En Inglés los llaman Ballenas Picudas. Viejos pescadores los conocen como Roases. Más de veinte especies son citadas en los libros. Sin embargo, la familia Ziphiidae, los zifios, siguen siendo uno de los mayores misterios, de cuantos pueblan el océano. De vida habitualmente pelágica, son casi imposibles de avistar cerca de costa. Excepto en los varamientos, posiblemente provocados por maniobras militares submarinas.
Y excepto en la bahía de una pequeña isla, de cuyo nombre no quiero acordarme. En sus aguas, tienen lugar una serie programas de investigación, encaminados a estudiar y conocer mejor sus hábitos y comportamiento. Sus relaciones con el hábitat y su fisiología. Que permitan entenderme mejor las costumbres de estos animales, el por qué de su forma de vida, sus necesidades, sus características y su fragilidad. De tal modo, que podamos hacernos un dibujo más certero de cómo son y qué necesitan para vivir. Para, sólo así, poder disponer de datos y pruebas, que nos faciliten elaborar análisis, construir argumentos y presentar legítimas propuestas. En defensa de los animales y del entorno.
Ése es el camino del conocimiento y la acción. Necesitamos conocer mejor la naturaleza. Necesitamos conocer mejor el mundo en el que vivimos. Comprender la dependencia mutua, las sutiles relaciones que lo conforman. Necesitamos hacernos más sabios. Y a través de la sabiduría, necesitamos aprender a amar el planeta que nos da cobijo. El único hogar que conocemos. El pálido punto azul, en un rincón del universo.
Quizás el mayor de los privilegios que nos dan las horas pasadas en el mar. El mayor privilegio que nos ofrecen los acercamientos y las fotografías, los marcajes y las localizaciones, sea el simple placer de estar cerca de ellos. El bienestar de sabernos afortunados espectadores de su misterio, de sentirnos iniciar el camino hacia el descubrimiento, hacia lo mejor que hay en nosotros.
Y es que, trabajar con los animales es trabajar con las personas. El objeto de estudio se convierte en la herramienta para el desarrollo de nuestras inquietudes, nuestras potencialidades, nuestra creatividad. Pero también para formar nuestro carácter y nuestra humildad. El estudio de los animales, se transforma, o quizás siempre lo fue, en la manera de unir diferentes voluntades. De dotarlas de un sentido, de un fin común. De un fin generoso, que transciende las simples aspiraciones individuales. Y da más sentido a nuestra relación con la vida y con el mundo. Nos hace sentir mejores. Nos hace sentir más útiles. Nos transforma. Nos eleva. Exorciza nuestras carencias. Y nos da una vía para liberarlas.
El Océano aún guarda misterios en su oscuro vientre. Son muchas las criaturas, capaces aún de despertar en nosotros el anhelo de atravesar sus aguas. Los gigantes aún mueven sus vientos frente a nuestra vela blanca. Y quizás, tan sólo internándonos en su inmensidad, podamos sentir aún el aliento ancestral, que persigue al sol cuando se esconde bajo su regazo. En sus noches inmaculadas, diez mil estrellas dan cobijo extrañas a siluetas negras. Y el quejido eterno, aún mece el paso del tiempo. Seguimos necesitando sus misterios, para ir más allá, para no quedarnos con las últimas huellas del camino. Debemos seguir buscando respuestas. Debemos seguir transmitiendo. Ésa es la misión. Aprender y enseñar. A juzgar las cosas, a través de su propia identidad. A no renunciar. A seguir. A amar.
Cabalgando de nuevo. Por siempre, sobre las olas, de un azul infinito.
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