Al sur la de Isla del Olvido, bañada por las cálidas aguas del Mar de Libia. A los pies de las Montañas Blancas. Camuflada entre barrancos y ensenadas, se halla La Sfakia. Un lugar de encuentro para quien vaga...







miércoles, 23 de diciembre de 2009

Mañana

Aunque sea cierto aquello de que sin esfuerzo poco vale la esperanza, qué bello sería sentir que mañana, al alba, venceremos.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Luces y Sombras X- Canto

Avanzamos en pos de algo infinito. Volvemos a la sombra de la cola del tiempo. Nos iremos, y habrá nubes en cielo. Y blancas serán, las flores del limonero. Nos iremos, de vuelta al valle del silencio. Volveremos a los brazos de luz. Y el universo seguirá flotando. Y su música, seguirá sonando. Y los pájaros, seguirán cantando.
Y es así como debe ser. Es así como la vida se renueva, a cada instante, a cada paso, a cada golpe, a cada vuelo de sombra errante. Todo se ordena, en el vientre del Cosmos.

Pero algo queremos dejar, y está bien que así sea. Estamos hechos de polvo de estrellas y gotas de memoria. Somos reflejos de una vida que quiere ser. Somos ecos de un rayo que busca su gruta. Que busca internarse y florecer. Surgir, radiante, en el nuevo día. Todo se irá. Y tú y yo, también. Tras la promesa, de un nuevo amanecer.


El MundoVIII- Carta Abierta a TodosconAminatou. La Lucha.

Carta abierta a la Plataforma Todos con Aminatou:

Sras. y Sres. de Todos con Aminatou.

Desde aquí enviarle a la sra. Aminatou mi más sentido apoyo. Por su lucha, por la suya personal y por la de todos aquellos a los que representa, el Pueblo Saharaui. Por su pueblo, que en última instancia, somos todos nosotros. La conciencia de las personas son la conciencia de la Humanidad. Considero que su pueblo la necesita. Creo que la necesitamos más viva que muerta. Pienso que su desaparición, tan sólo beneficiaría a la injusticia que la ha llevado a su situación actual. No ya, a la de su huelga de hambre, sino a la de tener que pelear por unos derechos, que son legítimamente suyos como ciudadana de un territorio, reconocido como soberano por una resolución de la ONU.

Durante todos estos días son muchos los comentarios, la presencia de su situación, como noticia de portada de los medios de comunicación. Unos medios, que no tardarían en olvidarla, si muere. Los medios, de una sociedad, dispuesta sólo a atender a lo inmediato. Y cuya demanda constante e irrefrenable de estímulos, condena al ostracismo a todo aquello que no se asocia a ese término, de estúpido y ciego uso, llamado actualidad.

Desde aquí, desde la distancia. Desde la escasa incidencia e influencia de un ciudadano anónimo, me cuestino y se lo hago llegar a ustedes.

Como plataformas de apoyo a la sra. Aminatou, ¿la estamos ayudando en este punto de la situación? Por supuesto, que son las personas que crean foros, las que buscan generar apoyos para ella, influencias que ejerzan presión y desbloqueen su situación, en definitiva, aquellas personas que se están implicando más en su caso, quienes mayor y mejor panorámica sobre éste pueden tener. Sin embargo, uno no puede dejar de preguntarse ¿Hasta qué punto el entusiasmo, por ver cómo alguien se muestra firme frente a la injusticia, cómo alguien se niega a transigir frente a la sobervia de un poder criminal, nos puede llevar a convertir a esa persona en un personaje? ¿Nos puede llevar, a pesar de nuestras mejores intenciones, a utilizarla para exocirtar nuestras propias ansias de redención, nuestra imagen de cómo las personas deberíamos elevar nuestro coraje?

Es ella quién no está comiendo. Es ella quién se está muriendo. Son sus hijos quiénes van a perder a su madre. Quién los va a amparar después. Quién va resarcirlos de la pérdida.
¿Qué inlfuencia tendrá la sra. Aminatou, cuando, dos, tres años después nadie, de los poderosos, quiera recordar su muerte?

