La vida es difícil. Vivir entraña peligro. Movernos en la realidad que nos envuelve es una ardua tarea. Pero es que puede serlo más, mucho más. El mundo puede parecer un lugar muy amenazador. La vida puede llegar a ser un laberinto oscuro, un acertijo irresoluble. Yo, puede ser alguien en eterna espera de otro. Uno tiene que ir superando sus carencias, o al menos ir supliendo las ausencias que éstas dejan. Uno tiene que ir encontrando camino. A tientas, ir descifrando los rostros que la realidad le presenta, escondidos.
La vida es como una eterna batalla, librada en nuestro interior. Y para sobrevivir, para que nuestro yo sea capaz de desarrollarse de manera satisfactoria, de no declinar la opción que representa, necesita cierta autoestima, cierta seguridad en sí mismo. Algo de aquello que solíamos llamar amor propio. Sin ello, el resto se complica más. Se vuelve más difuso. Más distante. En la batalla entre sombras de nuestros corazones, necesitamos luz. Esa luz, debe emanar de algún lugar dentro de nosotros mismos. La brújula la llevamos dentro. Lo difícil es saberla encontrar y aprender a usarla. Para ello, nos es imprescindible esa pizca de valentía, fruto de aquel puñado de autoestima, que nos haga sentir capaces.
En un curioso experimento, con ratas de laboratorio, se ha comprobado cómo los individuos de éstas, que durante su infancia recibieron atenciones de sus madres. Caricias, lametones, cuidados. El equivalente roedor de nuestro amor, de nuestro cariño. Al llegar a su edad adulta, eran más capaces de atreverse a resolver los retos. Eran más capaces de buscar el queso escondido en el laberinto de plástico. De lo que, por el contrario, lo eran sus hermanos, que habían sido apartado de las madres y, por tanto, privados de sus cuidados. Éstos eran mucho menos capaces de adentrarse en los laberintos y buscar el queso. Carecían de la confianza en sí mismos, de la autoestima suficiente, para atreverse a sentirse capaces de buscar aquello que necesitaban. Partiendo, por lo tanto, con desventaja a la hora de lidiar con la realidad.
Nos han enseñado que hay que dotarse de recursos para conseguir las cosas. Nos han enseñado que debemos prepararnos, para demostrar a los demás que somos capaces, que estamos legitimados para recibir su aprecio, su valoración y todos sus beneficios. Sin embargo, no nos han enseñado que antes de salir a escena, antes de tener que demostrar al mundo que sabemos la lección, necesitamos ser capaces de sentirnos capaces. Necesitamos sentirnos cómodos en la adversidad, en la incertidumbre, en la paradoja de la vida. Y para ello, nos es imprescindible el amor hacia nosotros mismos, la autoestima, la confianza. El problema, y esto tampoco nos lo enseñan, es que todo esto nos lo tienen que transmitir. Somos tan complejos, que se nos tiene que dar, para que nosotros podamos llegar a desarrollarlo. Se nos tiene que dar la posibilidad de estar cómodos con nosotros mismos, para que nos podamos sentir. Sin eso, todo lo demás es mucho más difícil. Con eso, todo lo demás es posible.
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