Al sur la de Isla del Olvido, bañada por las cálidas aguas del Mar de Libia. A los pies de las Montañas Blancas. Camuflada entre barrancos y ensenadas, se halla La Sfakia. Un lugar de encuentro para quien vaga...







lunes, 19 de septiembre de 2011

Hoy hace un año



Aunque treinta y cinco mil firmas lo demandaban, el parlamento autonómico no ha querido discutir sobre si Canto a la libertad se convertía en el himno de Aragón. Y seguramente sea mejor así. No le hace ninguna falta a la canción de Labordeta que las cortes conservadoras reconozcan lo que la calle sí reconoce y hace suyo. Ese canto a la libertad les viene grande. Como grande les viene la figura de este hombre, que hoy hace un año murió. Y que hubiera merecido, al menos, un acto institucional que recordara su figura. Su dimensión social, su valentía política y su valor cultural. Pero el poder conservador demuestra, una vez más, su poca altura de miras. E intenta, con su mediocridad resentida, ningunear el legado de un hombre que, como dicen quienes realmente lo conocieron era, en el buen sentido de la palabra, bueno. Y es que, este profesor de instituto, que tanto recuerdan sus antiguos alumnos, seguirá teniéndonos a muchos de nosotros de compañeros en su mochila.



domingo, 4 de septiembre de 2011

Summer's almost gone


Sobre los tejados se agolpan las primeras nubes de septiembre. El verano se acerca a su fin. Las calles vuelven a su ritmo rutinario y todo parece ponerse, de nuevo, en su sitio. Mientras, miro las primeras hojas cayendo, mecidas por el viento, me pregunto. Qué será de nosotros, cuando el verano se haya ido.

Krahe


Cuenta Sabina que no se atrevía a entrar a aquel local del barrio de La Latina, en el que tenían lugar algunas de las mejores noches del Madrid de finales de los setenta. Hasta que, al fin, un día se decidió a probar suerte y, con un puñado de canciones bajo el brazo, se ofreció a cantarlas. Y le dijeron que sí. Acababa de entablar amistad con otro aspirante a cantante, Javier Krahe, a quien llamó para que lo acompañara en su primera actuación, pues no se sentía capaz de hacerlo solo. Así fue como Sabina y Krahe empezaron su andadura juntos, en La Mandrágora. Al poco, Krahe le presentó a Alberto Pérez, un músico a quien conocía de sus veranos en Sigüenza. Y quedó conformado el grupo, que daría tintes de leyenda a las veladas en aquel sótano de la calle Cava Baja, en el que apenas cabían cuarenta personas y el humo de los cigarros.
Como Joaquín, Javier había pasado algunos años fuera, en Canada, donde se había casado con Annick, su compañera desde la mili. Allí combinaría un empleo de librero, con los primeros textos y ensayos de canciones, que enviaba a su hermano Jorge, para que éste las musicara.
Cuando al fin La Mandrágora se disolvió, cada quien voló por su lado. Joaquín se convirtió en mayoritario y Javier en minonitario. Y, a lo largo del tiempo, cada uno fue dejando un puñado de buenas canciones por el camino. La última gran actuación juntos, ya sin grupo, fue en 1986, cuando en un concierto de Sabina, Krahe interpretaría Cuervo Ingenuo, una sátira sobre la catadura moral de un PSOE y, especialmente, de un presidente, Felipe González que, tras pasarse toda una campaña electoral rechazando la Alianza, al final acabó abrazándola sin complejos. Ese día, las cámaras de TVE, que grababan el concierto, se apagaron con los primeros acordes de la canción. Pretendían no dejar rastro de lo que allí estaba sucediendo. Después de aquello, los tentáculos del poder se alargaron prestos para cerrarle a Krahe cuantas puertas pudieron, por lo que el cantante hubo de pasar varios años condenado al ostracismo.
El disco de la Mandrágora vendió varios miles de copias (y sigue vendiendo), tantas como Krahe ha vendido desde entonces por solitario. Sin embargo, pocos artistas pueden presumir de tener un público tan fiel. Un público que, año tras año, llene los locales donde el cantante toca, desde hace más de veinte años, con el cartel de no hay entradas, colgado siempre en la puerta.



sábado, 3 de septiembre de 2011

Wild Children


Hay gente a quien, si no existiera, habría que inventar. O tal vez eso fuera imposible. Y es que, de hecho, eso mismo es lo que esa gente ha hecho, inventarse. A pesar de los pesares, crearse. Y ahora se lo agredecemos.
El año que acabó la Segunda Guerra Mundial, nacía en Belfast George, hijo único de Violet y George. A los doce años tuvo su primera guitarra, con la que aprendería a tocar rudimentarios acordes de las canciones de Leadbelly, Ray Carles y Solomon Burke. En seguida, el joven George mostró dotes para cantar. Formó su primera banda, The Sputniks, después otra, Midnight Special. Y así, hasta dar con la combinación con la que daría el salto a la fama. Una noche de primavera de 1964, la banda The Gamblers, en el primer concierto con su nuevo cantante, cambió su nombre por el más escueto, Them.
Dos años después, el grupo encabezaba el cartel de un local mítico de la noche californina, The Whisky a Go-Go, en el que otra banda en ciernes, The Doors, les hacían de teloneros.
El camino no sería fácil, pronto George se encontraría con las primeras trampas del negocio. La cosa pareció ponerse fea. Pero George siguió adelante y cumplió el sueño americano. Luego volvió a Europa, hecho una estrella. En su mochila de artista viajero, traía un puñado de magníficos discos. En muchas de sus canciones, tras tantas vueltas por el mundo, George cantaba a los primeros recuerdos de su infancia irlandesa de postguerra.

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