En mi opinión, la sra. Aminatou, antes de se una importantísima activista, es una persona. Qué miedos albergará su corazón, cada noche, tras otro día sin comer. ¿Quién está compartiendo ese espacio de vacío con ella? En mi opinión, nadie. Nadie, de aquellos que le envuelven, está en huelga de hambre.
En nuestro apoyo a la sra. Haidar, ¿estamos contribuyendo a abocarla hacia un callejón sin salida?
Con qué fin.

Pienso que las personas que rodean a la sra. Aminatou deberían plantearse estas cuestiones.

Muchas gracias.

Un fuerte abrazo para todos, en especial para la sra. Aminatou

Germà G. R.

Isla de La Palma, a 11 diciembre de 2009.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

El Mundo VII- Nuestra Hora

Los glaciales del Himalaya se funden. Los arroyos, por los que siempre bajó agua, se secan. Los pastos disminuyen, los yaks, a veces, han de ser sacrificados o mal vendidos. El orden de las montañas, se está trastocando. En el techo del mundo, por más que parezca imposible, empieza a faltar agua. A miles de kilómetros de distancia, en los grandes valles del Indostán, miles de millones de personas, dependen de unas cuencas en las que, a la sobreexplotación, la contaminación, la desvirtuación de las presas, se les une una amenaza más poderosa. La alteración en el equilibrio climático de nuestro planeta.
Quién podía imaginar, hace sólo veinte, diez años, que nos cuestionaríamos siquiera la disminución de los hielos eternos del Himalaya.
Quién podía imaginar, hace cuarenta años, que dejarían de ser eternas las nieves del Kilimanjaro.
Hemos conocido un mundo con un clima regular y constante. A pesar de la inundaciones, de los ciclos de sequías, a pesar de las fluctuaciones, hemos nacido y vivido en un mundo cuyo equilibrio, ha dotado a la vida de un escenario de gran estabilidad.
Todo eso, está cambiando. La perioricidad de las estaciones, la regularidad de las lluvias y las sequías, los ciclos continuados, las oscilaciones atenuadas, están dando paso, a otra cosa. A otra realidad. Poco a poco, todo aquello que considerábamos incuestionable, se transforma, muta. Y deja de ser lo que era. Aunque no queramos verlo, aunque no podamos verlo, por estar demasiado acostumbrados a su presencia.
Un estudio, elaborado en 165 aldeas de tres estados de India, revela que en la última década 280 de 809 manantiales antes perennes son ya temporales o se han secado completamente. De los que manaban por temporadas, 321, se han secado 144 y algo más de un tercio de los 324 arroyos permanentes ahora sólo corren por temporadas.
Estos datos pueden no parecernos tan preocupantes. Sin embargo, deberíamos recordar que el mundo es un sistema interrelacionado e interdependiente. Y que la suma de cambios, dan lugar a un aumento exponencial de las consecuencias.
Y es que, al igual que el Himalaya, los pastos están disminuyendo. El pasado año, la temporada de monzones dejó la menos cantidad de precipitaciones, de los últimos cuarenta años. Las consecuencias de todo esto para las poblaciones humanas y animales, aún no están claras. De lo que no hay duda, es que la disminución de pastos para el ganado, amenaza con llevar a la ruina a millones de diminutas economías familiares. La falta de agua, afecta o impide el correcto ciclo germinativo de las plantas. Cuya presencia disminuye y su producción de frutos se disminuye o desaparece. Lo cual se traduce en ambrunas. Las ambrunas, tienden a generar una mayor presión sobre un medio, ya de por sí castigado por la falta de agua... la vida, tal y como la conocemos, se empobrece.

