya apuntaba conatos de conflicto entre los diferentes miembros de la plantilla. Sin duda, esta situación creó el marco en el que construimos nuestra amistad y más tarde nuestro amor, ya que a pesar de la carga y el desgaste que conlleva unas relaciones laborales conflictivas, desde el inicio hallamos comprensión y complicidad el uno en el otro. La difícil situación que se estaba originando se convirtió en el centro de las conversaciones que manteníamos en los viajes de vuelta a casa. Con el discurrir de los meses y debido a la creciente identificación mutua que íbamos generando, el abanico de temas se amplió. Así como la confianza que nos íbamos otorgando y no tardamos en adentrarnos en planos mucho más personales. Fue entonces cuando ella me habló de su separación, de su lucha por sacar a flote su vida tras el dolor de ver cómo se venía abajo un proyecto común de años que, sin motivos que reprochar a ninguna de las dos partes, había varado en la arena del tiempo. A pesar de todo, no fue este gesto de confianza el que avivó nuestro vínculo. Éste se alimentó de una natural conexión en la forma de ver el mundo, en el sentido del humor, en la ironía con la que afrontábamos una situación social cada vez más compleja. Una situación que se fue tornando asfixiante y en la que hallamos juntos los recursos para afrontarla, apoyándonos en la certeza de saber que había alguien con quien distanciarse, con quien analizar y hallar pequeñas respuestas que, como llaves de luz, nos permitían seguir avanzando sin quedar atrapados en la oscura estupidez colectiva.
Solíamos tomar café en un tranquilo bar a medio camino entre la parada de autobús y la estación de tren. Un tarde, ella me preguntó; ¿Tratas de seducirme? Durante un momento no supe qué responder. Ningún monosílabo parecía adecuado para contestar a aquella pregunta. Tampoco ninguna larga respuesta aclaratoria. Sin saber muy cómo, le retorné una pregunta; ¿Acaso no lo he hecho ya? Ahora, al recordarlo, incluso a mí podría parecerme percibir algo de huidiza soberbia en aquella esquiva respuesta. Sin embargo, sé que nada de eso hubo ni ha habido nunca entre nosotros. También sé que su pregunta no iba dirigida solamente a mí, sino que era a ella misma a quien también interrogaba. De igual modo mi contrapregunta no había sido lanzada sólo a su persona. Con su valentía para dar la cara frente a las situaciones que se presentan, había hecho referencia a la sensación que ambos albergábamos y que hasta entonces no había sido abordada. Una vez más, la fraternidad que siempre nos ha unido nos protegió de sufrir lo que podría haber resultado ser una situación violenta y en seguida nos sentimos acogidos por la sensación de saber que compartíamos nuestros dudas con alguien en quien poder confiar, con alguien que no utilizaría ninguna muestra de debilidad para hacernos daño. No fue éste, a pesar de lo que podría parecer, el inicio de nuestra relación. Ésta se inició meses más tarde. Sin embargo, viéndolo en perspectiva, seguramente contribuyó de forma decisiva a afianzar un lazo invisible aunque absolutamente palpable en nuestros corazones.
A lo que sí que contribuyó aquella conversación, al menos de manera momentánea, fue a aumentar nuestro nivel de estrés en medio de la asfixiante problemática laboral en la que ya nos hallábamos plenamente inmersos. La caja de Pandora de los sentimientos había sido abierta y con ella, un mundo de sensaciones contradictorias había tomado posesión de nuestras vidas.
No queríamos de ningún modo que nada desvirtuara nuestro vínculo como compañeros de lucha, como así gustaba de llamarnos ella, en que nos habíamos convertido. De igual modo, ambos albergábamos la necesidad de investigar cuál era el lugar que cada uno ocupaba en el otro. La primera opción que tomamos, como medida de defensa, fue la de distanciarnos de aquel primer acercamiento al mundo de nuestros sentimientos. Sin embargo, seguíamos volviendo juntos del trabajo y no teníamos intención alguna de mostrarnos rechazo. Así que pronto nuestros sentimientos se volvieron tema de conversación, desplazando en parte al despropósito de mediocridades y rencillas en que se había convertido nuestra jornada laboral...

viernes, 4 de diciembre de 2009

El Mundo VI - Las Ratas

La vida es difícil. Vivir entraña peligro. Movernos en la realidad que nos envuelve es una ardua tarea. Pero es que puede serlo más, mucho más. El mundo puede parecer un lugar muy amenazador. La vida puede llegar a ser un laberinto oscuro, un acertijo irresoluble. Yo, puede ser alguien en eterna espera de otro. Uno tiene que ir superando sus carencias, o al menos ir supliendo las ausencias que éstas dejan. Uno tiene que ir encontrando camino. A tientas, ir descifrando los rostros que la realidad le presenta, escondidos.
La vida es como una eterna batalla, librada en nuestro interior. Y para sobrevivir, para que nuestro yo sea capaz de desarrollarse de manera satisfactoria, de no declinar la opción que representa, necesita cierta autoestima, cierta seguridad en sí mismo. Algo de aquello que solíamos llamar amor propio. Sin ello, el resto se complica más. Se vuelve más difuso. Más distante. En la batalla entre sombras de nuestros corazones, necesitamos luz. Esa luz, debe emanar de algún lugar dentro de nosotros mismos. La brújula la llevamos dentro. Lo difícil es saberla encontrar y aprender a usarla. Para ello, nos es imprescindible esa pizca de valentía, fruto de aquel puñado de autoestima, que nos haga sentir capaces.
En un curioso experimento, con ratas de laboratorio, se ha comprobado cómo los individuos de éstas, que durante su infancia recibieron atenciones de sus madres. Caricias, lametones, cuidados. El equivalente roedor de nuestro amor, de nuestro cariño. Al llegar a su edad adulta, eran más capaces de atreverse a resolver los retos. Eran más capaces de buscar el queso escondido en el laberinto de plástico. De lo que, por el contrario, lo eran sus hermanos, que habían sido apartado de las madres y, por tanto, privados de sus cuidados. Éstos eran mucho menos capaces de adentrarse en los laberintos y buscar el queso. Carecían de la confianza en sí mismos, de la autoestima suficiente, para atreverse a sentirse capaces de buscar aquello que necesitaban. Partiendo, por lo tanto, con desventaja a la hora de lidiar con la realidad.

Nos han enseñado que hay que dotarse de recursos para conseguir las cosas. Nos han enseñado que debemos prepararnos, para demostrar a los demás que somos capaces, que estamos legitimados para recibir su aprecio, su valoración y todos sus beneficios. Sin embargo, no nos han enseñado que antes de salir a escena, antes de tener que demostrar al mundo que sabemos la lección, necesitamos ser capaces de sentirnos capaces. Necesitamos sentirnos cómodos en la adversidad, en la incertidumbre, en la paradoja de la vida. Y para ello, nos es imprescindible el amor hacia nosotros mismos, la autoestima, la confianza. El problema, y esto tampoco nos lo enseñan, es que todo esto nos lo tienen que transmitir. Somos tan complejos, que se nos tiene que dar, para que nosotros podamos llegar a desarrollarlo. Se nos tiene que dar la posibilidad de estar cómodos con nosotros mismos, para que nos podamos sentir. Sin eso, todo lo demás es mucho más difícil. Con eso, todo lo demás es posible.


domingo, 15 de noviembre de 2009

La Taberna de Manos VI

...A la mañana siguiente, antes de irme, bajé a desayunar. Allí estaba toda la familia. Me ofrecieron un café con leche y un trozo de pastel de crema. La madre de Manos fue un momento a la cocina y enseguida volvió para entregarme una bolsa. “Toma, esto es para ti” La abrí, en ella había una botella de agua llena de la miel que habíamos recogido durante la noche. Le di las gracias. Qué mejor presente podría llevarme de aquel lugar que aquel producto de su tierra, de sus plantas, de sus animales, de sus personas y de su luz, que yo mismo había ayudado a recoger.
Llegó la hora. Me levanté para despedirme. Los tres hombres se incorporaron y nos dimos la mano. Besé a la madre y pedí a Manos que me despidiera de su sobrino y de su abuela. Bajé al embarcadero y subí al ferry. No tardó en arrancar el motor. Marcha atrás, el barco viró hacia el babor y empezó a resbalar frente a la costa. La aldea iba quedando atrás.
Mientras el ferry se alejaba, desde popa tomé un par de fotografías. La aldea se dibujaba, diminuta y blanca, a los pies del imponente macizo, sobre el enérgico azul de la mañana. Y pensé, eso es la Sfakia. Agrestes montañas y el mar. Dos fuerzas poderosas, entre las que hilos de agua dulce tejen el milagro de la vida. Éste, me dije, quizás sea el secreto que alimenta el orgullo de los habitantes de la Sfakia por su tierra. Un secreto que, al permitirles vivir entre fuerzas creadoras de la naturaleza, les sitúa frente a su propia fragilidad. Uniéndolos a la tierra de la que dependen. Hundiendo en ella fuertes raíces de las que nace su identidad. Una identidad que les ata a la tierra. Que les dice quiénes son. Y les libera de la angustia de aquellos que, como yo, desconocen si alguna vez hallarán su lugar en el mundo.

