Al sur la de Isla del Olvido, bañada por las cálidas aguas del Mar de Libia. A los pies de las Montañas Blancas. Camuflada entre barrancos y ensenadas, se halla La Sfakia. Un lugar de encuentro para quien vaga...







domingo, 15 de noviembre de 2009

La Taberna de Manos VI

...A la mañana siguiente, antes de irme, bajé a desayunar. Allí estaba toda la familia. Me ofrecieron un café con leche y un trozo de pastel de crema. La madre de Manos fue un momento a la cocina y enseguida volvió para entregarme una bolsa. “Toma, esto es para ti” La abrí, en ella había una botella de agua llena de la miel que habíamos recogido durante la noche. Le di las gracias. Qué mejor presente podría llevarme de aquel lugar que aquel producto de su tierra, de sus plantas, de sus animales, de sus personas y de su luz, que yo mismo había ayudado a recoger.
Llegó la hora. Me levanté para despedirme. Los tres hombres se incorporaron y nos dimos la mano. Besé a la madre y pedí a Manos que me despidiera de su sobrino y de su abuela. Bajé al embarcadero y subí al ferry. No tardó en arrancar el motor. Marcha atrás, el barco viró hacia el babor y empezó a resbalar frente a la costa. La aldea iba quedando atrás.
Mientras el ferry se alejaba, desde popa tomé un par de fotografías. La aldea se dibujaba, diminuta y blanca, a los pies del imponente macizo, sobre el enérgico azul de la mañana. Y pensé, eso es la Sfakia. Agrestes montañas y el mar. Dos fuerzas poderosas, entre las que hilos de agua dulce tejen el milagro de la vida. Éste, me dije, quizás sea el secreto que alimenta el orgullo de los habitantes de la Sfakia por su tierra. Un secreto que, al permitirles vivir entre fuerzas creadoras de la naturaleza, les sitúa frente a su propia fragilidad. Uniéndolos a la tierra de la que dependen. Hundiendo en ella fuertes raíces de las que nace su identidad. Una identidad que les ata a la tierra. Que les dice quiénes son. Y les libera de la angustia de aquellos que, como yo, desconocen si alguna vez hallarán su lugar en el mundo.

Desde Hora Sfakion tomé un autocar rumbo al noroeste. Hacia Kissamos. El puerto desde el que abandonaría Creta. Rumbo al Peloponeso. Se hizo de noche mientras pensaba en los días pasados junto a Manos y su familia. Días en los que había tenido la suerte de encontrar el valioso tesoro de la calidez humana. En los que había sentido la cercanía y el cariño de unas personas que me acogieron, que me abrieron sus puertas y me regalaron su compañía. Días en los que había podido compartir una forma de vida arraigada a la tierra, vinculada a la naturaleza y consciente de sus ciclos. En la que los hombres comprenden aceptan la unión del nacimiento y la muerte. Conscientes de su fragilidad y de su fuerza.
En el paseo se encendían las farolas, tiñendo con su luz ocre las terrazas y el rumor del oleaje. Frente a mí, los dos cuernos de roca que forman la bahía de Kastelli se cerraban apuntando hacia el norte. Hacia el Peloponeso. De vuelta al continente, al día siguiente abandonaría Creta. Entonces, a punto de irme y pensando en volver, sonreí al recordar las palabras de Cervantes en las que se pregunta ¿Es acaso tiempo perdido aquél que se dedica a vagar por el mundo?