Qué hacer, cuando la realidad de la que dependes, cambia, se empobrece o desaparece. Qué margen de adaptación tienes.
Ésta es una pregunta, a la que todos los seres vivos de la Tierra deberemos enfrentarnos. Cuanto más dilatemos nuestra respuesta, menos tiempo tendremos. Por más que nos empeñemos en no aceptarlo, la inercia de los acontecimientos no va a detenerse. Aquello que llamamos Cambio Climático existe, está sucediendo. La cuestión no es ya, si estamos de acuerdo no. La cuestión, nisiquiera es si podemos revertir el proceso. La pregunta es, cómo vamos a adaptarnos a él. Y qué vamos a hacer, qué nuevas formas de relación con la naturaleza vamos a establecer, para ayudar a paliar sus consecuencias e intentar no seguir potenciando sus causas.
Debemos responsabilizarnos. Y es que hemos llegado a un punto de desarrollo material, industrial y tecnológico, que nos ha convertido en una nueva fuerza moldeadora de la vida en la Tierra. Capaz de revertir y transformar procesos anteriores a nuestra presencia en el planeta. Hasta ese punto, hemos elevado nuestra influencia. Y es que, para saber alimentar y gestionar esa consciencia, debemos dotarnos de la más radical humildad. Debemos despojarnos de las limitaciones de nuestro pensamiento. De la imagen que tenemos de nosotros mismos, respecto a la naturaleza. La fuerza de nuestra especie, debe tornarse en mayor respeto por el mundo en el que vivimos. Porque es de él, del que nos dotamos para existir. Y sólo en él, en el que podemos ser. Pues de él, dependemos.
Ha llegado la hora de ser sus cuidadores. No sus amos, sino sus moradores agradecidos. Ha llegado la hora, de aprender a compartir nuestro diminuto espacio en el Universo, con el resto de los seres que nos acompañan. Que nos acompañan en nuestro viaje en el tiempo. Y es que no debemos olvidar, que antes que nosotros, otras especies parecieron dominar la Tierra. Otros seres dibujaron el rostro de unos tiempos, que ahora no son más que pasado. Su presencia pudo parecer eterna, mientras existió. Pero ahora, es tan sólo un recuerdo. La vida siguió tras ellos.

Y es que la vida, seguirá tras nosotros. La naturaleza guarda un pequeño secreto, que no deberíamos empeñarnos en olvidar. Y es el siguiente, todo lo que acaba con el equilibrio que lo alimenta, acaba por desaparecer. Quizás nos pueda parecer increible, imposible. Pero nuestra presencia en Universo, no ha sido sellada como un pacto eterno. Nuestra existencia necesita de unas condiciones, que le permitan seguir existiendo. No podemos vivir en cualquier realidad. Y es que, realmente, sólo podemos vivir en la realidad que hasta ahora hemos conocido. ¿Podríamos vivir con menos oxígeno, podríamos vivir bajo mucha mayor radiación solar, podríamos vivir con mucha menos agua para beber? Quizás sí, pero cómo sería esa realidad. Sería, a caso, ¿tan rica como a la que estamos acostumbrados? ¿No valdría la pena, intentar conservar la naturaleza como la recibimos de nuestros antepasados, no sólo los humanos, sino del resto de los animales, de las plantas, de las gotas de agua y los rayos de luz, todos aquellos márgenes, que han hecho posible nuestra vida? Que nos han dado la oportunidad de ser y desarrollarnos.

El problema del Cambio Climático, es el problema de la especie humana consigo misma. El tiempo, nos sitúa frente a una disyuntiva. ¿Hacia dónde queremos ir como especie? Como seres humanos, cómo queremos ser. La conclusión a la que lleguemos, marcará nuestra relación con el futuro.
Es hora de plantearse seriamente, cierta y realmente, esta cuestión. Es hora, de dar el salto adelante.

Es nuestra hora. El Planeta nos necesita. Y nosotros, lo necesitamos a él.

Ayudémonos.

El Servicio de Monitoreo de los Glaciares del Mundo (WGMS, en sus siglas inglesas), respaldada por la ONU, acepta que "los glaciares del Himalaya, en su mayoría, están en un estado de rápido y sustancial repliegue".
"Los glaciares son especialmente vulnerables al aumento de temperaturas. Con la construcción de presas, deforestación y lluvias erráticas están llevando a una terrible falta de agua en las comunidades", explica Vinod Bhatt, responsable del estudio El cambio climático en el tercer polo: el impacto de la inestabilidad del clima en los ecosistemas y comunidades de los Himalayas.
"La falta de agua es el mayor problema ahora en las montañas. Las lluvias son muy erráticas: tal vez hay el mismo volumen de agua, pero no está bien distribuida y las estaciones han cambiado: un mes más de verano y uno menos de invierno", explica Bhatt, de la prestigiosa ONG Navdanya, comandada por la reconocida ambientalista india Vandana Shiva.