Desde Hora Sfakion tomé un autocar rumbo al noroeste. Hacia Kissamos. El puerto desde el que abandonaría Creta. Rumbo al Peloponeso. Se hizo de noche mientras pensaba en los días pasados junto a Manos y su familia. Días en los que había tenido la suerte de encontrar el valioso tesoro de la calidez humana. En los que había sentido la cercanía y el cariño de unas personas que me acogieron, que me abrieron sus puertas y me regalaron su compañía. Días en los que había podido compartir una forma de vida arraigada a la tierra, vinculada a la naturaleza y consciente de sus ciclos. En la que los hombres comprenden aceptan la unión del nacimiento y la muerte. Conscientes de su fragilidad y de su fuerza.
En el paseo se encendían las farolas, tiñendo con su luz ocre las terrazas y el rumor del oleaje. Frente a mí, los dos cuernos de roca que forman la bahía de Kastelli se cerraban apuntando hacia el norte. Hacia el Peloponeso. De vuelta al continente, al día siguiente abandonaría Creta. Entonces, a punto de irme y pensando en volver, sonreí al recordar las palabras de Cervantes en las que se pregunta ¿Es acaso tiempo perdido aquél que se dedica a vagar por el mundo?

La Taberna de Manos V

...Sin saber que se convertiría en costumbre, una mañana acompañé a Manos y a su cuñado Leonidas a la granja. “Mañana mataremos dos corderos, ¿te atreves?” Me había advertido la noche anterior. Quedamos a las ocho en la terraza de su taberna. Tras un café, subimos en su coche a la aldea vieja. Tras una puerta metálica, atravesamos la propiedad de otro vecino hasta llegar a la de Manos. Observé qué hacían Manos y Leonidas, intentando no serles una molestia. Empezaron repartiendo las sobras que habíamos traído para los cerdos y los perros. Después, en una caseta, Manos y yo preparamos el grano para las ovejas, mientras Leonidas cortaba las hojas para las cabras. En un pequeño cercado Manos señaló dos corderitos y me dijo, “Esos dos son los que vas a matar”. Entramos en el cercado y sacamos los animales, excepto los dos elegidos. “Tienen casi ocho meses, hay que matarlos sino la carne se pondrá demasiado dura”. Miré a aquellos animales pastar, ajenos a lo que les esperaba. No quise caer en sentimentalismos, para no incomodar a mis anfitriones. Enseguida llegó el momento. Cada uno de los hombres cogió un animal. Los llevaron bajo un árbol. De él colgaban dos afiladas navajas. Todo fue muy rápido. Los animales no presentaron resistencia, dócilmente se dejaron estirar sobre la hierba. Apenas dos certeros cortes en el cuello y todo acabó. Manos dejó los dos cuerpos a su lado y encendió un cigarro, con los dedos cubiertos de sangre. Leonidas hizo lo propio y me ofreció. “Va bien después de esto” me dijo con un guiño cómplice. Lo que más me impresiona es verlos temblar. “Están muertos, sólo son impulsos nerviosos. Enseguida acabará”. Cogí una manguera y me puse a regar una parte del huerto. ¿Está bien así? “Sí, sí, toda esta parte”. Tenéis mucha agua disponible, es una suerte. “Y gratis. Habrás visto las tuberías que hay en el cauce”. Cuando los impulsos nerviosos cesaron, cogió un cordero y tras quebrarle una pata, lo colgó y le rajó un trozo de piel. Soplando despellejó fácilmente al animal. Luego lo abrió y extrajo todas las vísceras. “Del cordero lo aprovechamos prácticamente todo”. Sacó y limpió los estómagos, los intestinos y lo metimos todo en una bolsa de basura.
En la granja me hice amigo de una perrita. El animal estaba en una jaula metálica de apenas un metro y medio. Yo no entendía por qué pero tampoco sabía si preguntar, aquellas personas estaban siendo muy amables conmigo y no quería que se sintieran cuestionadas en su propia casa. No obstante, un día se lo pregunté a Manos. “La tenemos para guardar unos huevos. Aquí en Creta hay un pequeño animal que parece una rata, se come los huevos. Por eso tenemos la perra, para asustarlo”. Comprendía el carácter funcional que se les da a los perros en el campo, por eso se domesticaron. No obstante, cada vez que veía aquella perrita mover la cola desesperada, queriendo salir de la jaula y, al ver que era imposible, sacar la cabeza para que la acariciara, no podía evitar sentir ganas de sacarla de allí. A veces Manos me miraba, yo no sabía si censurándome por dentro. Creo que no. La tarde antes de mi partida volvimos a la granja. Mientras acariciaba a la perrita por última vez, me despedí de ella. Ya habíamos acabado la faena y nos marchábamos, entonces Manos me dijo “Vaya ahora que os habéis hecho amigos te vas, te va a echar de menos”.

A un lado del embarcadero se abre la cala principal de la aldea. Al otro, siguiendo la línea del agua, tras atravesar el cauce seco y un pinar en el se permite la acampada libre, una roca corta la playa. Puede bordearse a nado o subiéndola por la arena. Una tarde coroné la roca por la arena, llevando conmigo las gafas de agua y unas aletas que Manos me había prestado. Estuve buceando un rato. Tras unos días de marejada, aquella tarde cerca del ocaso, el agua estaba tranquila. Como si tras la agitación, disfrutara de un sereno reposo. No tardó en ponerse el sol tras los cerros del oeste y el manto de la oscuridad fue abrazando la bahía.
Salí del agua y me dejé secar, cubierto con la toalla. Enseguida se oscureció. La luna llena reinaba sobre el mar, tiñendo las formas con alo de plata. No sé cuánto tiempo estuve allí sentado sobre la roca mirándola, escuchando el mar. En el pinar, había encendida una hoguera, con las siluetas de algunos cuerpos sentados a su alrededor. Tras de mí, el eco de los cencerros rebelaban la presencia de las cabras, invisibles a los pies de los altos cerros sobre los que brillaban mil estrellas.

La noche anterior a mi partida Manos, Leonidas y yo estuvimos extrayendo miel de los cuadros que aquella tarde el padre de mi amigo había traído de la granja. Yo le iba pasando los cuadros de los paneles y mataba, chafándolas con un paquete de tabaco, las pocas abejas que aún quedaban. “Por eso lo hacemos de noche. Ahora, aisladas y sin puntos de referencia son mucho menos agresivas”. Manos sacaba la parte más densa de la miel con un cuchillo eléctrico a alta temperatura y daba a Leonidas los cuadros para que éste los colocara en el extractor, del que saldría el néctar dorado, filtrado y listo para ser vendido. Pasamos largo rato en aquel porche de hojas de parra junto a mi habitación trabajando juntos, hablando y compartiendo la sensación de camaradería y aprecio mutuo. Leonidas sacó de una bolsa un queso de cabra, lo cortó en rodajas y nos lo ofreció depositándolo sobre una caja. “Esto es lo mejor. Queso de cabra con miel” y lo bañó en el hilo dorado. Manos y yo hicimos lo mismo y los tres nos sentamos sobre unas cajas para comer y descansar un rato. De la taberna, el sobrino de Manos nos trajo agua y se sentó a comer con nosotros. Entre las oscuras hojas de parra brillaba la luna llena. Un coro de grillos competía con el rumor del mar y nuestras conversaciones a media voz. Aquella fue nuestra despedida. Libre de cualquier artificiosidad. Tan sólo unas personas que disfrutaban de sus últimos momentos juntos. Pronto aparecieron los padres de Manos, llevando a la abuela a la cama. Tras acostar a la anciana vinieron a darnos las buenas noches. “Esperad un momento, les dijo Manos, vamos a hacernos una foto con H”.
Ya casi habíamos acabado el trabajo.

