Al sur la de Isla del Olvido, bañada por las cálidas aguas del Mar de Libia. A los pies de las Montañas Blancas. Camuflada entre barrancos y ensenadas, se halla La Sfakia. Un lugar de encuentro para quien vaga...







domingo, 26 de diciembre de 2010

El Aspirante

Se presentaba a todos los concursos de relatos y certámenes de cuentos, pero no había manera. No ganaba nunca, ni a la de tres conseguía ver su nombre encumbrado entre el de los ganadores. Cada vez que escribía algo, pensaba que aquella vez sí, que aquella vez lo lograría y se imaginaba agradeciendo el premio en una ceremonia. Se veía diciendo todas esas cosas que la gente dice cuando logra el reconocimiento. Repetía en su mente, una y otra vez, aquellas escenas para las que creía estar destinado. Pero la verdad es que nunca llegaban, por más que se esforzara, por más que intentara conseguir unas historias que engancharan al jurado, por lo visto, no había manera de convencer a nadie de su talento.
No voy desanimarme, se repetía. Cansado de los concurso, decidió apuntar más alto, juntar todos sus cuentos y buscar una editorial que se los publicara. Fue de editorial en editorial presentándolos y en todas se repetía la misma escena, alguien recogía su manuscrito y le aseguraba que el equipo de contenidos lo analizaría y que si resultaba interesante, sin duda, le llamarían. De nuevo pensaba que ahora sí, que tarde o temprano recibiría una llamada en la que alguien le comunicaría que su obra sería publicada. Pero esa llamada nunca ocurría. Poco a poco, con el paso del tiempo, se fue desmoralizando, tal vez no tenga talento, se decía, tal vez deba reconocer mis limitaciones. Fue entonces cuando decidió que se haría funcionario, con una vida laboral más estable, pensaba, seguro que tendré tiempo para escribir. Durante años se estuvo presentando de convocatoria en convocatoria, pero nunca conseguía una plaza. Finalmente, cansado de todo aquel esfuerzo inútil y resignado a renunciar a todas sus aspiraciones, decidió que tanta humillación ya era suficiente. Un día, en un programa de radio, un joven actor de éxito recordaba sus difíciles comienzos y animaba, a quienes quisieran dedicarse a algo, a no desanimarse, a seguir intentándolo, como él, que desde su humilde juventud en una ciudad de provincias, había viajado a la capital para forjarse un camino en el teatro. Nuestro amigo, en un gesto de pura rabia, cogió la radio y, arrancándola del enchufe, la lanzó por el balcón, con tan mala suerte, que fue a caer en la espalda de un policía que ordenaba el tráfico. El hombre cayó desmayado por el golpe y enseguida la gente lo rodeó. Alguien le había visto lanzar el aparato y le señalaba gritando, el del quinto, ha sido ése. Cuando la ambulancia llegó nada pudieron hacer por salvar la vida de aquel hombre . Mientras, él miraba toda la escena, aterrado. Una patrulla se presentó en el lugar y alguien les dijo desde dónde había caído el artefacto. Viéndose acorralado y angustiado por la culpa, esta vez, se tiró a sí mismo, dando con sus huesos en el asfalto. Al día siguiente, los periódicos contaban cómo un hombre se había suicidado, después de matar accidentalmente a un policía. En ningún de ellos, por supuesto, se mencionaba su nombre. Ni siquiera esta vez lo había conseguido.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Pequeña Fábula de Navidad

Hacía mucho tiempo que David no veía a su padre, éste murió algunos años después de la noche en la que él, le dedicara la última mirada de desafío, jurando no volver a pisar aquella casa. Mientras su padre vivió David cumplió su promesa. Era Nochebuena y fue a cenar con su madre. La vieja solía andar algo tristona en aquellas fechas y David sabía la alegría que, para ella, suponía poner frente a él, un buen plato de sopa humeante. Apenas había decoración navideña en el piso, si acaso, algunas figuras formando un discreto belén, con la Virgen, el Niño y San José. Y alguna de las bolas plateadas, las que, desde siempre, se guardaban en una caja de zapatos bajo la cama. Coge las copas de la abuela, le pidió su madre mientras sacaba una botella de cava de la nevera. David abrió el viejo mueble bar, las copas que la abuela regalara a su madre por su boda, estaban al fondo, tras los vasos anchos de vermout que ya nadie usaba. Junto a éstas, apoyada en una esquina, había una fotografía. En ella, David y su padre posaban junto al árbol de navidad. Apoyado sobre las rodillas del padre, el niño se mostraba incómodo, con la mirada vidriosa, como si estuviera a punto de llorar. El padre, que debía tener una edad similar a la que ahora David tenía, más que sostener a su hijo, parecía retenerlo, aprisionarlo bajo su rostro crispado y su mandíbula tensa. Una tensión que David recordaba perfectamente. Como recordó, tan claramente, el día en que por fin comprendiera que todo aquel sufrimiento, era fruto de la incapacidad de un padre para acercarse a su hijo. Cuando alzó la mirada buscando a su madre, con los ojos llenos de lágrimas, David pronunció las palabras que tanto llevaba sin decirle, Papá.


