Al sur la de Isla del Olvido, bañada por las cálidas aguas del Mar de Libia. A los pies de las Montañas Blancas. Camuflada entre barrancos y ensenadas, se halla La Sfakia. Un lugar de encuentro para quien vaga...







lunes, 13 de diciembre de 2010

No es país para viejos


                                                       (C) Germà

Qué absurdo el título, al de la película de Bardem me refiero. La traducción literal del inglés lo afea, seguramente sería mejor que recurrieran a un indefinido, a No es un país para viejos. Aunque en la lengua original no lo necesite, no tiene por qué obviarse en ésta.
Parece que, en verdad, los nuestros estén dejando de ser países para esos viejos argumentos, que hablaban del reparto de la riqueza, de la remuneración justa y de los derechos laborales. Empieza a haber realidades, en las que ya, ni siquiera se contemplan. En las que son, como esos viejos refranes, expresiones de un mundo arcaico, pasado, que ya no es el nuestro. En un libro de Javier Tezanos, La sociedad dividida, se habla de las nuevas formas de estratificación social que, desde el triunfo definitivo, según dicen, del capitalismo como patrón de desarrollo, llevan, no ya a una división social, entre quienes tienen o no tienen trabajo, sino entre trabajos en condiciones dignas y trabajos caracterizados por la precariedad, en los que todos aquellos derechos que fueron adquiriéndose, a lo largo de la dura lucha por la justicia social, desaparecen, sin dejar rastro, dejan de tenerse en cuenta sin que, ni siquiera, se les eche de menos, pues parecen, como los refranes antiguos de los que hablábamos, pasados de moda.

Las viejas estructuras de relación entre arquetipos sociales, la vieja lucha de clases ya no existe. Ya no hay conflicto de intereses que dirimir, entre quienes disponen de los medios para llevar a cabo los procesos productivos y quienes los completan. Todos los actores sociales parecen supeditar su existencia, a la del mercado, a la de ese espacio en el que, cada vez más, los bienes y sus servicios asociados, son expuestos para que, una supuesta mayoría los consuman o hagan uso. Los focos se dirigen hacia el ágora de intercambio global, obviando que hasta llegar allí, las cosas o las ofertas, deben atravesar por un camino de creación, por lo que solía llamarse un proceso productivo que, si bien, no es sólo el de la clásica imagen, tan tediosa, de la fábrica y su cadena de montaje, no deja ser el hilo conductor en el que se escriben, los diferentes capítulos de la vida de una sociedad. Y es que, llámese productiva o no, no deja de ser una cadena, a la que estamos atados y de los hilos de la cual, todas y todos formamos parte. Vivimos en mutua dependencia. Y perpetuo conflicto. Un conflicto que, en la orgía autocomplaciente de este mundo tan feliz, parece quererse olvidar. Vivimos en conflicto permanente, porque vivimos en permanente desequilibrio. El desequilibrio genera tensión y esa tensión podría ser peligrosa para nuestro feliz mundo autocomplaciente, ése que llaman el mejor de los posibles. Y en el que, a pesar de sus celebradas bondades, parecen no tener cabida palabras, viejas como refranes viejos, tediosas y pasadas de moda, como solidaridad, compañerismo, bien común, justicia social, reparto, dignidad o derecho. El triunfo, el éxito, es aquello que se extiende, más allá del muro de cristal, en las cristalinas aguas de un lago, tan liberal, que en sus aguas sólo se pueden bañar los justos y libres, merecedores de sus mieles, quienes han dejado a un lado las viejas ilusiones, los viejos engaños que hablaban de una sociedad más equitativa, más repartida. Quienes, seguramente, se preguntarían qué demonios hacíamos allí, los cuatro gatos que nos reunimos para protestar, no se sabe muy bien contra qué. Cuatro gatos, muchos de ellos viejos. Y ya se sabe, éste no es un país para viejos.


                                    (C) Germà 

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