De nuevo, los pasos del año se repiten, como un baile, haciéndonos creer que el tiempo no pasa, que sólo gira en el calendario y vuelve a empezar. Sabemos que no es verdad, nos lo recuerdan pequeños detalles que, de tan cotidianos, apenas les hacemos caso. Son las señales del camino, las marcas del viaje, que se suceden y se olvidan. Pero que están ahí, en esas pequeñas arrugas, insinuándose en algún rincón de nuestro rostro, o en la sorpresa al descubrir, en mitad de la rutina, canciones que pertenecen a otros momentos y que nos hacen sabernos distintos de quienes fuimos, por más que nos reconozcamos en esas voces, en esos ámbitos.
Sabemos que no es verdad, aunque nos empeñemos en creer que, arrancando una hoja del almanaque, podemos volver a firmar un nuevo contrato con el destino. El tiempo sigue su curso. Un tiempo que existe, precisamente, para enseñarnos que nuestra vida consiste, en esas cosas que nos pasan, mientras pasan, mientras siguen hacia algún lugar, hacia algún momento. Todo pasa y todo queda, lo nuestro es pasar, pasar haciendo camino, camino sobre la mar. Pasar haciendo camino y, al echar la vista atrás, ver la senda, que no se ha de volver a pisar. Caminantes no hay camino, se hace amino al andar.
Los rituales y los hábitos, los hechizos con los que moldeamos nuestra Piedra Rosetta, aquélla con la que descifrar el lenguaje encriptado de la Vida. Resumiendo, Feliz Navidad, o feliz paga doble, o feliz sexagésimo primer aniversario, por lo que sea que os haga felices, alzo mi copa y brindo.
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