Al sur la de Isla del Olvido, bañada por las cálidas aguas del Mar de Libia. A los pies de las Montañas Blancas. Camuflada entre barrancos y ensenadas, se halla La Sfakia. Un lugar de encuentro para quien vaga...







domingo, 15 de noviembre de 2009

La Taberna de Manos II

Dichoso sea a quien antes de morir,
le haya sido dado navegar
por las aguas del Egeo.
En ninguna otra región pasa uno tan serena
tan suavemente de la realidad
al ensueño
en él, todo límite se suaviza.

Nikos Kazantzakis, Zorba el Griego


Las cañas crepitan en el viento. El mar enviste con la fuerza de un amante vigoroso. En el cielo la vista huye hacia un azul inmaculado, infinito. Y un invisible hilo de agua rebela el secreto de aquel pequeño vergel, que celebra la vida bajo el tórrido sol del estío.
Agua que al descender de las Montañas Blancas labra las gargantas que han de abrirse camino hasta el mar, allá, en Agia Roumeli. Las Montañas Blancas dividen en dos el oeste de Creta, la provincia de Haniá. El norte accesible, turístico y urbanizado. El sur, más rural, abrupto y de difícil acceso ha escapado, de momento, a las redes del turismo masivo.
Las Gargantas de Samaria, las más largas de Europa con casi veinte kilómetros de longitud, abriéndose paso hacia el Mar de Libia atraviesan el corazón del suroeste de Creta, la Sfakia. Autosuficiente, gracias a los cauces que la abastecen, esta región rodeada por cumbres de más de dos mil metros ha vivido hasta hace muy poco en un altivo aislamiento. Cada día un torrente de turistas desciende las gargantas y desemboca en Agia Roumeli. A media mañana ves llegar a los más madrugadores y hacia la hora de comer las tabernas rebosan de excursionistas, ávidos por refrescar la garganta y comer algo tras el largo paseo, de más de cuatro horas, bajo un sol de justicia.
Cada día gentes de muy diversa procedencia (aunque especialmente alemanes y franceses) llenan las terrazas, dejan sus divisas y con el último ferry de la tarde parten hacia la vecina Hora Sfakion, seguramente, de vuelta a la costa norte.
Entonces, de nuevo, la aldea vuelve a respirar. Los dueños de las tabernas y sus empleados, tras haber ordenado los restos de la jornada, encienden sus cigarros en silencio o conversando frente a un café o un copita de raki bien frío, sentados en las terrazas vacías. En ese momento, el sol ha dejado atrás su urgente fiereza. Y dócilmente, resbalando tras las montañas da paso a la luna, en una caricia púrpura.


Un sábado a las nueve de la noche, zarpé del Pireo en un ferry rumbo a Souda, el puerto de Haniá. Al amanecer el enorme buque atracaba en el embarcadero. En lenta procesión desembarcamos los pasajeros. De sus bodegas emergían las motos, los coches e incluso las furgonetas que el leviatán había guardado en su corazón de hierro, asustando con sus pitidos a más de un turista adormecido. Algunas decenas de familiares y los taxistas esperaban a los pies de la rampa. Tras escapar del pequeño tumulto, llegué a la ciudad. La estación de autocares estaba a la vuelta de la esquina y en apenas una hora, contemplaba la carretera serpentear entre montañas, rumbo al sur. Hacia el Mar de Libia.
¿Qué significa Agia? Le pregunté a Manos en una ocasión. “Significa Santa. Santa Roumeli. Pero nadie sabe de dónde viene Roumeli. Algunos dicen que es el antiguo nombre de una planta, otros que era el nombre de una princesa. En tiempos de Minos aquí había un reino, distinto de aquél. Se llamaba Tara. Eran dorios. Tenían tratos comerciales con Egipto, Libia y Asia Menor”. Mucha gente de aquí es rubia y de ojos claros. “Sí, de hecho, hay una polémica sobre quienes son los auténticos cretenses. Algunos dicen que la gente morena del norte, otros que los de color más claro de esta región. Aquí casi no llegó el dominio turco. Ni el veneciano. Y la represión nazi fue escasa. Durante la Segunda Guerra mundial, los sfakianos formaban una unidad que apoyaba a los partisanos en el norte de la Grecia continental. Pero el gobierno del continente nunca se ha portado bien con nosotros”. De hecho, durante algún tiempo hubo un gobierno independiente, ¿no? “Sí, eso fue después de la Guerra de La Independencia contra los turcos, hasta 1913”. ¿Tú qué prefieres? “La mayoría de la gente de aquí prefiere sólo Creta. Aquí tenemos de todo. No los necesitamos. Yo me considero cretense”.
Aquella noche, tras cenar, hablamos largo rato Manos y yo. La taberna ya había cerrado. Todos se habían ido a dormir. Su padre, su madre ayudando a la abuela, el sobrino y hacia un momento, también su cuñado Leonidas. La mayoría de las luces de las terrazas se habían apagado y tan sólo el pequeño supermercado continuaba abierto. “Aquí en Grecia la gente no respeta nada. Les da igual. A la mayoría sólo les interesa el turismo”. Es un problema bastante común en los países mediterráneos. Bueno, casi en todas partes. “Mira, aquí desde hace sólo dos años se ha empezado ha dar clases sobre temas de medio ambiente y ecología”. “Para mí esto es un paraíso. Pero ya ves como está el norte. Por suerte, por lo menos aquí en Agia Roumeli nadie quiere vender a empresas constructoras”. En España, con el Desarrollismo de los sesenta se inició lo mismo que tu explicas del norte y aún sigue. Y ahora que se está tomando algo de conciencia ambiental, el daño ya está hecho y es irreparable. La sobreexplotación, cuando se instala es muy difícil de erradicar. Genera mucha riqueza en muy corto plazo. Nunca se hace con equilibrio. “Ése es el problema. Por suerte en el sur no ha pasado, todavía”...

1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho tu post, escribes muy bien. Tan sólo intenta trabajar algo más el estilo. Ánima y sigue así.

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