lunes, 13 de diciembre de 2010

Carta a los amigos lejanos



De nuevo, los pasos del año se repiten, como un baile, haciéndonos creer que el tiempo no pasa, que sólo gira en el calendario y vuelve a empezar. Sabemos que no es verdad, nos lo recuerdan pequeños detalles que, de tan cotidianos, apenas les hacemos caso. Son las señales del camino, las marcas del viaje, que se suceden y se olvidan. Pero que están ahí, en esas pequeñas arrugas, insinuándose en algún rincón de nuestro rostro, o en la sorpresa al descubrir, en mitad de la rutina, canciones que pertenecen a otros momentos y que nos hacen sabernos distintos de quienes fuimos, por más que nos reconozcamos en esas voces, en esos ámbitos.
Sabemos que no es verdad, aunque nos empeñemos en creer que, arrancando una hoja del almanaque, podemos volver a firmar un nuevo contrato con el destino. El tiempo sigue su curso. Un tiempo que existe, precisamente, para enseñarnos que nuestra vida consiste, en esas cosas que nos pasan, mientras pasan, mientras siguen hacia algún lugar, hacia algún momento. Todo pasa y todo queda, lo nuestro es pasar, pasar haciendo camino, camino sobre la mar. Pasar haciendo camino y, al echar la vista atrás, ver la senda, que no se ha de volver a pisar. Caminantes no hay camino, se hace amino al andar.
Los rituales y los hábitos, los hechizos con los que moldeamos nuestra Piedra Rosetta, aquélla con la que descifrar el lenguaje encriptado de la Vida. Resumiendo, Feliz Navidad, o feliz paga doble, o feliz sexagésimo primer aniversario, por lo que sea que os haga felices, alzo mi copa y brindo.

                                                                                                                        

No es país para viejos


                                                       (C) Germà

Qué absurdo el título, al de la película de Bardem me refiero. La traducción literal del inglés lo afea, seguramente sería mejor que recurrieran a un indefinido, a No es un país para viejos. Aunque en la lengua original no lo necesite, no tiene por qué obviarse en ésta.
Parece que, en verdad, los nuestros estén dejando de ser países para esos viejos argumentos, que hablaban del reparto de la riqueza, de la remuneración justa y de los derechos laborales. Empieza a haber realidades, en las que ya, ni siquiera se contemplan. En las que son, como esos viejos refranes, expresiones de un mundo arcaico, pasado, que ya no es el nuestro. En un libro de Javier Tezanos, La sociedad dividida, se habla de las nuevas formas de estratificación social que, desde el triunfo definitivo, según dicen, del capitalismo como patrón de desarrollo, llevan, no ya a una división social, entre quienes tienen o no tienen trabajo, sino entre trabajos en condiciones dignas y trabajos caracterizados por la precariedad, en los que todos aquellos derechos que fueron adquiriéndose, a lo largo de la dura lucha por la justicia social, desaparecen, sin dejar rastro, dejan de tenerse en cuenta sin que, ni siquiera, se les eche de menos, pues parecen, como los refranes antiguos de los que hablábamos, pasados de moda.

Las viejas estructuras de relación entre arquetipos sociales, la vieja lucha de clases ya no existe. Ya no hay conflicto de intereses que dirimir, entre quienes disponen de los medios para llevar a cabo los procesos productivos y quienes los completan. Todos los actores sociales parecen supeditar su existencia, a la del mercado, a la de ese espacio en el que, cada vez más, los bienes y sus servicios asociados, son expuestos para que, una supuesta mayoría los consuman o hagan uso. Los focos se dirigen hacia el ágora de intercambio global, obviando que hasta llegar allí, las cosas o las ofertas, deben atravesar por un camino de creación, por lo que solía llamarse un proceso productivo que, si bien, no es sólo el de la clásica imagen, tan tediosa, de la fábrica y su cadena de montaje, no deja ser el hilo conductor en el que se escriben, los diferentes capítulos de la vida de una sociedad. Y es que, llámese productiva o no, no deja de ser una cadena, a la que estamos atados y de los hilos de la cual, todas y todos formamos parte. Vivimos en mutua dependencia. Y perpetuo conflicto. Un conflicto que, en la orgía autocomplaciente de este mundo tan feliz, parece quererse olvidar. Vivimos en conflicto permanente, porque vivimos en permanente desequilibrio. El desequilibrio genera tensión y esa tensión podría ser peligrosa para nuestro feliz mundo autocomplaciente, ése que llaman el mejor de los posibles. Y en el que, a pesar de sus celebradas bondades, parecen no tener cabida palabras, viejas como refranes viejos, tediosas y pasadas de moda, como solidaridad, compañerismo, bien común, justicia social, reparto, dignidad o derecho. El triunfo, el éxito, es aquello que se extiende, más allá del muro de cristal, en las cristalinas aguas de un lago, tan liberal, que en sus aguas sólo se pueden bañar los justos y libres, merecedores de sus mieles, quienes han dejado a un lado las viejas ilusiones, los viejos engaños que hablaban de una sociedad más equitativa, más repartida. Quienes, seguramente, se preguntarían qué demonios hacíamos allí, los cuatro gatos que nos reunimos para protestar, no se sabe muy bien contra qué. Cuatro gatos, muchos de ellos viejos. Y ya se sabe, éste no es un país para viejos.


                                    (C) Germà 

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