“Con la miel que tenemos podemos sacar unos seiscientos euros. No está mal por un rato de trabajo ¿no?” “Ves este tubito que tengo aquí. Es adrenalina. Soy alérgico a la picada de las abejas. Si me picaran tendría que inyectármela clavándome el tubo en la pierna. Sino en quince minutos estaría muerto”. Joder, dije. “Hasta los veintidós años no se presentó la alergia. Iba con mi padre a los panales, me picaban y no pasaba nada. Un día, mientras ayudaba a mi padre me picó una. No le di mayor importancia y seguí trabajando. Enseguida empecé a sentirme mal. De repente me costaba respirar. Me estaba ahogando. Por suerte aquel día el médico estaba en el pueblo. Mi padre me llevó corriendo y me pudieron salvar. Así que ahora no voy a los panales y para hacer esto, ya ves, siempre con el antídoto”.
Poco antes de irnos a dormir, Manos me preguntó “¿estás seguro de que te vas mañana?”. No, le contesté. No estaba seguro de quererme ir nunca.
Lo recogimos todo y nos dimos las buenas noches. “Nos vemos mañana en el desayuno antes de que te vayas”. Apagué la bombilla que habíamos utilizado para trabajar. Subí a la segunda planta del edificio. Las sábanas tendidas centelleban bajo la luz de una luna. Más allá de la silueta de las casas, tan sólo el mar oscuro y sinuoso...

La Taberna de Manos IV

...Solía comer siempre en la misma mesa. En una esquina desde la que veía la playa. Una pequeña valla de madera separaba la taberna de Manos de la Samaria. Para mí las sensaciones que transmitían las dos tabernas eran muy distintas. Casi opuestas. La de Manos ofrecía cocina casera, mientras que la Samaria anunciaba comida rápida y una menor variedad de platos. Quizás por ese motivo, la Samaria estaba siempre un poco más llena que la de Manos. Porque buscaba ofrecer al turista algo con lo que se sintiera identificado. Comida rápida con un toque griego. No era ésta la única diferencia. Para mí la más importante era el ambiente entre las personas que trabajan en una u otra. Mientras que en la de Manos, todos atendían a los clientes y de vez en cuando incluso se fumaban un cigarro sin que éstos los vieran. En la Samaria sólo el jefe hablaba directamente con los clientes. Tras intercambiar algunas frases en las que parecía quererse hacer el simpático, se giraba para gruñirles a sus empleados lo que tenían que traer. Les gruñía, les cambiaba la cara y de una falsa sonrisa pasaba a una mueca desagradable. A mí me parecía entender porqué iba más gente a esa taberna. Era más accesible. Más parecida a lo que ellos estaban acostumbrados. Les facilitaba más los conceptos con palabras comunes. Sin embargo no podía estar de acuerdo con su elección. Tan sólo la expresión de aquel hombre generaba en mí una negativa a entrar en su taberna.
Solía observar a ese hombre, discretamente, mientras comía. Un día en el que hacía bastante viento la madera sobre la que se anunciaba la comida de Samaria cayó al suelo. Rápidamente un empleado corrió a recogerla. En ese momento oí la voz de Manos “toma ya”. Se sentó junto a mí en para tomar nota de lo que iba a comer. Empezamos a hablar. En algún momento la conversación se desvió hacia los habitantes del pueblo. “No me gusta porque con mucha gente con la que ni siquiera te hablas durante el verano. Luego, en invierno, como no hay casi nadie en el pueblo tienes que mantener conversaciones. No todo el mundo es buena gente por aquí”. En castellano hay un refrán que dice, pequeños pueblos grandes infiernos. “Pues es verdad. Es lo que pasa con alguna gente. Todo el mundo conoce a todo el mundo. Y todo el mundo puede juzgar a todo el mundo o atacarlo. Mi taberna y ésta de al lado antes eran la misma”. ¿A sí? “Sí, su dueño es mi tío. Es hermano de mi padre. Hace muchos años se pelearon. Mi tío es una persona a la que sólo le importa el dinero. Ahora no nos hablamos. Yo era pequeño, pero me di cuenta que le robaba a mi padre…
Mientras Manos me contaba la historia, me alegré de que mis intuiciones fuesen acertadas. Me alegraba haber escogido su taberna y así se lo dije. Cuando vine con C en Semana Santa, recuerdo que no sabíamos a dónde ir y al llegar a tu taberna le dije, aquí. Me alegro de aquella elección. “Gracias. Yo también me alegro. Es muy bueno conocer a personas como tú, my friend”. Entonces abrió la libretita y apuntó lo que quería. Con un golpecito en mi hombro se levantó para ordenarlo y yo me quedé mirando a la playa casi vacía. Contento de estar allí.

Grecia le debe a Creta su principal dios olímpico. Al este de la isla, en la cueva Dhiktea, Rhea escondió al bebé Zeus. Harta de que Cronos se comiera a sus hijos tras nacer, le dio una piedra como si esta fuera el retoño y escondió al bebé. Cronos, la más poderosa fuerza hasta el momento, ya había devorado a los hermanos mayores de Zeus, Deméter, Hera Hades y Poseidón, temeroso que alguno de ellos cumpliera la profecía con la que la Madre Tierra predijo que sería derrocado por uno de sus hijos. Rhea entregó el pequeño Zeus a las tres musas Kouretes y estás los escondieron y criaron en el Monte Ida, en el centro de Creta. Cuando el joven Zeus se hizo mayor volvió a la tierra de sus padres, la Arcadia y le pidió a Rhea que lo nombrase copero de Cronos. Así, pudo preparar un brebaje con el que enfermó a su padre y le hizo vomitar a sus hermanos.
Todos se unieron para combatir a Cronos, a quien sostenía el ejército de los Titanes. Zeus liberó a los Cíclopes del Tártaro y los unió a sus tropas y estos gigantes le entregaron el poder del rayo. Tras diez años de guerra, un día, los tres hermanos que dirigían el ejército rebelde, Hades, Poseidón y Zeus, entraron en el palacio del supremo Cronos. Mientras Hades lo desarmaba, Poseidón los distraía, Zeus le clavó el rayo y lo mató.
Lograda la victoria, hubo un sorteo entre los tres hermanos, para decidir cuál sería el primero de los dioses. La suerte favoreció a Zeus, que quedó como soberano de los cielos, a Poseidón le correspondió el reino de los mares, y en manos de Hades quedaron la oscuridad y el mundo de los espíritus. Zeus se casó con Hera y se convirtió en un nuevo tirano. Asesino, promiscuo, incestuoso, maléfico, caprichoso y despiadado. Escogió el Monte Olimpo, al sur de Macedonia como su residencia y la de las otras divinidades sobre las que imponía su brutal dominio, gracias siempre, a su rayo.
Un dios, en la Antigüedad no era un protector ni un amigo, ni alguien a quien debiera imitarse, ya que casi todos ellos carecían por completo de ética.
El dios griego era un depravado ser todopoderoso al que los hombres temían y trataban de calmar con sacrificios y construcciones en su honor. Los hombres griegos vivían sin esperanza en ningún paraíso que los acogiera tras la muerte, pues todos los muertos iban a vagar eternamente por el Hades, hubieran sido ricos o pobres, poderosos u hombres comunes. Sin un dios ideal al que imitar o del que heredar las reglas morales por las que regirse, construyeron ideales basados en las posibilidades éticas del ser humano, a través de la revolución estética que supuso la cristalización de estos ideales en su arte...

