Al sur la de Isla del Olvido, bañada por las cálidas aguas del Mar de Libia. A los pies de las Montañas Blancas. Camuflada entre barrancos y ensenadas, se halla La Sfakia. Un lugar de encuentro para quien vaga...







sábado, 29 de mayo de 2010

Morea VII


En el año 393 de nuestra era se celebraron los últimos Juegos en Olimpia. Teodosio I, tildándolos de paganos y de amenaza para el Cristianismo, los prohibió. Dos años más tarde una oleada de hordas godas saqueó la ciudad. Y, en 408, Teodosio II y Honorio ordenarían el cierre y la destrucción de los templos y recintos sagrados. A pesar de todo, el Templo de Zeus, en pie desde el s. V a.C. por obra del arquitecto Libón de Élide, que pasaba por ser el mayor del Peloponeso, resistió durante varios siglos hasta que dos temblores de tierra lo derrumbaron. Reconstruido en parte, hoy su cella carece de la legendaria estatua del dios. Esculpida por Fidias quien, tras ser condenado al ostracismo por la Asamblea ateniense, pasó el resto de sus días en Olimpia. De marfil, oro, ébano y piedras preciosas, según Pausanias de Lidia, representaba al dios sentado en su trono con el Rayo, símbolo de su poder supremo, en la mano derecha. Ocupaba doce de los veinte metros de altura de la bóveda y era considerada una de las Siete Maravillas del Mundo antiguo. Fijando en el imaginario colectivo heleno, la imagen arquetípica del rey de los dioses homéricos. En aquel 393, Teodosio I aprovechó la clausura de los Juegos para requisar la estatua y llevarla a Constantinopla, donde aseguran que fue pasto de las llamas.

Bajo la sombra de un árbol cercano, sobre los restos semienterrados de alguna de las antiguas columnas del templo, me senté a echar un trago de agua. Había estado recorriendo el recinto durante varias horas a pleno sol y necesitaba descansar un rato. Por las calles que separaban los diferentes recintos pasaban gran cantidad de turistas, junto a  ruinas esparcidas alrededor de los edificios conservados o reconstruidos tras siglos de agresiones, terremotos y olvido. Se hacía necesario un esfuerzo para proyectarse más allá de las grises piedras e imaginar cómo debería ser todo aquello en sus buenas épocas. Lo cierto es que habían sido diversas los momentos históricos en los que se amplió el santuario. Los indicios más antiguos de los que se tiene constancia, señalan que Olimpia era ya un importante centro social y religioso alrededor del 776 a.C, en época arcaica. De ésta data el más antiguo de sus templos, dedicado a Hera, cercano al Stadio, representante el esplendor clásico del siglo V. Un segundo momento de esplendor tuvo lugar bajo el dominio macedonio, alrededor del s. III a.C. Se construyeron la Palestra y el Gimnasio, centros de alojamiento y entrenamiento para los atletas. Finalmente, bajo Roma, a pesar de la pérdida de importancia como gran centro religioso, Olimpia se enriqueció con las inversiones imperiales. Da buena muestra de ello los restos del palacio que Nerón se mandó construir y en los que seguramente celebraría sus autoproclamados triunfos en la Olimpiada del 67 d.C. Tras los avatares finales del Mundo Antiguo, Olimpia se vería envuelta por el humo del olvido. Hasta que en 1870, en plena orgía colonialista, una expedición arqueológica alemana descubriera los restos casi intactos del Hermes de Praxíteles. Desempolvando así las viejas piedras para un nuevo mundo. Alemán es también, pues tuvo lugar por primera vez en la Olimpiada berlinesa de 1936, el moderno ritual de encender la llama olímpica en el altar de Zeus y su periplo hasta la sede de los Juegos. Curiosamente, en Barcelona, aquel mismo verano del 36 iba a celebrarse los Olimpiadas Populares, como respuesta al régimen nazi y al auge de la corriente fascista en Europa. Sin embargo, el estallido de la Guerra Civil dio al traste con ellas.

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