Al sur la de Isla del Olvido, bañada por las cálidas aguas del Mar de Libia. A los pies de las Montañas Blancas. Camuflada entre barrancos y ensenadas, se halla La Sfakia. Un lugar de encuentro para quien vaga...







domingo, 4 de septiembre de 2011

Krahe


Cuenta Sabina que no se atrevía a entrar a aquel local del barrio de La Latina, en el que tenían lugar algunas de las mejores noches del Madrid de finales de los setenta. Hasta que, al fin, un día se decidió a probar suerte y, con un puñado de canciones bajo el brazo, se ofreció a cantarlas. Y le dijeron que sí. Acababa de entablar amistad con otro aspirante a cantante, Javier Krahe, a quien llamó para que lo acompañara en su primera actuación, pues no se sentía capaz de hacerlo solo. Así fue como Sabina y Krahe empezaron su andadura juntos, en La Mandrágora. Al poco, Krahe le presentó a Alberto Pérez, un músico a quien conocía de sus veranos en Sigüenza. Y quedó conformado el grupo, que daría tintes de leyenda a las veladas en aquel sótano de la calle Cava Baja, en el que apenas cabían cuarenta personas y el humo de los cigarros.
Como Joaquín, Javier había pasado algunos años fuera, en Canada, donde se había casado con Annick, su compañera desde la mili. Allí combinaría un empleo de librero, con los primeros textos y ensayos de canciones, que enviaba a su hermano Jorge, para que éste las musicara.
Cuando al fin La Mandrágora se disolvió, cada quien voló por su lado. Joaquín se convirtió en mayoritario y Javier en minonitario. Y, a lo largo del tiempo, cada uno fue dejando un puñado de buenas canciones por el camino. La última gran actuación juntos, ya sin grupo, fue en 1986, cuando en un concierto de Sabina, Krahe interpretaría Cuervo Ingenuo, una sátira sobre la catadura moral de un PSOE y, especialmente, de un presidente, Felipe González que, tras pasarse toda una campaña electoral rechazando la Alianza, al final acabó abrazándola sin complejos. Ese día, las cámaras de TVE, que grababan el concierto, se apagaron con los primeros acordes de la canción. Pretendían no dejar rastro de lo que allí estaba sucediendo. Después de aquello, los tentáculos del poder se alargaron prestos para cerrarle a Krahe cuantas puertas pudieron, por lo que el cantante hubo de pasar varios años condenado al ostracismo.
El disco de la Mandrágora vendió varios miles de copias (y sigue vendiendo), tantas como Krahe ha vendido desde entonces por solitario. Sin embargo, pocos artistas pueden presumir de tener un público tan fiel. Un público que, año tras año, llene los locales donde el cantante toca, desde hace más de veinte años, con el cartel de no hay entradas, colgado siempre en la puerta.



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