La Taberna de Manos III

...La moderna Agia Roumeli no es la aldea original. Ésta no daba al mar, estaba a casi un kilómetro en el interior. En ella, ahora tan sólo hay los huertos y los cercados para los animales. La actual Agia Roumeli ha crecido gracias al turismo. En la Sfakia la vida era dura, la economía de subsistencia y tras la Segunda Guerra Mundial, la gente fue emigrando hacia el norte. A principios de los setenta, con el interés por las gargantas de Samaria, Agia Roumeli cobró importancia como enclave de paso para los excursionistas. Algunos vecinos que conservaban propiedades construyeron nuevas casas y las convirtieron en tabernas y pensiones. El padre de Manos construyó la primera taberna en 1971. “Manos era el nombre de mi abuelo. Mi padre se llama Gyos como mi bisabuelo. Aquí todos somos familia”. ¿Vives todo el año aquí? “Prácticamente. Tenemos otra casa en Haniá. Pero en invierno soy yo quien se encarga de mantener los animales y la granja. Tengo que estar aquí”. ¿Qué tal es trabajar con la familia?. “Se hace tedioso y estresante a veces. Pero a mí me gusta esta vida. Me gusta trabajar con los animales y me gusta conocer gente distinta, hacer amigos de otras culturas. Pero, prácticamente no tengo vacaciones, siempre estoy aquí”. Es la dura vida de un granjero que es también hombre de negocios. Manos asintió con una sonrisa y me ofreció un cigarro. Se lo acepté, estaba fumando demasiado pero no quise decirle que no. Al poco acabé de desayunar. Eran las ocho de la mañana. Subí al pueblo viejo y entré en las gargantas de Samaria.

A aquella hora no había nadie. Los turistas tardarían varias horas en bajar y aunque el sol no había desplegado aún su tórrido manto, comenzaba a alzarse ya sobre los escarpados cerros. En lo alto, una parejas de águilas planeaban sobre las cumbres rocosas hasta suavemente desaparecer. Tras la aldea vieja llegué al puesto de control del Parque Nacional de las Montañas Blancas y pagué los euros de entrada.
En la subida me acompañaba el murmullo constante del arrollo, a veces invisible. Las rocas se agolpaban en las paredes del cauce casi seco, mostrando la fuerza imparable del agua en el deshielo primaveral. – ¿Antes las Gargantas estaban abiertas también en primavera hasta que hubo un accidente, verdad? Le pregunté a Manos días después “Sí, fue hace unos diez años. En primavera a veces hay riadas repentinas. La fuerza del agua se oye a un kilómetro de distancia. Aquel día la mayoría de turistas buscaron refugios en lugares altos. Pero cuatro o cinco turistas alemanes se quedaron en medio del cauce haciendo fotos. Y claro, la tromba llegó y se los llevó por delante. Encontraron restos de un par de ellos al final del cauce y de otro en el mar. Uno o dos desaparecieron. Pero, ¿qué esperas, si te quedas en medio?”.
Los muros rojizos se alzaban junto a mí, en ellos los arbustos fijaban obstinados sus delgados troncos en la roca. Más allá las nubes se dibujaban sobre las cumbres alpinas inscritas en el cielo azul. Por doquier oía el canto de los pájaros. En alguna esquina a la sombra, sobre una roca, me senté a disfrutar de la brisa y de un buen trago de agua.
Pronto vi los primeros turistas. Al principio escasos, luego en tropel. Todos bajaban y sólo yo subía. Durante el camino había varios lugares de descanso, con fuentes de agua canalizada y asientos de madera. Uno de ellos marcaba la mitad del recorrido, a unos seis kilómetros de cada extremo. Allí decidí darme la vuelta y volver a la aldea. Antes paré a descansar. Junto a los bancos, plagados de turistas, había unos lavabos y un refugio de los guardas forestales. Unos cuantos ejemplares de cabra salvaje, seguramente traídos por los guardas como muestra para los visitantes, pastaban junto a dos caballos. El sol reinaba en su canícula, anunciando unas cuantas horas de intensidad. Inicié el descenso. Pensando en mi mesa de la taberna, frente al mar...

La Taberna de Manos II

Dichoso sea a quien antes de morir,
le haya sido dado navegar
por las aguas del Egeo.
En ninguna otra región pasa uno tan serena
tan suavemente de la realidad
al ensueño
en él, todo límite se suaviza.

Nikos Kazantzakis, Zorba el Griego


Las cañas crepitan en el viento. El mar enviste con la fuerza de un amante vigoroso. En el cielo la vista huye hacia un azul inmaculado, infinito. Y un invisible hilo de agua rebela el secreto de aquel pequeño vergel, que celebra la vida bajo el tórrido sol del estío.
Agua que al descender de las Montañas Blancas labra las gargantas que han de abrirse camino hasta el mar, allá, en Agia Roumeli. Las Montañas Blancas dividen en dos el oeste de Creta, la provincia de Haniá. El norte accesible, turístico y urbanizado. El sur, más rural, abrupto y de difícil acceso ha escapado, de momento, a las redes del turismo masivo.
Las Gargantas de Samaria, las más largas de Europa con casi veinte kilómetros de longitud, abriéndose paso hacia el Mar de Libia atraviesan el corazón del suroeste de Creta, la Sfakia. Autosuficiente, gracias a los cauces que la abastecen, esta región rodeada por cumbres de más de dos mil metros ha vivido hasta hace muy poco en un altivo aislamiento. Cada día un torrente de turistas desciende las gargantas y desemboca en Agia Roumeli. A media mañana ves llegar a los más madrugadores y hacia la hora de comer las tabernas rebosan de excursionistas, ávidos por refrescar la garganta y comer algo tras el largo paseo, de más de cuatro horas, bajo un sol de justicia.
Cada día gentes de muy diversa procedencia (aunque especialmente alemanes y franceses) llenan las terrazas, dejan sus divisas y con el último ferry de la tarde parten hacia la vecina Hora Sfakion, seguramente, de vuelta a la costa norte.
Entonces, de nuevo, la aldea vuelve a respirar. Los dueños de las tabernas y sus empleados, tras haber ordenado los restos de la jornada, encienden sus cigarros en silencio o conversando frente a un café o un copita de raki bien frío, sentados en las terrazas vacías. En ese momento, el sol ha dejado atrás su urgente fiereza. Y dócilmente, resbalando tras las montañas da paso a la luna, en una caricia púrpura.


Un sábado a las nueve de la noche, zarpé del Pireo en un ferry rumbo a Souda, el puerto de Haniá. Al amanecer el enorme buque atracaba en el embarcadero. En lenta procesión desembarcamos los pasajeros. De sus bodegas emergían las motos, los coches e incluso las furgonetas que el leviatán había guardado en su corazón de hierro, asustando con sus pitidos a más de un turista adormecido. Algunas decenas de familiares y los taxistas esperaban a los pies de la rampa. Tras escapar del pequeño tumulto, llegué a la ciudad. La estación de autocares estaba a la vuelta de la esquina y en apenas una hora, contemplaba la carretera serpentear entre montañas, rumbo al sur. Hacia el Mar de Libia.
¿Qué significa Agia? Le pregunté a Manos en una ocasión. “Significa Santa. Santa Roumeli. Pero nadie sabe de dónde viene Roumeli. Algunos dicen que es el antiguo nombre de una planta, otros que era el nombre de una princesa. En tiempos de Minos aquí había un reino, distinto de aquél. Se llamaba Tara. Eran dorios. Tenían tratos comerciales con Egipto, Libia y Asia Menor”. Mucha gente de aquí es rubia y de ojos claros. “Sí, de hecho, hay una polémica sobre quienes son los auténticos cretenses. Algunos dicen que la gente morena del norte, otros que los de color más claro de esta región. Aquí casi no llegó el dominio turco. Ni el veneciano. Y la represión nazi fue escasa. Durante la Segunda Guerra mundial, los sfakianos formaban una unidad que apoyaba a los partisanos en el norte de la Grecia continental. Pero el gobierno del continente nunca se ha portado bien con nosotros”. De hecho, durante algún tiempo hubo un gobierno independiente, ¿no? “Sí, eso fue después de la Guerra de La Independencia contra los turcos, hasta 1913”. ¿Tú qué prefieres? “La mayoría de la gente de aquí prefiere sólo Creta. Aquí tenemos de todo. No los necesitamos. Yo me considero cretense”.
Aquella noche, tras cenar, hablamos largo rato Manos y yo. La taberna ya había cerrado. Todos se habían ido a dormir. Su padre, su madre ayudando a la abuela, el sobrino y hacia un momento, también su cuñado Leonidas. La mayoría de las luces de las terrazas se habían apagado y tan sólo el pequeño supermercado continuaba abierto. “Aquí en Grecia la gente no respeta nada. Les da igual. A la mayoría sólo les interesa el turismo”. Es un problema bastante común en los países mediterráneos. Bueno, casi en todas partes. “Mira, aquí desde hace sólo dos años se ha empezado ha dar clases sobre temas de medio ambiente y ecología”. “Para mí esto es un paraíso. Pero ya ves como está el norte. Por suerte, por lo menos aquí en Agia Roumeli nadie quiere vender a empresas constructoras”. En España, con el Desarrollismo de los sesenta se inició lo mismo que tu explicas del norte y aún sigue. Y ahora que se está tomando algo de conciencia ambiental, el daño ya está hecho y es irreparable. La sobreexplotación, cuando se instala es muy difícil de erradicar. Genera mucha riqueza en muy corto plazo. Nunca se hace con equilibrio. “Ése es el problema. Por suerte en el sur no ha pasado, todavía”...