domingo, 6 de diciembre de 2009

La Princesa Alibú III

...Sin embargo, nuestro vínculo no se tejió tan sólo de vino y rosas, es más la sangre que brotaba de las heridas bajo las espinas, dotaron a nuestra relación de una extraña profundidad. Digo extraña, porque me es imposible rechazar la impresión de que vínculos como el nuestro no son frecuentes, es más, creo que son las excepciones en la tónica general de las relaciones. Subrayo esto sin ningún tipo de idealización. Nuestra pareja no fue un remanso de paz, ni un pasto alpino veraniego, lo nuestro fueron cerros que alzándose bravíos frente al viento alzaban sus manos al cielo hasta atrapar la luz. Fuimos seres de luz. Una luz que alimentó nuestros espíritus y que aún ilumina lo que ven mis ojos. Una luz que nos hizo atravesar las máscaras del tiempo y nos llevó a un plano en el que podíamos ver lo que pasaba en el mundo e interaccionar con nuestros sentimientos en un ámbito de extraña armonía.
A pesar de nuestras discusiones, tan banales como cualquier otra, cuando las aguas volvían a su cauce solían dejar un reguero nuevo por el que se dibujaba el camino a seguir. Siempre acabábamos por hallar la respuesta a los desafíos y contradicciones de nuestra vida. Por qué, entonces, no lo hallamos para aquel que al fin puso a fin a nuestro tesoro. No tengo una respuesta resuelta para eso. Las vivencias explicadas siempre resultan carentes de la sutileza, de la amplitud de la acción de la vida que tiene lugar, por lo que es imposible atrapar su verdadero significado, tan sólo podemos pretender apuntar en la dirección adecuada. La vida es un misterio. La distancia entre la verdad y nosotros es, a veces, tan abismal que nos sitúa en un plano de incapacidad total para afrontarla. Del mismo modo, a veces, la corriente nos arrastra a lugares tan llenos de luz que incluso, nuestra pequeña alma confusa, consigue ver en las sombras. Aunque sea sólo por un instante, éste puede ser tan claro, tan conciso y bello que cambie nuestra consciencia de las cosas, que nos obligue a mirar con honestidad en nosotros mismos y nos impida seguir obviando lo que realmente somos. Más ahora, siendo ya tan mayor, tan lejos de aquellos días me pregunto si mi Princesa Alibú me recordará. Si recordará los paseos frente al Mar de Libia, junto a los riscos de piedra entre los que siempre habitará el eco de nuestras voces. De mi pecho, bajo esta camisa arrugada, saco el ídolo de plata que un día me regaló y que nunca ha dejado de acompañarme. Sé que mi muerte está ya cercana y no puedo más que confesar, en un alo de tierna nostalgia, que su rostro es el más vivo, de entre aquellos que habitan mi memoria y su nombre, palpita con voz clara en mis más bellos sueños.

Al fin, una de las enfermeras lo encuentra. Qué hace usted en el despacho de la Directora, vamos señor Jerónimo, no vaya a ser que se entere y le deje sin cena, le dice al viejo con un guiño. Esta noche le han preparado la sopa de pescado que tanto le gusta seguro que doña...
La silueta del viejo y la enfermera se pierden entre las sombras del final del pasillo y las escaleras. Fuera, las farolas visten de ocre la noche cómplice.

