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Mucha gente parece haber olvidado que una vez en esta península nuestra, o al menos en las tierras del norte bañadas por el Mediterráneo, la canción francesa acompañaba los más cálidos achuchones del Verano del Amor. Eran tiempos, lejanos ya, en los que la utopía de las inteligenzia y los anhelos de la clase trabajadora parecían ir de la mano, hacia un lugar mejor. Para quienes vivimos los coletazos últimos de aquel destello, al menos, nos queda el recuerdo, cándido, de una niñez junto al mar, en calas secretas al sur de la Costa Roja, tan cerca de la frontera impostora, empeñada en escondernos, y prometernos, las bondades de una vida más luminosa y, casi avergüenza confesarlo, poética.
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