Al sur la de Isla del Olvido, bañada por las cálidas aguas del Mar de Libia. A los pies de las Montañas Blancas. Camuflada entre barrancos y ensenadas, se halla La Sfakia. Un lugar de encuentro para quien vaga...







domingo, 15 de noviembre de 2009

La Taberna de Manos IV

...Solía comer siempre en la misma mesa. En una esquina desde la que veía la playa. Una pequeña valla de madera separaba la taberna de Manos de la Samaria. Para mí las sensaciones que transmitían las dos tabernas eran muy distintas. Casi opuestas. La de Manos ofrecía cocina casera, mientras que la Samaria anunciaba comida rápida y una menor variedad de platos. Quizás por ese motivo, la Samaria estaba siempre un poco más llena que la de Manos. Porque buscaba ofrecer al turista algo con lo que se sintiera identificado. Comida rápida con un toque griego. No era ésta la única diferencia. Para mí la más importante era el ambiente entre las personas que trabajan en una u otra. Mientras que en la de Manos, todos atendían a los clientes y de vez en cuando incluso se fumaban un cigarro sin que éstos los vieran. En la Samaria sólo el jefe hablaba directamente con los clientes. Tras intercambiar algunas frases en las que parecía quererse hacer el simpático, se giraba para gruñirles a sus empleados lo que tenían que traer. Les gruñía, les cambiaba la cara y de una falsa sonrisa pasaba a una mueca desagradable. A mí me parecía entender porqué iba más gente a esa taberna. Era más accesible. Más parecida a lo que ellos estaban acostumbrados. Les facilitaba más los conceptos con palabras comunes. Sin embargo no podía estar de acuerdo con su elección. Tan sólo la expresión de aquel hombre generaba en mí una negativa a entrar en su taberna.
Solía observar a ese hombre, discretamente, mientras comía. Un día en el que hacía bastante viento la madera sobre la que se anunciaba la comida de Samaria cayó al suelo. Rápidamente un empleado corrió a recogerla. En ese momento oí la voz de Manos “toma ya”. Se sentó junto a mí en para tomar nota de lo que iba a comer. Empezamos a hablar. En algún momento la conversación se desvió hacia los habitantes del pueblo. “No me gusta porque con mucha gente con la que ni siquiera te hablas durante el verano. Luego, en invierno, como no hay casi nadie en el pueblo tienes que mantener conversaciones. No todo el mundo es buena gente por aquí”. En castellano hay un refrán que dice, pequeños pueblos grandes infiernos. “Pues es verdad. Es lo que pasa con alguna gente. Todo el mundo conoce a todo el mundo. Y todo el mundo puede juzgar a todo el mundo o atacarlo. Mi taberna y ésta de al lado antes eran la misma”. ¿A sí? “Sí, su dueño es mi tío. Es hermano de mi padre. Hace muchos años se pelearon. Mi tío es una persona a la que sólo le importa el dinero. Ahora no nos hablamos. Yo era pequeño, pero me di cuenta que le robaba a mi padre…
Mientras Manos me contaba la historia, me alegré de que mis intuiciones fuesen acertadas. Me alegraba haber escogido su taberna y así se lo dije. Cuando vine con C en Semana Santa, recuerdo que no sabíamos a dónde ir y al llegar a tu taberna le dije, aquí. Me alegro de aquella elección. “Gracias. Yo también me alegro. Es muy bueno conocer a personas como tú, my friend”. Entonces abrió la libretita y apuntó lo que quería. Con un golpecito en mi hombro se levantó para ordenarlo y yo me quedé mirando a la playa casi vacía. Contento de estar allí.

Grecia le debe a Creta su principal dios olímpico. Al este de la isla, en la cueva Dhiktea, Rhea escondió al bebé Zeus. Harta de que Cronos se comiera a sus hijos tras nacer, le dio una piedra como si esta fuera el retoño y escondió al bebé. Cronos, la más poderosa fuerza hasta el momento, ya había devorado a los hermanos mayores de Zeus, Deméter, Hera Hades y Poseidón, temeroso que alguno de ellos cumpliera la profecía con la que la Madre Tierra predijo que sería derrocado por uno de sus hijos. Rhea entregó el pequeño Zeus a las tres musas Kouretes y estás los escondieron y criaron en el Monte Ida, en el centro de Creta. Cuando el joven Zeus se hizo mayor volvió a la tierra de sus padres, la Arcadia y le pidió a Rhea que lo nombrase copero de Cronos. Así, pudo preparar un brebaje con el que enfermó a su padre y le hizo vomitar a sus hermanos.
Todos se unieron para combatir a Cronos, a quien sostenía el ejército de los Titanes. Zeus liberó a los Cíclopes del Tártaro y los unió a sus tropas y estos gigantes le entregaron el poder del rayo. Tras diez años de guerra, un día, los tres hermanos que dirigían el ejército rebelde, Hades, Poseidón y Zeus, entraron en el palacio del supremo Cronos. Mientras Hades lo desarmaba, Poseidón los distraía, Zeus le clavó el rayo y lo mató.
Lograda la victoria, hubo un sorteo entre los tres hermanos, para decidir cuál sería el primero de los dioses. La suerte favoreció a Zeus, que quedó como soberano de los cielos, a Poseidón le correspondió el reino de los mares, y en manos de Hades quedaron la oscuridad y el mundo de los espíritus. Zeus se casó con Hera y se convirtió en un nuevo tirano. Asesino, promiscuo, incestuoso, maléfico, caprichoso y despiadado. Escogió el Monte Olimpo, al sur de Macedonia como su residencia y la de las otras divinidades sobre las que imponía su brutal dominio, gracias siempre, a su rayo.
Un dios, en la Antigüedad no era un protector ni un amigo, ni alguien a quien debiera imitarse, ya que casi todos ellos carecían por completo de ética.
El dios griego era un depravado ser todopoderoso al que los hombres temían y trataban de calmar con sacrificios y construcciones en su honor. Los hombres griegos vivían sin esperanza en ningún paraíso que los acogiera tras la muerte, pues todos los muertos iban a vagar eternamente por el Hades, hubieran sido ricos o pobres, poderosos u hombres comunes. Sin un dios ideal al que imitar o del que heredar las reglas morales por las que regirse, construyeron ideales basados en las posibilidades éticas del ser humano, a través de la revolución estética que supuso la cristalización de estos ideales en su arte...

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