La Princesa Alibú II

... Ahora, más que nunca, palpita en mí una sensación de nostalgia al recordar aquella fría tarde de invierno, cercana a las fiestas de Navidad, en la que la acompañé a casa de sus padres, en la que vivía tras haber vuelto de Andalucía. Ella iba cogida de mi brazo y, sin querer poner fin a aquel momento, paseamos un rato por los jardines cercanos a su domicilio. Me iba hablando de su infancia, de cómo había pasado un año en casa de sus abuelos maternos, en la vega granadina. Rememoraba los recuerdos y las sensaciones de aquellos días. Los paseos a la luz de luna, bajo un cielo abarrotado de estrellas y las historias sobre luciérnagas que habían huido al firmamento y desde el que eternamente entregaban su brillo, que su abuelo le contaba. Sobre los olores y colores del campo en primavera. Sobre los viejos patinetes que aún conserva en algún cajón. Sobre la niña que fue y que aún juega en su interior. Apretando su brazo a mi cuerpo, yo sentía el calor de su pecho y me hacía cómplice de sus recuerdos. Al terminar nuestra vuelta antes de despedirnos frente a su portal mi instinto respondió por mí y le dije que aquellas Navidades tenía pensado visitar Andalucía que también era el origen de parte de mi familia y en la que tan sólo había estado una vez.
No era cierto que tuviera pensado aquel viaje, pero incluso a mí me resultaron completamente sinceras aquellas palabras. En su rostro se dibujó una luminosa sonrisa. De inmediato, se ofreció a acompañarme, a alojarme en su casa y a enseñarme algunos de los lugares de los que me había hablado, si es que yo quería. Un sí de emoción emanó de mi pecho y brotó de mi boca. Nuevamente todo había respondido y, simplemente estando juntos, habíamos encontrado el camino hacia una respuesta. Si volvía a aquellos lugares, me dijo, tendría que hacer las visitas de rigor a amigos y familiares, así que acordamos que yo iría unos días más tarde, después de que ella atendiera los compromisos pertinentes. De ese modo, dispondríamos de al menos una semana tranquila para nosotros solos.
Aprovechando nuestro plan, ella había solicitado algunos días de permiso para alojarse en un balneario y reponerse del estrés acumulado en los últimos meses de trabajo y peleas. Ya verás lo tranquilita que te espero, me dijo. Al fin, mi tren partió de la estación a las nueve y media de la noche. Me esperaban doce horas de traqueteo atravesando La Península en la oscuridad. Tras cenar algo en la cafetería, aproveché algunas horas antes del sueño para leer. Cuando abrí los ojos, el tren discurría entre campos de olivos y tierra oscura, que se perdían en la bruma matinal. No tardamos en llegar a destino. El silbido de los frenos metálicos dio por finalizado el largo trayecto. Bajé al andén en aquella gélida mañana. Cerca de la estación, a pocos metros rambla abajo estaba la parada del autobús que me llevaría a su casa. No tardó en llegar. Mientras nos alejábamos del casco urbano, sobre la Sierra inmaculadamente nevada, el sol abocaba su destello virginal. Busqué el nombre de la calle y piqué al timbre que me había indicado.
Tardó algo en contestar. Al subir, ella vestía su pijama bajo una bata. Un perezoso moño de recién levantada recogía su pelo negro. Su imprescindible café vespertino, aquel sin el cuál no podría ser persona, se convirtió en un símbolo común de nuestra convivencia. Muchas mañanas, ella esperaba a que yo me levantara, para sugerirme que podría hacer café lo cual quería decir que le hiciera café, ya que yo no suelo tomarlo. Yo ponía la cafetera al fuego y volvía a su lado hasta que oía hervir el líquido en su interior metálico. Entonces, me levantaba de nuevo, preparaba algunas tostadas y la llamaba para que viniera a desayunar. En las mañanas luminosas de verano solíamos conversar largo rato, en un desayuno que era más bien almuerzo y en el que, si nos habíamos despertado con buen pie, nos reíamos de la extraña realidad que nos estaba tocando vivir...

La Princesa Alibú I

Tras la hora del almuerzo, la mayoría de los ancianos se dirigen a la sala de juegos. Han sido convocados por el nuevo psicólogo del centro para una sesión de risoterapia. Uno de ellos, sale por la habitación contigua, sube las escaleras y cruza un pasillo, bañado por la primera luz de la tarde. El viejo toma una pluma, alcanza algunos papeles del escritorio y empieza a escribir.