La Taberna de Manos I- Prefacio

Prefacio

Impresiones a media tarde.

Enredadas sobre finas vigas de aluminio, cuelgan las hojas de parra y de un limonero salvando a la terraza de la luz incandescente de la tarde. Por doquier, las chicharras lijan la monotonía de estas horas en las que hasta el mar parece dormitar, en espera de que el sol conceda una tregua.
Entre mis dedos y de mis labios el terco aroma de pescado se resiste a marchar, pese a mis intentos por eliminarlo. Recordándome la comida de hoy, en la Taberna de Manos. Una dorada a la plancha, un tomate fresco y un plato de frutas de la tierra, de melón de manzana y de esas pequeñas uvas de las que se obtiene un buen vino blanco y el dulce licor de raki.
Enciendo un cigarro y recuerdo que anoche, mientras charlábamos frente a un par de cafés, Manos me dijo “a veces aquí no queda más remedo que fumar”. Me lo dijo, mientras me contaba lo que hace durante el invierno, “ No hay mucho que hacer; ocuparse de los animales, del huerto y reparar algunas cosas pero, hay que estar aquí”.

Luces y Sombras IX- Georgia Lee

Ahí fuera, en mitad de la noche, hay un lugar llamado felicidad.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

El Mundo V- Buenas Intenciones

En la página web de la África, Fundación Sur, dentro de su sección de noticias del pasado día 16 de octubre, podemos hacernos eco de un acontecimiento; "Desde Cotonou, capital económica de Benin, un grupo de Jefes de Estado y líderes políticos africanos, bajo la bandera de la Fundación Chirac, ha lanzado el día 12 de octubre un llamamiento internacional de movilización contra los medicamentos ilícitos". En la misma noticia se nos informa de que "según la OMS, más de doscientas mil personas mueren cada año, principalmente en África y en el tercer mundo por automedicación y recursos a falsos medicamentos".
Frente a este problema, parece que alguien va a hacer algo, "La Fundación Chirac, presidida por el antiguo Presidente francés, ha decidido poner todo su esfuerzo al servicio de la lucha contra los medicamentos-imitación ayudando a los países africanos a dotarse de laboratorios de control de calidad(...) El llamamiento lanzado desde la mítica sala roja del Palacio de Congresos de Cotonou suena como el inicio de una toma de conciencia a escala internacional contra los que se ha convenido en llamar las industrias de la muerte " Además, "el tráfico de falsos medicamentos representa el 10% del mercado farmacéutico mundial, unos 45.000 millones de euros".
Ante tal situación, es lógico, legítimo y debemos estar de acuerdo con que alquien actúe. Sin embargo, de nuevo, antes de dar por fijada nuestra opinión sobre el asunto, quizás sea bueno analizar cómo se plantea. Desde qué punto de vista se analiza. Qué se destaca. Y, sobre todo, dónde situamos el origen del mismo.
Siguiendo las afirmaciones recogidas en la noticia anterior, podemos leer, "La más hiriente de todas las desigualdades es la que afecta a la salud, declaró Jacques Chirac en Cotonou ante los presidentes africanos de Benin, Togo, Senegal, Burkina-Faso, Congo-Brazzaville, Níger y Centroáfrica".
Y añade, "En nombre de la fundación que lleva su nombre hizo un llamamiento para que se establezcan instrumentos eficaces de lucha contra el tráfico de falsos medicamentos, con personal formado y dispositivos represivos adaptados."
Siguiendo esta línea, se nos dice, "El representante de las ONU (Dr. Ponnek Delaloy) fustigó la invasión en hospitales y farmacias de falsos medicamentos y exigió un combate sin tregua contra los que venden la muerte a las personas enfermas".
Hasta este punto, la cosa parece estar clara. Existe en aquellos países una red ilegal, un mercado negro de falsos productos farmacéuticos. Que agraban, todavía más, la ya de por sí, precaria situación de las personas enfermas. Lógicamente este mercado hay que perseguirlo. Habría que acabar con él, porque está envenenando a la gente. Hasta ahí todo bien. Sin embargo, ¿eso es todo? Simplemente dedicando "personal formado y dispositivos represivos adaptados" , como afirma Chirac podemos acabar con el problema. Y sobre todo, desde ese punto de vista ¿estamos abordando el problema en su totalidad?
Sigamos, "Según el profesor Gentilini, del 30 al 70% de los antipalúdicos que circulan en África son falsos total o parcialmente (…)Los falsos medicamentos se venden en farmacias en la calle y en los mercados. En Kinshasa, por ejemplo, habría unas 4.000 tiendas que llevan el nombre de farmacia, cuando sólo son 70 las autorizadas. El circuito de distribución oficial no es respetado. El importador-exportado no es controlado. África parece ser el continente más afectado por este tráfico.".
Estos datos ahondan en la visión de la precariedad y la peligrosidad del mercado ilegal de medicamentos. Pero quizás, la última de las afirmaciones del Dr. Gentilini, nos dé algunas claves importantes, que nos ayuden a enterder qué pasa y por qué. Según Gentilini, el mercado negro “seguirá teniendo auge mientras no sepamos proponer medicamentos a bajo precio en los países pobres”.
Esta variable, casi residual en las diferentes opiniones, recogidas hasta ahora en la noticia es, sin embargo, muy importante. ¿Por qué? En ella, se nos relaciona, pobreza y medicamentos a bajo coste. Se nos da a entender, que quizás, los medicamentos que se distribuyen a escala mundial, no lo son. Es decir, son muy o demasiados caros, para según qué estados o economías. Esto, nos abre perspectivas nuevas. ¿Hasta qué punto podría ser coresponsable, el mercado mundial de medicamentos, en la presencia del mercado negro de los países pobres? ¿Quién controla dicho mercado mundial?
El pasado 28 de octubre. En el programa de RNE Asuntos Propios, el periodista Vicente Romero, en relación a este asunto, comentaba cómo ésta es una de aquellas noticias que nos llega desde países normalmente olvidados. Países que sólo suelen aparecer en los medios occidentales, cuando hay un gran guerra, o una gran hambruna, o una crisis sanitaria de grandes proporciones. Países, con gravísimos problemas asociados a oscuros mercados ilegales, de todo tipo de tráfico. Pero, a qué responde la aparición de todos estos mercados negros.´
Ésta es una pregunta no respondida, es el límite de comprensión en el que nos deja la noticia de África, Fundación Sur. A partir de ahí, debemos buscar nuevas fuentes. Y ése es el papel que juega Vicente Romero. Cuando nos plantea, qué rol juegan las grandes corporaciones farmacéuticas, sus grandes laboratorios y distribuidores. Aquellos que se niegan, sistemáticamente, a ceder patentes. Es decir, a no cobrarlas a países con menores recursos que los occidentales. De tal forma, que puedan fabricarse medicamentos genéricos. Liberados de la marca, del incremento especulativo en su precio, pero con idénticos principios activos.
¿Qué influencia tendrían medidas como ésta, en a la lucha contra los mercados negros?

¿Por qué no se plantea esta medida la Fundación Jacques Chirac ? Si bien es necesario combatir el tráfico de medicamentos falsos.¿No lo es, todavía más, combatir las relaciones económicas injustas que imperan en el mundo?

Como denuncia Vicente Romero, Chirac no se plantea cuestionar el orden establecido. Sólo actúa dentro de él. ¿Hasta qué punto son positivas, por tanto, sus propuestas? ¿Cuán buenas sus intenciones?

