That's a lie...
Se podría decir más alto, pero no más ronco. De todas maneras, para quien quiera escuchar la canción en la versión original, aparece en el disco Frank's Wild Years. Hay otra, al final de la película Smoke, escrita por Paul Auster. Pero no es lo mismo. Ésta es más descarnada, como lo son las mejores melodías de Tom Waits. Sin perder, por supuesto, el aroma a ternura. Esa mezcla que, durante años, me fue irresistible. Era un poco como Bob Dylan definía las canciones de The Clancy Brothers and Tom Maken, para cortarte el cuello y echarte a llorar. Y regocizarte, y autocompadecerte, y volverte a regocizar. Ay, ay, ay, de mí.
¿Y qué? ¿Quién dijo que sentirte miserable no podía esconder la promesa, extraña, de la belleza? Tal vez fuera eso, añorar lo que se quería, y esperar a que, milagrosamente, apareciera. Por el mágico embrujo de una canción. Y claro, no sucedía. Pero, ¿y el rato que pasabas escuchándola? Era como meditar, pero al revés. En vez de concentrarte, te difuminabas. En vez de centrarte, te diluías. Hacia senderos sin salida, en mitad del bosque. Cuyas huellas, al mirar atrás, desaparecían. Seguramente volviendo al único lugar en el podían estar. Y es que, you're innocent when you dream. Pero, hazte un favor, no dejes nunca de hacerlo. Y allí me encontrarás. Buscando las huellas invisibles, entre la hierba.
Éste es otro de esos himnos oscuros tan suyos. Que, por suerte, seguirán en la sombra. A salvo. La escribió junto a ese bicharraco que fue William S. Burroughs. El Cd reposa, supongo, en una caja, guardada en el viejo mueble de mi habitación. Nadie sabe que está allí. Nadie, excepto ese viejo amigo, que siempre va conmigo, y que, de vez en cuando, me recuerda el secreto de la filantropía. Se titula The Brier and The Rose...
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