La Taberna de Manos V

...Sin saber que se convertiría en costumbre, una mañana acompañé a Manos y a su cuñado Leonidas a la granja. “Mañana mataremos dos corderos, ¿te atreves?” Me había advertido la noche anterior. Quedamos a las ocho en la terraza de su taberna. Tras un café, subimos en su coche a la aldea vieja. Tras una puerta metálica, atravesamos la propiedad de otro vecino hasta llegar a la de Manos. Observé qué hacían Manos y Leonidas, intentando no serles una molestia. Empezaron repartiendo las sobras que habíamos traído para los cerdos y los perros. Después, en una caseta, Manos y yo preparamos el grano para las ovejas, mientras Leonidas cortaba las hojas para las cabras. En un pequeño cercado Manos señaló dos corderitos y me dijo, “Esos dos son los que vas a matar”. Entramos en el cercado y sacamos los animales, excepto los dos elegidos. “Tienen casi ocho meses, hay que matarlos sino la carne se pondrá demasiado dura”. Miré a aquellos animales pastar, ajenos a lo que les esperaba. No quise caer en sentimentalismos, para no incomodar a mis anfitriones. Enseguida llegó el momento. Cada uno de los hombres cogió un animal. Los llevaron bajo un árbol. De él colgaban dos afiladas navajas. Todo fue muy rápido. Los animales no presentaron resistencia, dócilmente se dejaron estirar sobre la hierba. Apenas dos certeros cortes en el cuello y todo acabó. Manos dejó los dos cuerpos a su lado y encendió un cigarro, con los dedos cubiertos de sangre. Leonidas hizo lo propio y me ofreció. “Va bien después de esto” me dijo con un guiño cómplice. Lo que más me impresiona es verlos temblar. “Están muertos, sólo son impulsos nerviosos. Enseguida acabará”. Cogí una manguera y me puse a regar una parte del huerto. ¿Está bien así? “Sí, sí, toda esta parte”. Tenéis mucha agua disponible, es una suerte. “Y gratis. Habrás visto las tuberías que hay en el cauce”. Cuando los impulsos nerviosos cesaron, cogió un cordero y tras quebrarle una pata, lo colgó y le rajó un trozo de piel. Soplando despellejó fácilmente al animal. Luego lo abrió y extrajo todas las vísceras. “Del cordero lo aprovechamos prácticamente todo”. Sacó y limpió los estómagos, los intestinos y lo metimos todo en una bolsa de basura.
En la granja me hice amigo de una perrita. El animal estaba en una jaula metálica de apenas un metro y medio. Yo no entendía por qué pero tampoco sabía si preguntar, aquellas personas estaban siendo muy amables conmigo y no quería que se sintieran cuestionadas en su propia casa. No obstante, un día se lo pregunté a Manos. “La tenemos para guardar unos huevos. Aquí en Creta hay un pequeño animal que parece una rata, se come los huevos. Por eso tenemos la perra, para asustarlo”. Comprendía el carácter funcional que se les da a los perros en el campo, por eso se domesticaron. No obstante, cada vez que veía aquella perrita mover la cola desesperada, queriendo salir de la jaula y, al ver que era imposible, sacar la cabeza para que la acariciara, no podía evitar sentir ganas de sacarla de allí. A veces Manos me miraba, yo no sabía si censurándome por dentro. Creo que no. La tarde antes de mi partida volvimos a la granja. Mientras acariciaba a la perrita por última vez, me despedí de ella. Ya habíamos acabado la faena y nos marchábamos, entonces Manos me dijo “Vaya ahora que os habéis hecho amigos te vas, te va a echar de menos”.

A un lado del embarcadero se abre la cala principal de la aldea. Al otro, siguiendo la línea del agua, tras atravesar el cauce seco y un pinar en el se permite la acampada libre, una roca corta la playa. Puede bordearse a nado o subiéndola por la arena. Una tarde coroné la roca por la arena, llevando conmigo las gafas de agua y unas aletas que Manos me había prestado. Estuve buceando un rato. Tras unos días de marejada, aquella tarde cerca del ocaso, el agua estaba tranquila. Como si tras la agitación, disfrutara de un sereno reposo. No tardó en ponerse el sol tras los cerros del oeste y el manto de la oscuridad fue abrazando la bahía.
Salí del agua y me dejé secar, cubierto con la toalla. Enseguida se oscureció. La luna llena reinaba sobre el mar, tiñendo las formas con alo de plata. No sé cuánto tiempo estuve allí sentado sobre la roca mirándola, escuchando el mar. En el pinar, había encendida una hoguera, con las siluetas de algunos cuerpos sentados a su alrededor. Tras de mí, el eco de los cencerros rebelaban la presencia de las cabras, invisibles a los pies de los altos cerros sobre los que brillaban mil estrellas.