No recuerdo el día exacto en que nos conocimos. Por aquel entonces ella entró a trabajar en el colegio en el que yo enseñaba. Pronto descubrimos que vivíamos en el mismo pueblo y empezamos a tomar juntos el autobús de vuelta a casa. Aunque vivíamos cerca del trabajo, las conexiones entre los municipios metropolitanos, con su sistema radial entorno a la capital, obligan a utilizar varios medios de transporte público, así que después del autobús debíamos tomar un tren. Por lo que el trayecto solía alargarse más de hora y media. Con el tiempo llegaríamos a entablar amistad con otra compañera, quien desviándose un poco de su ruta, hacía el favor de llevarnos en su coche. Pero para entonces, llevábamos casi un año trabajando juntos y entre nosotros había nacido ya una sincera y fraternal amistad. Ella llevaba algo más de dos años divorciada. Tras el acuerdo de separación, se había comprado un piso en la ciudad andaluza, de la que es originaria su familia, e intentado reencauzar su vida. Sin embargo, no había acabado de adaptarse al ambiente de aquella capital de provincia y tampoco había podido hallar una salida laboral adecuada. Por lo que, tras unos meses, volvió.
Ingresó en nómina a principios de año. A pesar de que el ambiente en el trabajo no había alcanzado todavía el grado de crispación, al que con el tiempo nos enfrentaríamos juntos, ya apuntaba conatos de conflicto entre los diferentes miembros de la plantilla. Sin duda, esta situación creó el marco en el que construimos nuestra amistad y más tarde nuestro amor, ya que a pesar de la carga y el desgaste que conlleva unas relaciones laborales conflictivas, desde el inicio hallamos comprensión y complicidad el uno en el otro. La difícil situación que se estaba originando se convirtió en el centro de las conversaciones que manteníamos en los viajes de vuelta a casa. Con el discurrir de los meses y debido a la creciente identificación mutua que íbamos generando, el abanico de temas se amplió. Así como la confianza que nos íbamos otorgando y no tardamos en adentrarnos en planos mucho más personales. Fue entonces cuando ella me habló de su separación, de su lucha por sacar a flote su vida tras el dolor de ver cómo se venía abajo un proyecto común de años que, sin motivos que reprochar a ninguna de las dos partes, había varado en la arena del tiempo. A pesar de todo, no fue este gesto de confianza el que avivó nuestro vínculo. Éste se alimentó de una natural conexión en la forma de ver el mundo, en el sentido del humor, en la ironía con la que afrontábamos una situación social cada vez más compleja. Una situación que se fue tornando asfixiante y en la que hallamos juntos los recursos para afrontarla, apoyándonos en la certeza de saber que había alguien con quien distanciarse, con quien analizar y hallar pequeñas respuestas que, como llaves de luz, nos permitían seguir avanzando sin quedar atrapados en la oscura estupidez colectiva.
Solíamos tomar café en un tranquilo bar a medio camino entre la parada de autobús y la estación de tren. Un tarde, ella me preguntó; ¿Tratas de seducirme? Durante un momento no supe qué responder. Ningún monosílabo parecía adecuado para contestar a aquella pregunta. Tampoco ninguna larga respuesta aclaratoria. Sin saber muy cómo, le retorné una pregunta; ¿Acaso no lo he hecho ya? Ahora, al recordarlo, incluso a mí podría parecerme percibir algo de huidiza soberbia en aquella esquiva respuesta. Sin embargo, sé que nada de eso hubo ni ha habido nunca entre nosotros. También sé que su pregunta no iba dirigida solamente a mí, sino que era a ella misma a quien también interrogaba. De igual modo mi contrapregunta no había sido lanzada sólo a su persona. Con su valentía para dar la cara frente a las situaciones que se presentan, había hecho referencia a la sensación que ambos albergábamos y que hasta entonces no había sido abordada. Una vez más, la fraternidad que siempre nos ha unido nos protegió de sufrir lo que podría haber resultado ser una situación violenta y en seguida nos sentimos acogidos por la sensación de saber que compartíamos nuestros dudas con alguien en quien poder confiar, con alguien que no utilizaría ninguna muestra de debilidad para hacernos daño. No fue éste, a pesar de lo que podría parecer, el inicio de nuestra relación. Ésta se inició meses más tarde. Sin embargo, viéndolo en perspectiva, seguramente contribuyó de forma decisiva a afianzar un lazo invisible aunque absolutamente palpable en nuestros corazones.
A lo que sí que contribuyó aquella conversación, al menos de manera momentánea, fue a aumentar nuestro nivel de estrés en medio de la asfixiante problemática laboral en la que ya nos hallábamos plenamente inmersos. La caja de Pandora de los sentimientos había sido abierta y con ella, un mundo de sensaciones contradictorias había tomado posesión de nuestras vidas.
No queríamos de ningún modo que nada desvirtuara nuestro vínculo como compañeros de lucha, como así gustaba de llamarnos ella, en que nos habíamos convertido. De igual modo, ambos albergábamos la necesidad de investigar cuál era el lugar que cada uno ocupaba en el otro. La primera opción que tomamos, como medida de defensa, fue la de distanciarnos de aquel primer acercamiento al mundo de nuestros sentimientos. Sin embargo, seguíamos volviendo juntos del trabajo y no teníamos intención alguna de mostrarnos rechazo. Así que pronto nuestros sentimientos se volvieron tema de conversación, desplazando en parte al despropósito de mediocridades y rencillas en que se había convertido nuestra jornada laboral...

