Impresiones a media tarde.
Enredadas sobre finas vigas de aluminio, cuelgan las hojas de parra y de un limonero salvando a la terraza de la luz incandescente de la tarde. Por doquier, las chicharras lijan la monotonía de estas horas en las que hasta el mar parece dormitar, en espera de que el sol conceda una tregua.
Entre mis dedos y de mis labios el terco aroma de pescado se resiste a marchar, pese a mis intentos por eliminarlo. Recordándome la comida de hoy, en la Taberna de Manos. Una dorada a la plancha, un tomate fresco y un plato de frutas de la tierra, de melón de manzana y de esas pequeñas uvas de las que se obtiene un buen vino blanco y el dulce licor de raki.
Enciendo un cigarro y recuerdo que anoche, mientras charlábamos frente a un par de cafés, Manos me dijo “a veces aquí no queda más remedo que fumar”. Me lo dijo, mientras me contaba lo que hace durante el invierno, “ No hay mucho que hacer; ocuparse de los animales, del huerto y reparar algunas cosas pero, hay que estar aquí”.
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