La noche anterior a mi partida Manos, Leonidas y yo estuvimos extrayendo miel de los cuadros que aquella tarde el padre de mi amigo había traído de la granja. Yo le iba pasando los cuadros de los paneles y mataba, chafándolas con un paquete de tabaco, las pocas abejas que aún quedaban. “Por eso lo hacemos de noche. Ahora, aisladas y sin puntos de referencia son mucho menos agresivas”. Manos sacaba la parte más densa de la miel con un cuchillo eléctrico a alta temperatura y daba a Leonidas los cuadros para que éste los colocara en el extractor, del que saldría el néctar dorado, filtrado y listo para ser vendido. Pasamos largo rato en aquel porche de hojas de parra junto a mi habitación trabajando juntos, hablando y compartiendo la sensación de camaradería y aprecio mutuo. Leonidas sacó de una bolsa un queso de cabra, lo cortó en rodajas y nos lo ofreció depositándolo sobre una caja. “Esto es lo mejor. Queso de cabra con miel” y lo bañó en el hilo dorado. Manos y yo hicimos lo mismo y los tres nos sentamos sobre unas cajas para comer y descansar un rato. De la taberna, el sobrino de Manos nos trajo agua y se sentó a comer con nosotros. Entre las oscuras hojas de parra brillaba la luna llena. Un coro de grillos competía con el rumor del mar y nuestras conversaciones a media voz. Aquella fue nuestra despedida. Libre de cualquier artificiosidad. Tan sólo unas personas que disfrutaban de sus últimos momentos juntos. Pronto aparecieron los padres de Manos, llevando a la abuela a la cama. Tras acostar a la anciana vinieron a darnos las buenas noches. “Esperad un momento, les dijo Manos, vamos a hacernos una foto con H”.
Ya casi habíamos acabado el trabajo.

“Con la miel que tenemos podemos sacar unos seiscientos euros. No está mal por un rato de trabajo ¿no?” “Ves este tubito que tengo aquí. Es adrenalina. Soy alérgico a la picada de las abejas. Si me picaran tendría que inyectármela clavándome el tubo en la pierna. Sino en quince minutos estaría muerto”. Joder, dije. “Hasta los veintidós años no se presentó la alergia. Iba con mi padre a los panales, me picaban y no pasaba nada. Un día, mientras ayudaba a mi padre me picó una. No le di mayor importancia y seguí trabajando. Enseguida empecé a sentirme mal. De repente me costaba respirar. Me estaba ahogando. Por suerte aquel día el médico estaba en el pueblo. Mi padre me llevó corriendo y me pudieron salvar. Así que ahora no voy a los panales y para hacer esto, ya ves, siempre con el antídoto”.
Poco antes de irnos a dormir, Manos me preguntó “¿estás seguro de que te vas mañana?”. No, le contesté. No estaba seguro de quererme ir nunca.
Lo recogimos todo y nos dimos las buenas noches. “Nos vemos mañana en el desayuno antes de que te vayas”. Apagué la bombilla que habíamos utilizado para trabajar. Subí a la segunda planta del edificio. Las sábanas tendidas centelleban bajo la luz de una luna. Más allá de la silueta de las casas, tan sólo el mar oscuro y sinuoso...

La Taberna de Manos IV

...Solía comer siempre en la misma mesa. En una esquina desde la que veía la playa. Una pequeña valla de madera separaba la taberna de Manos de la Samaria. Para mí las sensaciones que transmitían las dos tabernas eran muy distintas. Casi opuestas. La de Manos ofrecía cocina casera, mientras que la Samaria anunciaba comida rápida y una menor variedad de platos. Quizás por ese motivo, la Samaria estaba siempre un poco más llena que la de Manos. Porque buscaba ofrecer al turista algo con lo que se sintiera identificado. Comida rápida con un toque griego. No era ésta la única diferencia. Para mí la más importante era el ambiente entre las personas que trabajan en una u otra. Mientras que en la de Manos, todos atendían a los clientes y de vez en cuando incluso se fumaban un cigarro sin que éstos los vieran. En la Samaria sólo el jefe hablaba directamente con los clientes. Tras intercambiar algunas frases en las que parecía quererse hacer el simpático, se giraba para gruñirles a sus empleados lo que tenían que traer. Les gruñía, les cambiaba la cara y de una falsa sonrisa pasaba a una mueca desagradable. A mí me parecía entender porqué iba más gente a esa taberna. Era más accesible. Más parecida a lo que ellos estaban acostumbrados. Les facilitaba más los conceptos con palabras comunes. Sin embargo no podía estar de acuerdo con su elección. Tan sólo la expresión de aquel hombre generaba en mí una negativa a entrar en su taberna.
Solía observar a ese hombre, discretamente, mientras comía. Un día en el que hacía bastante viento la madera sobre la que se anunciaba la comida de Samaria cayó al suelo. Rápidamente un empleado corrió a recogerla. En ese momento oí la voz de Manos “toma ya”. Se sentó junto a mí en para tomar nota de lo que iba a comer. Empezamos a hablar. En algún momento la conversación se desvió hacia los habitantes del pueblo. “No me gusta porque con mucha gente con la que ni siquiera te hablas durante el verano. Luego, en invierno, como no hay casi nadie en el pueblo tienes que mantener conversaciones. No todo el mundo es buena gente por aquí”. En castellano hay un refrán que dice, pequeños pueblos grandes infiernos. “Pues es verdad. Es lo que pasa con alguna gente. Todo el mundo conoce a todo el mundo. Y todo el mundo puede juzgar a todo el mundo o atacarlo. Mi taberna y ésta de al lado antes eran la misma”. ¿A sí? “Sí, su dueño es mi tío. Es hermano de mi padre. Hace muchos años se pelearon. Mi tío es una persona a la que sólo le importa el dinero. Ahora no nos hablamos. Yo era pequeño, pero me di cuenta que le robaba a mi padre…
Mientras Manos me contaba la historia, me alegré de que mis intuiciones fuesen acertadas. Me alegraba haber escogido su taberna y así se lo dije. Cuando vine con C en Semana Santa, recuerdo que no sabíamos a dónde ir y al llegar a tu taberna le dije, aquí. Me alegro de aquella elección. “Gracias. Yo también me alegro. Es muy bueno conocer a personas como tú, my friend”. Entonces abrió la libretita y apuntó lo que quería. Con un golpecito en mi hombro se levantó para ordenarlo y yo me quedé mirando a la playa casi vacía. Contento de estar allí.