La venta de medicamentos falsos, genera unos beneficios de 45 millones de euros al año. Y representa un 10% del volumen negocios mundial. El volumen total de negocio generado por los medicamentos, genera unos beneficios aproximados de 450 millones de euros al año. El 90% de los cuales va a parar a la industria farmacéutica legal. Esto supone más de 400 millones de euros de benficios anuales.
Ante este volumen de negocio gigantesco, cabría preguntarse, qué reponsabilidad, qué influencia tiene la industrial farmacéutica legal, en la aparición y permanencia de los mercados negros de medicinas. Aquellos que matan, según estimaciones de la propia OMS, alrededor de doscientas mil personas al año. Y que condenan a la miseria sanitaria, a no se sabe cuántas más.

¿Por qué no se enfrenta a todo esto la Fundación Chirac ? ¿Por qué no propone aplicar aquellos "dispositivos represivos " de los que hablaba, a las prácticas abusivas de las grandes coorporaciones?

¿Acaso será verdad que vivimos bajo, o frente, o gracias a ese "orden criminal del Mundo" que denuncia Vicene Romero?

¿Cómo podemos hacernos una idea más clara? ¿A qué fuentes acudir? ¿Qué realidades cuestionarnos? ¿Qué podemos hacer?

http://www.africafundacion.org/spip.php?article4683

lunes, 26 de octubre de 2009

Luces y Sombras VIII - Barcelona



BARCELONA

Ésta es una de esas noches, en las que el tiempo resbala, tan suavemente, que hasta parece olvidarse de su paso. Una de esas noches en las que, libres de la presión de las jornadas de trabajo, libres también de la euforia aglomerada del fin de semana, las calles de Barcelona parecen poder respirar, mostrando el camino hacia un sutil universo de belleza, placer y vacío.
Oír el eco de tus pasos, tenue, como la luz en las siluetas del Passeig de Gràcia. Entre el pulcro susurro de los coches, pocos y distantes. Acaso parar un instante, en la Plaça de Catalunya, bajo el giro torpe del gran reloj. Fugaces sombras frente a la Catedral, al encuentro de su propia soledad. Y al fin, las calles del Barri Gòtic, oscuras y acogedoras. Refugio. Y anhelo de una belleza, apenas insinuada en furtivos destellos ocres, sobre las oscuras piedras de sus muros.
Las imágenes parecen flotar, distantes e inalcanzables, en la quietud. Si no fuera porque aún me parece sentir la humedad añeja de aquellas calles. De todos aquellos años que pasé recorriéndolas. De la impaciencia por resolver el confuso deseo. De aquella conversación, sostenida como un pulso, por hallar puertas al laberinto, que en ellas me encerraba. Que en ellas me atrapaba. Que en ellas, me urgía a buscar, inútilmente, señales de libertad. Ahora, desde la distancia. Desde otra orilla. Al pensar en ellas, muchas son las imágenes que se atropellan en la memoria. Imágenes incompletas. De una realidad, cuya esencia, como la de sus propios recuerdos, era la fragmentación, la carencia.
Sin embargo, en noches como ésta. Mientras una sutil fragancia de nostalgia, traiga a mi memoria, sensaciones aparcadas, de un tiempo casi lejano. No me resistiré a sentirme de nuevo, en brazos de aquellas horas. A cuya melancolía no resuelta, deba volver algún día, cual nómada del tiempo, para darle fin.

El Mundo IV- Roases y espuma


En Inglés los llaman Ballenas Picudas. Viejos pescadores los conocen como Roases. Más de veinte especies son citadas en los libros. Sin embargo, la familia Ziphiidae, los zifios, siguen siendo uno de los mayores misterios, de cuantos pueblan el océano. De vida habitualmente pelágica, son casi imposibles de avistar cerca de costa. Excepto en los varamientos, posiblemente provocados por maniobras militares submarinas.
Y excepto en la bahía de una pequeña isla, de cuyo nombre no quiero acordarme. En sus aguas, tienen lugar una serie programas de investigación, encaminados a estudiar y conocer mejor sus hábitos y comportamiento. Sus relaciones con el hábitat y su fisiología. Que permitan entenderme mejor las costumbres de estos animales, el por qué de su forma de vida, sus necesidades, sus características y su fragilidad. De tal modo, que podamos hacernos un dibujo más certero de cómo son y qué necesitan para vivir. Para, sólo así, poder disponer de datos y pruebas, que nos faciliten elaborar análisis, construir argumentos y presentar legítimas propuestas. En defensa de los animales y del entorno.
Ése es el camino del conocimiento y la acción. Necesitamos conocer mejor la naturaleza. Necesitamos conocer mejor el mundo en el que vivimos. Comprender la dependencia mutua, las sutiles relaciones que lo conforman. Necesitamos hacernos más sabios. Y a través de la sabiduría, necesitamos aprender a amar el planeta que nos da cobijo. El único hogar que conocemos. El pálido punto azul, en un rincón del universo.
Quizás el mayor de los privilegios que nos dan las horas pasadas en el mar. El mayor privilegio que nos ofrecen los acercamientos y las fotografías, los marcajes y las localizaciones, sea el simple placer de estar cerca de ellos. El bienestar de sabernos afortunados espectadores de su misterio, de sentirnos iniciar el camino hacia el descubrimiento, hacia lo mejor que hay en nosotros.
Y es que, trabajar con los animales es trabajar con las personas. El objeto de estudio se convierte en la herramienta para el desarrollo de nuestras inquietudes, nuestras potencialidades, nuestra creatividad. Pero también para formar nuestro carácter y nuestra humildad. El estudio de los animales, se transforma, o quizás siempre lo fue, en la manera de unir diferentes voluntades. De dotarlas de un sentido, de un fin común. De un fin generoso, que transciende las simples aspiraciones individuales. Y da más sentido a nuestra relación con la vida y con el mundo. Nos hace sentir mejores. Nos hace sentir más útiles. Nos transforma. Nos eleva. Exorciza nuestras carencias. Y nos da una vía para liberarlas.
El Océano aún guarda misterios en su oscuro vientre. Son muchas las criaturas, capaces aún de despertar en nosotros el anhelo de atravesar sus aguas. Los gigantes aún mueven sus vientos frente a nuestra vela blanca. Y quizás, tan sólo internándonos en su inmensidad, podamos sentir aún el aliento ancestral, que persigue al sol cuando se esconde bajo su regazo. En sus noches inmaculadas, diez mil estrellas dan cobijo extrañas a siluetas negras. Y el quejido eterno, aún mece el paso del tiempo. Seguimos necesitando sus misterios, para ir más allá, para no quedarnos con las últimas huellas del camino. Debemos seguir buscando respuestas. Debemos seguir transmitiendo. Ésa es la misión. Aprender y enseñar. A juzgar las cosas, a través de su propia identidad. A no renunciar. A seguir. A amar.

Cabalgando de nuevo. Por siempre, sobre las olas, de un azul infinito.

jueves, 15 de octubre de 2009

El Humor

Darle un giro a nuestra relación con la realidad. Escaparnos de su control. Mirarla desde atrás. Observar al monigote humano. Reírnos de él. Y a la vez, compadecernos de su simplicidad, de su pequeñez. Quizás sea ésta la cualidad que nos acerque más a nuestra esencia. La que más ayude a la lucidez, en su sufrida convivencia con el sin sentido de la vida.



