Al sur la de Isla del Olvido, bañada por las cálidas aguas del Mar de Libia. A los pies de las Montañas Blancas. Camuflada entre barrancos y ensenadas, se halla La Sfakia. Un lugar de encuentro para quien vaga...







domingo, 6 de diciembre de 2009

La Princesa Alibú I

Tras la hora del almuerzo, la mayoría de los ancianos se dirigen a la sala de juegos. Han sido convocados por el nuevo psicólogo del centro para una sesión de risoterapia. Uno de ellos, sale por la habitación contigua, sube las escaleras y cruza un pasillo, bañado por la primera luz de la tarde. El viejo toma una pluma, alcanza algunos papeles del escritorio y empieza a escribir.

No recuerdo el día exacto en que nos conocimos. Por aquel entonces ella entró a trabajar en el colegio en el que yo enseñaba. Pronto descubrimos que vivíamos en el mismo pueblo y empezamos a tomar juntos el autobús de vuelta a casa. Aunque vivíamos cerca del trabajo, las conexiones entre los municipios metropolitanos, con su sistema radial entorno a la capital, obligan a utilizar varios medios de transporte público, así que después del autobús debíamos tomar un tren. Por lo que el trayecto solía alargarse más de hora y media. Con el tiempo llegaríamos a entablar amistad con otra compañera, quien desviándose un poco de su ruta, hacía el favor de llevarnos en su coche. Pero para entonces, llevábamos casi un año trabajando juntos y entre nosotros había nacido ya una sincera y fraternal amistad. Ella llevaba algo más de dos años divorciada. Tras el acuerdo de separación, se había comprado un piso en la ciudad andaluza, de la que es originaria su familia, e intentado reencauzar su vida. Sin embargo, no había acabado de adaptarse al ambiente de aquella capital de provincia y tampoco había podido hallar una salida laboral adecuada. Por lo que, tras unos meses, volvió.
Ingresó en nómina a principios de año. A pesar de que el ambiente en el trabajo no había alcanzado todavía el grado de crispación, al que con el tiempo nos enfrentaríamos juntos, ya apuntaba conatos de conflicto entre los diferentes miembros de la plantilla. Sin duda, esta situación creó el marco en el que construimos nuestra amistad y más tarde nuestro amor, ya que a pesar de la carga y el desgaste que conlleva unas relaciones laborales conflictivas, desde el inicio hallamos comprensión y complicidad el uno en el otro. La difícil situación que se estaba originando se convirtió en el centro de las conversaciones que manteníamos en los viajes de vuelta a casa. Con el discurrir de los meses y debido a la creciente identificación mutua que íbamos generando, el abanico de temas se amplió. Así como la confianza que nos íbamos otorgando y no tardamos en adentrarnos en planos mucho más personales. Fue entonces cuando ella me habló de su separación, de su lucha por sacar a flote su vida tras el dolor de ver cómo se venía abajo un proyecto común de años que, sin motivos que reprochar a ninguna de las dos partes, había varado en la arena del tiempo. A pesar de todo, no fue este gesto de confianza el que avivó nuestro vínculo. Éste se alimentó de una natural conexión en la forma de ver el mundo, en el sentido del humor, en la ironía con la que afrontábamos una situación social cada vez más compleja. Una situación que se fue tornando asfixiante y en la que hallamos juntos los recursos para afrontarla, apoyándonos en la certeza de saber que había alguien con quien distanciarse, con quien analizar y hallar pequeñas respuestas que, como llaves de luz, nos permitían seguir avanzando sin quedar atrapados en la oscura estupidez colectiva.
Solíamos tomar café en un tranquilo bar a medio camino entre la parada de autobús y la estación de tren. Un tarde, ella me preguntó; ¿Tratas de seducirme? Durante un momento no supe qué responder. Ningún monosílabo parecía adecuado para contestar a aquella pregunta. Tampoco ninguna larga respuesta aclaratoria. Sin saber muy cómo, le retorné una pregunta; ¿Acaso no lo he hecho ya? Ahora, al recordarlo, incluso a mí podría parecerme percibir algo de huidiza soberbia en aquella esquiva respuesta. Sin embargo, sé que nada de eso hubo ni ha habido nunca entre nosotros. También sé que su pregunta no iba dirigida solamente a mí, sino que era a ella misma a quien también interrogaba. De igual modo mi contrapregunta no había sido lanzada sólo a su persona. Con su valentía para dar la cara frente a las situaciones que se presentan, había hecho referencia a la sensación que ambos albergábamos y que hasta entonces no había sido abordada. Una vez más, la fraternidad que siempre nos ha unido nos protegió de sufrir lo que podría haber resultado ser una situación violenta y en seguida nos sentimos acogidos por la sensación de saber que compartíamos nuestros dudas con alguien en quien poder confiar, con alguien que no utilizaría ninguna muestra de debilidad para hacernos daño. No fue éste, a pesar de lo que podría parecer, el inicio de nuestra relación. Ésta se inició meses más tarde. Sin embargo, viéndolo en perspectiva, seguramente contribuyó de forma decisiva a afianzar un lazo invisible aunque absolutamente palpable en nuestros corazones.
A lo que sí que contribuyó aquella conversación, al menos de manera momentánea, fue a aumentar nuestro nivel de estrés en medio de la asfixiante problemática laboral en la que ya nos hallábamos plenamente inmersos. La caja de Pandora de los sentimientos había sido abierta y con ella, un mundo de sensaciones contradictorias había tomado posesión de nuestras vidas.
No queríamos de ningún modo que nada desvirtuara nuestro vínculo como compañeros de lucha, como así gustaba de llamarnos ella, en que nos habíamos convertido. De igual modo, ambos albergábamos la necesidad de investigar cuál era el lugar que cada uno ocupaba en el otro. La primera opción que tomamos, como medida de defensa, fue la de distanciarnos de aquel primer acercamiento al mundo de nuestros sentimientos. Sin embargo, seguíamos volviendo juntos del trabajo y no teníamos intención alguna de mostrarnos rechazo. Así que pronto nuestros sentimientos se volvieron tema de conversación, desplazando en parte al despropósito de mediocridades y rencillas en que se había convertido nuestra jornada laboral...

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