Grecia le debe a Creta su principal dios olímpico. Al este de la isla, en la cueva Dhiktea, Rhea escondió al bebé Zeus. Harta de que Cronos se comiera a sus hijos tras nacer, le dio una piedra como si esta fuera el retoño y escondió al bebé. Cronos, la más poderosa fuerza hasta el momento, ya había devorado a los hermanos mayores de Zeus, Deméter, Hera Hades y Poseidón, temeroso que alguno de ellos cumpliera la profecía con la que la Madre Tierra predijo que sería derrocado por uno de sus hijos. Rhea entregó el pequeño Zeus a las tres musas Kouretes y estás los escondieron y criaron en el Monte Ida, en el centro de Creta. Cuando el joven Zeus se hizo mayor volvió a la tierra de sus padres, la Arcadia y le pidió a Rhea que lo nombrase copero de Cronos. Así, pudo preparar un brebaje con el que enfermó a su padre y le hizo vomitar a sus hermanos.
Todos se unieron para combatir a Cronos, a quien sostenía el ejército de los Titanes. Zeus liberó a los Cíclopes del Tártaro y los unió a sus tropas y estos gigantes le entregaron el poder del rayo. Tras diez años de guerra, un día, los tres hermanos que dirigían el ejército rebelde, Hades, Poseidón y Zeus, entraron en el palacio del supremo Cronos. Mientras Hades lo desarmaba, Poseidón los distraía, Zeus le clavó el rayo y lo mató.
Lograda la victoria, hubo un sorteo entre los tres hermanos, para decidir cuál sería el primero de los dioses. La suerte favoreció a Zeus, que quedó como soberano de los cielos, a Poseidón le correspondió el reino de los mares, y en manos de Hades quedaron la oscuridad y el mundo de los espíritus. Zeus se casó con Hera y se convirtió en un nuevo tirano. Asesino, promiscuo, incestuoso, maléfico, caprichoso y despiadado. Escogió el Monte Olimpo, al sur de Macedonia como su residencia y la de las otras divinidades sobre las que imponía su brutal dominio, gracias siempre, a su rayo.
Un dios, en la Antigüedad no era un protector ni un amigo, ni alguien a quien debiera imitarse, ya que casi todos ellos carecían por completo de ética.
El dios griego era un depravado ser todopoderoso al que los hombres temían y trataban de calmar con sacrificios y construcciones en su honor. Los hombres griegos vivían sin esperanza en ningún paraíso que los acogiera tras la muerte, pues todos los muertos iban a vagar eternamente por el Hades, hubieran sido ricos o pobres, poderosos u hombres comunes. Sin un dios ideal al que imitar o del que heredar las reglas morales por las que regirse, construyeron ideales basados en las posibilidades éticas del ser humano, a través de la revolución estética que supuso la cristalización de estos ideales en su arte...