viernes, 4 de diciembre de 2009

El Mundo VI - Las Ratas

La vida es difícil. Vivir entraña peligro. Movernos en la realidad que nos envuelve es una ardua tarea. Pero es que puede serlo más, mucho más. El mundo puede parecer un lugar muy amenazador. La vida puede llegar a ser un laberinto oscuro, un acertijo irresoluble. Yo, puede ser alguien en eterna espera de otro. Uno tiene que ir superando sus carencias, o al menos ir supliendo las ausencias que éstas dejan. Uno tiene que ir encontrando camino. A tientas, ir descifrando los rostros que la realidad le presenta, escondidos.
La vida es como una eterna batalla, librada en nuestro interior. Y para sobrevivir, para que nuestro yo sea capaz de desarrollarse de manera satisfactoria, de no declinar la opción que representa, necesita cierta autoestima, cierta seguridad en sí mismo. Algo de aquello que solíamos llamar amor propio. Sin ello, el resto se complica más. Se vuelve más difuso. Más distante. En la batalla entre sombras de nuestros corazones, necesitamos luz. Esa luz, debe emanar de algún lugar dentro de nosotros mismos. La brújula la llevamos dentro. Lo difícil es saberla encontrar y aprender a usarla. Para ello, nos es imprescindible esa pizca de valentía, fruto de aquel puñado de autoestima, que nos haga sentir capaces.
En un curioso experimento, con ratas de laboratorio, se ha comprobado cómo los individuos de éstas, que durante su infancia recibieron atenciones de sus madres. Caricias, lametones, cuidados. El equivalente roedor de nuestro amor, de nuestro cariño. Al llegar a su edad adulta, eran más capaces de atreverse a resolver los retos. Eran más capaces de buscar el queso escondido en el laberinto de plástico. De lo que, por el contrario, lo eran sus hermanos, que habían sido apartado de las madres y, por tanto, privados de sus cuidados. Éstos eran mucho menos capaces de adentrarse en los laberintos y buscar el queso. Carecían de la confianza en sí mismos, de la autoestima suficiente, para atreverse a sentirse capaces de buscar aquello que necesitaban. Partiendo, por lo tanto, con desventaja a la hora de lidiar con la realidad.

Nos han enseñado que hay que dotarse de recursos para conseguir las cosas. Nos han enseñado que debemos prepararnos, para demostrar a los demás que somos capaces, que estamos legitimados para recibir su aprecio, su valoración y todos sus beneficios. Sin embargo, no nos han enseñado que antes de salir a escena, antes de tener que demostrar al mundo que sabemos la lección, necesitamos ser capaces de sentirnos capaces. Necesitamos sentirnos cómodos en la adversidad, en la incertidumbre, en la paradoja de la vida. Y para ello, nos es imprescindible el amor hacia nosotros mismos, la autoestima, la confianza. El problema, y esto tampoco nos lo enseñan, es que todo esto nos lo tienen que transmitir. Somos tan complejos, que se nos tiene que dar, para que nosotros podamos llegar a desarrollarlo. Se nos tiene que dar la posibilidad de estar cómodos con nosotros mismos, para que nos podamos sentir. Sin eso, todo lo demás es mucho más difícil. Con eso, todo lo demás es posible.


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