La Gracia

Tal vez la percibamos en algún gesto, en algún giro, en algún movimiento que atrapa nuestra mirada. De dónde viene. Cómo definirla. Cómo predecir el camino de un rayo en la montaña. Esa extraña cualidad que armoniza la realidad, que atrapa la sencillez, la belleza, que de otra manera nos sería velada, difusa, perdida en la inmensidad, en el caos. En el placer que nos proporciona mirarla, habita la gracia.



lunes, 12 de octubre de 2009

El Mundo III - Atunes y Mazmorras



Durante estos días, como viene siendo habitual en el último año, hemos sido testigos de un secuestro, de un atunero español. Hemos visto la lógica angustia y preocupación de los familiares. Y la respuesta de las autoriades, para resolver el caso. De estas mismas autoridades y voces públicas, hemos oído opiniones acerca de enviar, por ejemplo, soldados a bordo o incluso mercenarios contratados. Claro está, para que protejan a los barcos de los ataques. Como de hecho, según parece ya hacen ingleses y franceses.
Podríamos estar describiendo esta realidad, con estos enfoques, durante largo rato. Sin embargo, todo lo que hemos oído acerca del caso concreto del pesquero y de la pesca en el Índico, ¿nos da un dibujo certero de una realidad, que quizás sea más amplia?
Esta tarde, en la radio, han entrevista a Vicente Romero, cuyos reportajes suelo seguir en Informe Semanal. El programa, inteligentemente, ha escogido plantear este asunto con él. ¿Por qué? Yo creo que porque sabían que iba a saber describirlo, analizarlo, de tal manera que hiciera ver al oyente que, tal vez, la manera con la que hasta ahora ha juzgado todo este asunto, no era la más acertada. La más cercana a la verdad.
Ha venido a decir, señores, sí entendemos el sufrimiento de las familias, de los marineros. Entendemos que todos tenemos que ganarnos la vida. Entendemos que hay que defender su integridad. Por supuesto que sí. Pero, de qué manera manejamos nuestra relación con el resto del mundo, con el resto de la naturaleza, con el resto de las sociedades.
Como él ha explicado, los atuneros occidentalels, españoles incluídos, faenan en estas aguas. Pero no con bandera de sus países. Es decir, van a esas aguas y las explotan con nuestra potencia tecnológica y con sus escasas limitaciones en la explotación.
¿Qué es todo esto? ¿Qué es, por poner un ejemplo que ha puesto Vicente, el hecho de que una empresa española, como Pescanova, vaya a las costas de Senegal e instale una gigantesca infraestructura? Para pescar, congelar, manufacturar y enviar el pescado, a un mercados muy lejanos a Senegal. Mientras los pescadores tradicionales nativos, se quedan sin pescado y no alimentan a su sociedad. Pero es que además, las artes tradicionales de aquellos pescadores eran las que permitían conservar y perpetuar los recursos. Y ellos jamás, supongo, utilizarían conceptos como sostenible, ni verde, ni eco, etc.
Pero la cuestión no son ya ellos. Sino nosotros. La cuestión es que estas cosas son así. ¿Y qué percepción tenemos nosotros de ellas? ¿Las vemos? ¿Nos las planteamos? No, en general no. Como sociedad en su conjunto, evidentemente no. No hay más que ver que, en ninguno de los informativos que han cubierto esta realidad, hay referencia alguna a estas situaciones, a las relaciones de los pesquero con el medio al que van, tanto el marino como el humano. Nada. Sólo el hecho de que son atacados.

¿Con qué enfoque, sobre la realidad partimos? Para analizarla, para juzgarla. Pienso que con un enfoque equivocado. Equivocado, no sólo porque pueda ser juzgado como moralmente negativo. Eso podría obviarse. Sino, sobretodo equivocado, porque genera un discurso que, por muy bien construído que esté, por muy sofisticado que sea, no nos permite comprender. Es decir, nuestros barcos allí no sólo sufren el problema, son parte importantísima de aquello que genera el problema. La forma de vida, de la sociedad a la que estos atuneros pertenecen, es parte activa en la creación del problema. Sin embargo, nunca, nunca, nunca, dicha sociedad abordará el problema situándose como parte del él
Con ello, ¿qué individuos tenemos en nuestra sociedad? ¿de qué enfoque partimos para relacionarnos con el mundo? ¿Cómo vamos a ponernos a pensar en las costas de Senegal, cuando cojamos unos filetes de un pescado, en un congelador de algún supermercado. ¿Cómo vamos a atar cabos? ¿Cómo llegamos de ese pescado, a la relación que, su forma de obtención, tiene con la destrucción de un hábitat y unas redes sociales?
Dependemos totalmente de nuestro sistema de vida. No tenemos autonomía respecto a él. Estamos atrapados en una gigantesca contradicción y lo único que hacemos es huir hacia delante. Podemos llegar a la discusión de que está mal. Pero, hacia dónde podemos ir, realmente, más allá del discurso. Con honestidad. Como especie, estamos en una encerrona. Llevamos siglos huyendo. Y ahora apenas nos damos cuenta. Pero no por aprendizaje, sino por castigo. Por las consecuencias, que ya vemos, de nuestra huída.

El Mundo II - La Negra

Murió La Negra. Supongo que para muchos, allá en América, habrá sido una pena. Aquí en España, su muerte no copó hasta la saciedad todas las portadas, no ha habido debates en la televisión, revisando su figura. Sin embargo, Mercedes no se ha ido en el olvido. Hubo y hay quien la conocía bien, quien la apreciaba por su música y por todo lo que su música significaba. Para una generación que vió, al fin, luces de libertad tan largamente, pero tan largamente ansiadas, tras 40 años de dictadura. Una dictadura que mató y luego ahogó, a cientos de miles de almas anónimas, cuyo crimen, fue el de creer, el de aspirar, de alguna manera, a borrar la huella oscura de la sempiterna represión, del abuso, de la injusticia. No es que fueran ángeles, ni héroes, ni cándidas almas inocentes. No es que escribieran grandes tratados sobre la moral y la sociedad, es que respondieron a una llamada, a un desafio. Y pagaron un precio muy alto.
En España hubo un gran pacto del olvido. Una amnesia colectiva, que muchos pretender obviar, olvidar. Sin embargo, muchos de sus efectos, aunque difusos y difícilmente interpretables, para una sociedad acostumbrado a no analizarse críticamente, extienden sus consecuencias en la sociedad.

No somos tan distintos a muchos de los países de América, cuyas sociedades viven con el lastre, o siguen dominadas por dictaduras. Dejando al lado las innumerables diferencias, entre ellas la innegable diferencia de posibilidades materiales a las que se tiene acceso en España, como país europeo. Compartimos, en algún de nuestro espíritu, un quejido similar al que voces como el de Mercedes Sosa daban vida. Por más que el ruído de la vida "moderna" nos abote los sentidos. Hay una parte de nosotros, o una parte de algunos de nosotros, que responde, que se identifica con los sentimientos que llevan alzar ese quejido, que La Negra supo portar. Por eso, algo de nosotros acompaña también a Mercedes, en su viaje de vuelta a casa.

Este es mi pequeño homenaje. Gracias Negra.

El Mundo I - El Gran Salto Adelante

Mientras afirmó dar aquel Gran Salto, el gigante asiático obviaba todo el barro que, de sus inmensas botas, caía sobre millones de olvidados parias. La ambruna fue tal, que para dar respuesta a aquel gigantesco desastre, tuvo que inventarse un nuevo desastre gigantesco. Y de la manga de Mao, surgió La Revolución Cultural. Después vino Xiao Ping, y abrió las alas del monstruo a la influciencia de todo aquello que en el capitalismo pueda generar, producir, crear riqueza y evite, cualquier reparto justo. Acosta de lo que fuera. Y la maquinaria de hierro siguió creando raíles por los que avanzar, avanzar, avanzar. ¿Avanzar hacia dónde?
En nombre de lo que se denomina crecimiento, se da rienda suelta a la destrucción más violenta. Se llenan los estómagos, se vacían las cabezas. Los mitos, los ídolos se transforman, para mantener siempre la atención distraída en sus promesas huecas.
La especie humana está loca. La especie humana no escucha ni el quejido de su propio dolor. Sino que ciega sus ojos y corre, corre, huyendo, fingiendo saber adónde quiere llegar. Pero no sabe nada. Somos monigotes, peleles de la ambición ciega.
Pero, ¿qué esconde, qué promete esa ambición? ¿qué esconde la siguiente colina? Lo que esconde es nuestra propia ignorancia.
¿Cómo vamos a saber lo que escondía, si para llegar a ella habremos destruído todos los árboles del camino?