La Taberna de Manos III

...La moderna Agia Roumeli no es la aldea original. Ésta no daba al mar, estaba a casi un kilómetro en el interior. En ella, ahora tan sólo hay los huertos y los cercados para los animales. La actual Agia Roumeli ha crecido gracias al turismo. En la Sfakia la vida era dura, la economía de subsistencia y tras la Segunda Guerra Mundial, la gente fue emigrando hacia el norte. A principios de los setenta, con el interés por las gargantas de Samaria, Agia Roumeli cobró importancia como enclave de paso para los excursionistas. Algunos vecinos que conservaban propiedades construyeron nuevas casas y las convirtieron en tabernas y pensiones. El padre de Manos construyó la primera taberna en 1971. “Manos era el nombre de mi abuelo. Mi padre se llama Gyos como mi bisabuelo. Aquí todos somos familia”. ¿Vives todo el año aquí? “Prácticamente. Tenemos otra casa en Haniá. Pero en invierno soy yo quien se encarga de mantener los animales y la granja. Tengo que estar aquí”. ¿Qué tal es trabajar con la familia?. “Se hace tedioso y estresante a veces. Pero a mí me gusta esta vida. Me gusta trabajar con los animales y me gusta conocer gente distinta, hacer amigos de otras culturas. Pero, prácticamente no tengo vacaciones, siempre estoy aquí”. Es la dura vida de un granjero que es también hombre de negocios. Manos asintió con una sonrisa y me ofreció un cigarro. Se lo acepté, estaba fumando demasiado pero no quise decirle que no. Al poco acabé de desayunar. Eran las ocho de la mañana. Subí al pueblo viejo y entré en las gargantas de Samaria.

A aquella hora no había nadie. Los turistas tardarían varias horas en bajar y aunque el sol no había desplegado aún su tórrido manto, comenzaba a alzarse ya sobre los escarpados cerros. En lo alto, una parejas de águilas planeaban sobre las cumbres rocosas hasta suavemente desaparecer. Tras la aldea vieja llegué al puesto de control del Parque Nacional de las Montañas Blancas y pagué los euros de entrada.
En la subida me acompañaba el murmullo constante del arrollo, a veces invisible. Las rocas se agolpaban en las paredes del cauce casi seco, mostrando la fuerza imparable del agua en el deshielo primaveral. – ¿Antes las Gargantas estaban abiertas también en primavera hasta que hubo un accidente, verdad? Le pregunté a Manos días después “Sí, fue hace unos diez años. En primavera a veces hay riadas repentinas. La fuerza del agua se oye a un kilómetro de distancia. Aquel día la mayoría de turistas buscaron refugios en lugares altos. Pero cuatro o cinco turistas alemanes se quedaron en medio del cauce haciendo fotos. Y claro, la tromba llegó y se los llevó por delante. Encontraron restos de un par de ellos al final del cauce y de otro en el mar. Uno o dos desaparecieron. Pero, ¿qué esperas, si te quedas en medio?”.
Los muros rojizos se alzaban junto a mí, en ellos los arbustos fijaban obstinados sus delgados troncos en la roca. Más allá las nubes se dibujaban sobre las cumbres alpinas inscritas en el cielo azul. Por doquier oía el canto de los pájaros. En alguna esquina a la sombra, sobre una roca, me senté a disfrutar de la brisa y de un buen trago de agua.
Pronto vi los primeros turistas. Al principio escasos, luego en tropel. Todos bajaban y sólo yo subía. Durante el camino había varios lugares de descanso, con fuentes de agua canalizada y asientos de madera. Uno de ellos marcaba la mitad del recorrido, a unos seis kilómetros de cada extremo. Allí decidí darme la vuelta y volver a la aldea. Antes paré a descansar. Junto a los bancos, plagados de turistas, había unos lavabos y un refugio de los guardas forestales. Unos cuantos ejemplares de cabra salvaje, seguramente traídos por los guardas como muestra para los visitantes, pastaban junto a dos caballos. El sol reinaba en su canícula, anunciando unas cuantas horas de intensidad. Inicié el descenso. Pensando en mi mesa de la taberna, frente al mar...

La Taberna de Manos II

Dichoso sea a quien antes de morir,
le haya sido dado navegar
por las aguas del Egeo.
En ninguna otra región pasa uno tan serena
tan suavemente de la realidad
al ensueño
en él, todo límite se suaviza.

