Se presentaba a todos los concursos de relatos y certámenes de cuentos, pero no había manera. No ganaba nunca, ni a la de tres conseguía ver su nombre encumbrado entre el de los ganadores. Cada vez que escribía algo, pensaba que aquella vez sí, que aquella vez lo lograría y se imaginaba agradeciendo el premio en una ceremonia. Se veía diciendo todas esas cosas que la gente dice cuando logra el reconocimiento. Repetía en su mente, una y otra vez, aquellas escenas para las que creía estar destinado. Pero la verdad es que nunca llegaban, por más que se esforzara, por más que intentara conseguir unas historias que engancharan al jurado, por lo visto, no había manera de convencer a nadie de su talento.
No voy desanimarme, se repetía. Cansado de los concurso, decidió apuntar más alto, juntar todos sus cuentos y buscar una editorial que se los publicara. Fue de editorial en editorial presentándolos y en todas se repetía la misma escena, alguien recogía su manuscrito y le aseguraba que el equipo de contenidos lo analizaría y que si resultaba interesante, sin duda, le llamarían. De nuevo pensaba que ahora sí, que tarde o temprano recibiría una llamada en la que alguien le comunicaría que su obra sería publicada. Pero esa llamada nunca ocurría. Poco a poco, con el paso del tiempo, se fue desmoralizando, tal vez no tenga talento, se decía, tal vez deba reconocer mis limitaciones. Fue entonces cuando decidió que se haría funcionario, con una vida laboral más estable, pensaba, seguro que tendré tiempo para escribir. Durante años se estuvo presentando de convocatoria en convocatoria, pero nunca conseguía una plaza. Finalmente, cansado de todo aquel esfuerzo inútil y resignado a renunciar a todas sus aspiraciones, decidió que tanta humillación ya era suficiente. Un día, en un programa de radio, un joven actor de éxito recordaba sus difíciles comienzos y animaba, a quienes quisieran dedicarse a algo, a no desanimarse, a seguir intentándolo, como él, que desde su humilde juventud en una ciudad de provincias, había viajado a la capital para forjarse un camino en el teatro. Nuestro amigo, en un gesto de pura rabia, cogió la radio y, arrancándola del enchufe, la lanzó por el balcón, con tan mala suerte, que fue a caer en la espalda de un policía que ordenaba el tráfico. El hombre cayó desmayado por el golpe y enseguida la gente lo rodeó. Alguien le había visto lanzar el aparato y le señalaba gritando, el del quinto, ha sido ése. Cuando la ambulancia llegó nada pudieron hacer por salvar la vida de aquel hombre . Mientras, él miraba toda la escena, aterrado. Una patrulla se presentó en el lugar y alguien les dijo desde dónde había caído el artefacto. Viéndose acorralado y angustiado por la culpa, esta vez, se tiró a sí mismo, dando con sus huesos en el asfalto. Al día siguiente, los periódicos contaban cómo un hombre se había suicidado, después de matar accidentalmente a un policía. En ningún de ellos, por supuesto, se mencionaba su nombre. Ni siquiera esta vez lo había conseguido.
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