Los primeros cortos de Almodóvar se estrenaban en Barcelona. Alaska y quienes luego serían cabeza visible del despertar cultural madrileño, con la Movida, iban a Las Ramblas y al Barrio Gótico a empaparse del arte underground de Ocaña y Nazario. Adolescentes, abrazaban las corrientes punk y rocker, filtrada a través de los discos piratas. De la mano de Gay Mercader, los grandes de la psicodelia daban rienda suelta a los sueños enteogénicos y transpersonales, de la música progresiva laietana. El crecimiento del extrarradio y sus carencias, las reivindicaciones sindicales, las organizaciones, las asambleas asaltadas por grises a caballo. La Nova Cançò de Setse Jutges, el Nou Teatre de Joglars y Comediants. Toda una pléyade escritores, de García Márquez a Ana Mª Moix, de Gimferrer a Gil de Biedma, se daban cita en la ciudad más importante de las letras latinas. Barcelona atrajo a todo el mundo. En busca de algo mejor, de una oportunidad, de una libertad impensable en otros lugares.
En la Barcelona de los setenta, volvían a hervir movimientos libertarios, de los que ésta siempre fue cuna. Qué fue del legado de aquella generación, que bajo la sombra negra de un régimen que, por fin, parecía extinguirse, corría tras las cortinas, en busca de un nuevo amanecer. Barcelona parecía albergar la posibilidad, reprimida y postergada, de una sociedad distinta.
Por qué entonces, nos cuesta tanto organizar la información sobre aquellos días. Por qué nos resulta tan difícial hacernos una idea clara, de cómo fueron y de por qué, la historia, nuestra historia, parece haber construido una explicación demasiado lineal, una noción sospechosamente edulcorada. Para aquellos que no disponemos de un conocimiento directo y que debemos, buscando entre los retazos sueltos del lienzo, reconstruir el cuadro.
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