Nikos Kazantzakis, Zorba el Griego


Las cañas crepitan en el viento. El mar enviste con la fuerza de un amante vigoroso. En el cielo la vista huye hacia un azul inmaculado, infinito. Y un invisible hilo de agua rebela el secreto de aquel pequeño vergel, que celebra la vida bajo el tórrido sol del estío.
Agua que al descender de las Montañas Blancas labra las gargantas que han de abrirse camino hasta el mar, allá, en Agia Roumeli. Las Montañas Blancas dividen en dos el oeste de Creta, la provincia de Haniá. El norte accesible, turístico y urbanizado. El sur, más rural, abrupto y de difícil acceso ha escapado, de momento, a las redes del turismo masivo.
Las Gargantas de Samaria, las más largas de Europa con casi veinte kilómetros de longitud, abriéndose paso hacia el Mar de Libia atraviesan el corazón del suroeste de Creta, la Sfakia. Autosuficiente, gracias a los cauces que la abastecen, esta región rodeada por cumbres de más de dos mil metros ha vivido hasta hace muy poco en un altivo aislamiento. Cada día un torrente de turistas desciende las gargantas y desemboca en Agia Roumeli. A media mañana ves llegar a los más madrugadores y hacia la hora de comer las tabernas rebosan de excursionistas, ávidos por refrescar la garganta y comer algo tras el largo paseo, de más de cuatro horas, bajo un sol de justicia.
Cada día gentes de muy diversa procedencia (aunque especialmente alemanes y franceses) llenan las terrazas, dejan sus divisas y con el último ferry de la tarde parten hacia la vecina Hora Sfakion, seguramente, de vuelta a la costa norte.
Entonces, de nuevo, la aldea vuelve a respirar. Los dueños de las tabernas y sus empleados, tras haber ordenado los restos de la jornada, encienden sus cigarros en silencio o conversando frente a un café o un copita de raki bien frío, sentados en las terrazas vacías. En ese momento, el sol ha dejado atrás su urgente fiereza. Y dócilmente, resbalando tras las montañas da paso a la luna, en una caricia púrpura.


Un sábado a las nueve de la noche, zarpé del Pireo en un ferry rumbo a Souda, el puerto de Haniá. Al amanecer el enorme buque atracaba en el embarcadero. En lenta procesión desembarcamos los pasajeros. De sus bodegas emergían las motos, los coches e incluso las furgonetas que el leviatán había guardado en su corazón de hierro, asustando con sus pitidos a más de un turista adormecido. Algunas decenas de familiares y los taxistas esperaban a los pies de la rampa. Tras escapar del pequeño tumulto, llegué a la ciudad. La estación de autocares estaba a la vuelta de la esquina y en apenas una hora, contemplaba la carretera serpentear entre montañas, rumbo al sur. Hacia el Mar de Libia.
¿Qué significa Agia? Le pregunté a Manos en una ocasión. “Significa Santa. Santa Roumeli. Pero nadie sabe de dónde viene Roumeli. Algunos dicen que es el antiguo nombre de una planta, otros que era el nombre de una princesa. En tiempos de Minos aquí había un reino, distinto de aquél. Se llamaba Tara. Eran dorios. Tenían tratos comerciales con Egipto, Libia y Asia Menor”. Mucha gente de aquí es rubia y de ojos claros. “Sí, de hecho, hay una polémica sobre quienes son los auténticos cretenses. Algunos dicen que la gente morena del norte, otros que los de color más claro de esta región. Aquí casi no llegó el dominio turco. Ni el veneciano. Y la represión nazi fue escasa. Durante la Segunda Guerra mundial, los sfakianos formaban una unidad que apoyaba a los partisanos en el norte de la Grecia continental. Pero el gobierno del continente nunca se ha portado bien con nosotros”. De hecho, durante algún tiempo hubo un gobierno independiente, ¿no? “Sí, eso fue después de la Guerra de La Independencia contra los turcos, hasta 1913”. ¿Tú qué prefieres? “La mayoría de la gente de aquí prefiere sólo Creta. Aquí tenemos de todo. No los necesitamos. Yo me considero cretense”.
Aquella noche, tras cenar, hablamos largo rato Manos y yo. La taberna ya había cerrado. Todos se habían ido a dormir. Su padre, su madre ayudando a la abuela, el sobrino y hacia un momento, también su cuñado Leonidas. La mayoría de las luces de las terrazas se habían apagado y tan sólo el pequeño supermercado continuaba abierto. “Aquí en Grecia la gente no respeta nada. Les da igual. A la mayoría sólo les interesa el turismo”. Es un problema bastante común en los países mediterráneos. Bueno, casi en todas partes. “Mira, aquí desde hace sólo dos años se ha empezado ha dar clases sobre temas de medio ambiente y ecología”. “Para mí esto es un paraíso. Pero ya ves como está el norte. Por suerte, por lo menos aquí en Agia Roumeli nadie quiere vender a empresas constructoras”. En España, con el Desarrollismo de los sesenta se inició lo mismo que tu explicas del norte y aún sigue. Y ahora que se está tomando algo de conciencia ambiental, el daño ya está hecho y es irreparable. La sobreexplotación, cuando se instala es muy difícil de erradicar. Genera mucha riqueza en muy corto plazo. Nunca se hace con equilibrio. “Ése es el problema. Por suerte en el sur no ha pasado, todavía”...