Seguimos las estela de los mitos. Y vamos ciegos hacia nuestro propia destrucción. O, al menos, es así como yo suelo sentirlo.
¿Tan ciegos? No, tan ciegos no. Es la ceguera de los necios. Cambiamos los mitos a nuestro antojo, según nos convengan para seguir con nuestras fantasías. Hoy mismo, en cualquier chiringuito de los muchos que hay en Beijing, con motivo del sextoagésimo aniversario de la República Popular, podemos encontrar todo tipo de objetos, de souvenirs, de muñequitos, bolsos, lo que sea, con la figura de Mao. Sin embargo, encontraremos muy pocos jóvenes chinos que nos puedan hablar sobre la historia, que nos puedan analizar el pasado, incluso aquel supuesto pasado glorioso de la Gran Marcha. No digamos ya, el pasado no tan lejano, de Tiananmeng. Sus ropas, sus rostro, su aspecto, son más lustrosos que los de todos aquellos pobres olvidados, de mediados de siglo. Sin embargo, su memoria no es más profunda, ni más lúcida. Ni más valiente, ni más libre. Mao ya no conviene como dictador, sino como icono. Vaciado de su contenido político, social. Liberadas las consciencias de la necesidad de cuestionarlo, podemos utilizarlo como cualquier otro objeto, al servicio del ídolo progreso, crecimiento, más, más, más madera.

El ejemplo de China sirve, como podría servir cualquier otro, de cualquier lugar, de cualquier momento, para expresar la estela descarriada en la que me parece que estamos sumidos. Nos envolvemos de ruido, fabricamos más y más estímulos. Y nos olvidamos. Nos olvidamso ¿de qué? No lo sé. No soy tan sabio. No puedo imaginarlo. No puedo recordarlo.

Luces y Sombras VII. El Oasis

Y yo que estaba tan tranquilo. Yo que pasaba por un momento más o menos alegre en mi pequeño mundo y tenía algún tiempo libre. Resulta que me da por meterme donde no me llaman, en la Wikipedia. Ese lugar en el que me pongo a buscar cosas que me gustan. Y tecleo Siwa, la ciudad del oasis egipcio. Y veo sus palmeral y bueno, clikeo un enlace que me lleva a la página web de un tal J E.
Estos personajes no deberían existir o, al menos, yo no debería encontrármelos. Ni debería leer los nombres de lugares que perturben el pequeño orden establecido en mi mente. ¿Para qué? Para qué querría un pobre diablillo como yo nombrarlos. Déjalos que existan y mantenme en su ignorancia. ¿No ves que si no pasa lo que pasa? Y lo que pasa es que me dan ganas de ir, y no puedo. Y lo que me pasa es que me dan ganas de pasarme el rato buscando información sobre ellos, y no debo. En fin, uno que intenta trabajar aquello de sentirse satisfecho con lo que tiene. Y cree que lo consigue, y de hecho así es. Sin embargo, qué fácil es volver a caer en el deseo de sentirse más autorelaizado. Más expandido. Más, ése, que tal vez no sea más que la fantasía de otra persona.
Y venga a alzarse velos. Con su dulce aroma a melancolía de lo que no es. Y ya estamos otra vez. Buscamos en el youtube un ritmo que lo aderece y seleccionamos Moments of Doubt de Omar Faruk. Y a sumergirnos en las aguas oscuras de la fantasía autocomplaciente. Y a alejarnos del aquí y ahora. Y a volar hacia el allí y nunca. Y esta vez te toca ti. Hoy dejaré tranquila a B, tiene mucho trabajo. La pobre ya me ha escuchado bastante. Y tampoco es que tú tengas que aguantarme. Tan sólo será un instante. Tan sólo mientras una nueva nube cruza nuestra mirada y pinta el cielo de nuevas formas, que nos lleven al olvido de este momento. Lo demás es silencio.
En fin, eso es todo por hoy. O quizás algo más. Pero lo dejaremos para otro día, un día en que vuelva a escuchar la voz de la sirena ciega en el fondo de la cueva.

Luces y Sombras VI. Exilio

La noche es joven, o eso dicen. Seguramente los mismos a los que les gusta redundar en la expresión ... la Barcelona de los 50.
No sé si la noche es joven, al menos es silenciosa. Seguramente algo muy parecido a la noche, es lo que debe haber más allá de este universo, que según dicen, se expande. Si se expande, debe acabar por contraerse, o al menos eso se deduce si hacemos casos de la ciencia moderna y la visión hindú del tiempo.
Ojalá la mente se expandiera de la misma manera, se expandiera y fuera más allá de las trabas que la realida le presenta. Ojalá un disparo de nieve recorriera el espacio entre el deseo y la meta. Un minúsculo destello de luz, que nos llevara a la respuesta. A la llave que abre las puertas. Sin embargo, hay tantos obstáculos. El mundo es un lugar tan ajeno a los pequeños pensamientos. Las corrientes que lo mueven, omnipotentes y ciegas. Las leyes que lo rigen, tan simples, tan claras, tan confusas, tan raras. Los ojos de la eternidad nos observan, impertérritos. Las luces de la mañana, se alzan cada día y proclaman que sólo lo que se impone es. Sólo lo que domina florece. Sólo lo que se alza, alcanza la luz, y vive. Sólo aquello que vence, en la batalla, perdura y crece. ¿Cuáles son entonces nuestras armas? ¿La confianza en un futuro mejor? ¿La fe en la constancia? ¿Cómo dotarnos de las armas necesarias, para luchar, para vencer, para llegar, para crecer, para hacer nuestra la balanza?
¿Cómo emerger de entre el fango, donde otras sombras, como nosotros, intentan alcanzar la luz, o al menos, asirse a un pedazo de tierra que no se hunda? Estamos condenados a jugar, y en ese juego escondieron nuestras armas. Estamos condenados a buscar, y en esa busqueda se desacen nuestras almas. Y apenas sabemos por qué. Por quién doblan las campanas. Mientras, seguiremos adelante. Deseémonos suerte. En nada más nos podemos ayudar. La suerte está echada. El mar es infinito, tenemos que remar.
La noche es joven, eso dicen. Y nosotros, ¿Somos jóvenes también?

Luces y Sombras V. Bound for Glory

Llevo un rato viendo un documental sobre Bob Dylan. Ya se ha acabado. Ojalá hubiese durado más, todo el día. Hubiera estado sentado aquí, contemplando la evolución de ese hombre. Escuchando las declaraciones y explicaciones sobre su viaje vital, sin concentrarme demasido en lo que decían. Sino dejándome llevar por las sensaciones que la historia que me contaban producían en mí. ¿Por qué? Porque el relato de su vida es como el de una historia iniciática, de autodescubrimiento. Lleno de luces y sombras. Lleno de destellos y pérdidas. No me refiero a la fama, no me refiero a la leyenda. Sino al drama que dicurre entre líneas del relato. Una historia que avanza y que conecta a su protagonista con el eco, con la evocación de alguien que se reconoce a sí mismo. Un personaje del que me gustaría seguir sabiendo. Seguir, de alguna manera aprendido, seguir creyéndome capaz de aspirar a ir más allá de mis limitaciones cotidianas. Tan plasusibles, tan ambiguas y simples.
Hay algo más, hay mucho más. Existe el personaje que evoca un mundo más simple, más salvaje y a la vez más inocente. Donde la voluntad servía aún como monedad de cambio frente al destino. Donde el camino parecía estar aún esperando a tus pies sobre las piedras. Donde aún era posible reconocerse en el reflejo silencioso del río. Un mundo del que nuestro personaje parece heredero y representante. Un mundo cuyo espíritu encarna y salva del olvido, pues tal mundo ya no existe.
Pero no es más que destello estético. Algo más tiene que haber. Creo que algo en mí responde, se identifica con la necesidad de no claudicar, de no ceder frente aquello que no siente real. Que no siente parte del mundo. Con la maquinaria que el ser humano ha inventado para alienarse, para engañarse, para entretenerse, para huir de sí mismo. Y que genera tanta destrucción. Tanto enfrentamiento. Con el mundo real. Al que teme, desprecia, del que huye y al que agrede.
Por eso inventa una voz falsa. Para no oír la real... No pretendo saber cuál es la real. Pero sí sé que siento que mucho de lo que me rodea, no es más que humo. Ruido. Y no lo quiero. Quiero otras voces, otros ámbitos, que están ahí, tras la cortina de humo. Que están en mí.
De alguno manera, viendo estos documentales. Y estando en contacto con todo aquello con lo que me identifico, me siento más cercano, más en contacto con ese mundo al que pertenezco.
Por eso quisiera haber seguido en esa historia, en ese cuento. Aunque, ya está bien así. Que el cuento no se convierta en trampa. Que el refugio no se convierta en caverna. Que los destellos no se conviertan en alucinaciones. Volvamos a intentarlo, una vez más.

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