La Taberna de Manos I- Prefacio

Prefacio

Impresiones a media tarde.

Enredadas sobre finas vigas de aluminio, cuelgan las hojas de parra y de un limonero salvando a la terraza de la luz incandescente de la tarde. Por doquier, las chicharras lijan la monotonía de estas horas en las que hasta el mar parece dormitar, en espera de que el sol conceda una tregua.
Entre mis dedos y de mis labios el terco aroma de pescado se resiste a marchar, pese a mis intentos por eliminarlo. Recordándome la comida de hoy, en la Taberna de Manos. Una dorada a la plancha, un tomate fresco y un plato de frutas de la tierra, de melón de manzana y de esas pequeñas uvas de las que se obtiene un buen vino blanco y el dulce licor de raki.
Enciendo un cigarro y recuerdo que anoche, mientras charlábamos frente a un par de cafés, Manos me dijo “a veces aquí no queda más remedo que fumar”. Me lo dijo, mientras me contaba lo que hace durante el invierno, “ No hay mucho que hacer; ocuparse de los animales, del huerto y reparar algunas cosas pero, hay que estar aquí”.

Luces y Sombras IX- Georgia Lee

Ahí fuera, en mitad de la noche, hay un lugar llamado felicidad.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

El Mundo V- Buenas Intenciones

En la página web de la África, Fundación Sur, dentro de su sección de noticias del pasado día 16 de octubre, podemos hacernos eco de un acontecimiento; "Desde Cotonou, capital económica de Benin, un grupo de Jefes de Estado y líderes políticos africanos, bajo la bandera de la Fundación Chirac, ha lanzado el día 12 de octubre un llamamiento internacional de movilización contra los medicamentos ilícitos". En la misma noticia se nos informa de que "según la OMS, más de doscientas mil personas mueren cada año, principalmente en África y en el tercer mundo por automedicación y recursos a falsos medicamentos".
Frente a este problema, parece que alguien va a hacer algo, "La Fundación Chirac, presidida por el antiguo Presidente francés, ha decidido poner todo su esfuerzo al servicio de la lucha contra los medicamentos-imitación ayudando a los países africanos a dotarse de laboratorios de control de calidad(...) El llamamiento lanzado desde la mítica sala roja del Palacio de Congresos de Cotonou suena como el inicio de una toma de conciencia a escala internacional contra los que se ha convenido en llamar las industrias de la muerte " Además, "el tráfico de falsos medicamentos representa el 10% del mercado farmacéutico mundial, unos 45.000 millones de euros".
Ante tal situación, es lógico, legítimo y debemos estar de acuerdo con que alquien actúe. Sin embargo, de nuevo, antes de dar por fijada nuestra opinión sobre el asunto, quizás sea bueno analizar cómo se plantea. Desde qué punto de vista se analiza. Qué se destaca. Y, sobre todo, dónde situamos el origen del mismo.
Siguiendo las afirmaciones recogidas en la noticia anterior, podemos leer, "La más hiriente de todas las desigualdades es la que afecta a la salud, declaró Jacques Chirac en Cotonou ante los presidentes africanos de Benin, Togo, Senegal, Burkina-Faso, Congo-Brazzaville, Níger y Centroáfrica".
Y añade, "En nombre de la fundación que lleva su nombre hizo un llamamiento para que se establezcan instrumentos eficaces de lucha contra el tráfico de falsos medicamentos, con personal formado y dispositivos represivos adaptados."
Siguiendo esta línea, se nos dice, "El representante de las ONU (Dr. Ponnek Delaloy) fustigó la invasión en hospitales y farmacias de falsos medicamentos y exigió un combate sin tregua contra los que venden la muerte a las personas enfermas".
Hasta este punto, la cosa parece estar clara. Existe en aquellos países una red ilegal, un mercado negro de falsos productos farmacéuticos. Que agraban, todavía más, la ya de por sí, precaria situación de las personas enfermas. Lógicamente este mercado hay que perseguirlo. Habría que acabar con él, porque está envenenando a la gente. Hasta ahí todo bien. Sin embargo, ¿eso es todo? Simplemente dedicando "personal formado y dispositivos represivos adaptados" , como afirma Chirac podemos acabar con el problema. Y sobre todo, desde ese punto de vista ¿estamos abordando el problema en su totalidad?
Sigamos, "Según el profesor Gentilini, del 30 al 70% de los antipalúdicos que circulan en África son falsos total o parcialmente (…)Los falsos medicamentos se venden en farmacias en la calle y en los mercados. En Kinshasa, por ejemplo, habría unas 4.000 tiendas que llevan el nombre de farmacia, cuando sólo son 70 las autorizadas. El circuito de distribución oficial no es respetado. El importador-exportado no es controlado. África parece ser el continente más afectado por este tráfico.".
Estos datos ahondan en la visión de la precariedad y la peligrosidad del mercado ilegal de medicamentos. Pero quizás, la última de las afirmaciones del Dr. Gentilini, nos dé algunas claves importantes, que nos ayuden a enterder qué pasa y por qué. Según Gentilini, el mercado negro “seguirá teniendo auge mientras no sepamos proponer medicamentos a bajo precio en los países pobres”.
Esta variable, casi residual en las diferentes opiniones, recogidas hasta ahora en la noticia es, sin embargo, muy importante. ¿Por qué? En ella, se nos relaciona, pobreza y medicamentos a bajo coste. Se nos da a entender, que quizás, los medicamentos que se distribuyen a escala mundial, no lo son. Es decir, son muy o demasiados caros, para según qué estados o economías. Esto, nos abre perspectivas nuevas. ¿Hasta qué punto podría ser coresponsable, el mercado mundial de medicamentos, en la presencia del mercado negro de los países pobres? ¿Quién controla dicho mercado mundial?
El pasado 28 de octubre. En el programa de RNE Asuntos Propios, el periodista Vicente Romero, en relación a este asunto, comentaba cómo ésta es una de aquellas noticias que nos llega desde países normalmente olvidados. Países que sólo suelen aparecer en los medios occidentales, cuando hay un gran guerra, o una gran hambruna, o una crisis sanitaria de grandes proporciones. Países, con gravísimos problemas asociados a oscuros mercados ilegales, de todo tipo de tráfico. Pero, a qué responde la aparición de todos estos mercados negros.´
Ésta es una pregunta no respondida, es el límite de comprensión en el que nos deja la noticia de África, Fundación Sur. A partir de ahí, debemos buscar nuevas fuentes. Y ése es el papel que juega Vicente Romero. Cuando nos plantea, qué rol juegan las grandes corporaciones farmacéuticas, sus grandes laboratorios y distribuidores. Aquellos que se niegan, sistemáticamente, a ceder patentes. Es decir, a no cobrarlas a países con menores recursos que los occidentales. De tal forma, que puedan fabricarse medicamentos genéricos. Liberados de la marca, del incremento especulativo en su precio, pero con idénticos principios activos.
¿Qué influencia tendrían medidas como ésta, en a la lucha contra los mercados negros?

¿Por qué no se plantea esta medida la Fundación Jacques Chirac ? Si bien es necesario combatir el tráfico de medicamentos falsos.¿No lo es, todavía más, combatir las relaciones económicas injustas que imperan en el mundo?

Como denuncia Vicente Romero, Chirac no se plantea cuestionar el orden establecido. Sólo actúa dentro de él. ¿Hasta qué punto son positivas, por tanto, sus propuestas? ¿Cuán buenas sus intenciones?

La venta de medicamentos falsos, genera unos beneficios de 45 millones de euros al año. Y representa un 10% del volumen negocios mundial. El volumen total de negocio generado por los medicamentos, genera unos beneficios aproximados de 450 millones de euros al año. El 90% de los cuales va a parar a la industria farmacéutica legal. Esto supone más de 400 millones de euros de benficios anuales.
Ante este volumen de negocio gigantesco, cabría preguntarse, qué reponsabilidad, qué influencia tiene la industrial farmacéutica legal, en la aparición y permanencia de los mercados negros de medicinas. Aquellos que matan, según estimaciones de la propia OMS, alrededor de doscientas mil personas al año. Y que condenan a la miseria sanitaria, a no se sabe cuántas más.

¿Por qué no se enfrenta a todo esto la Fundación Chirac ? ¿Por qué no propone aplicar aquellos "dispositivos represivos " de los que hablaba, a las prácticas abusivas de las grandes coorporaciones?

¿Acaso será verdad que vivimos bajo, o frente, o gracias a ese "orden criminal del Mundo" que denuncia Vicene Romero?

¿Cómo podemos hacernos una idea más clara? ¿A qué fuentes acudir? ¿Qué realidades cuestionarnos? ¿Qué podemos hacer?

http://www.africafundacion.org/spip.php?article4683

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